sábado, 15 de septiembre de 2007

Merceditas.

No sabría explicar lo que aquel caserón me provocaba. Propiedad de la familia de mi novia desde principios del siglo pasado, había sido testigo del auge y la declinación de la otrora influyente y próspera familia. Historias de amores, nacimientos y hasta muertes, estaban celosamente guardadas en ese arcón enorme y eterno que descansaba sobre la loma mas alta de la estancia.

Invitado por mi futura familia política a pasar unos días de descanso, se me había asignado un dormitorio con una historia trágica. Amores malogrados y muertes prematuras, como mas adelante, pese al hermetismo de la familia, había llegado a descubrir, rondaban esa parte de la casa.


La habitación conservaba un indiscutido toque femenino en su ambientación, un color rosa pálido dominaba el ambiente, y algunas antiguas y extrañas muñecas de porcelana, intentaban oficiar de decoración.

Esa primer noche realmente me costo dormir, el olor a encierro y humedad de aquel cuarto, junto a un extraño nerviosismo que me invadía por completo, provocaron mi desvelo hasta altas horas de la madrugada. En cierto momento de la noche, debido a la imposibilidad de conciliar el sueño, encendí la luz de la portátil de cristal que estaba sobre una hermosa mesa de luz con tapa de mármol rosado, y comprobé que eran las dos y media de la madrugada.

El silencio era profundo y pesado, y solo algún ladrido lejano daba noción de vida esa noche. Apagué la luz e intente pese a todo conciliar el sueño, y fue entonces cuando comencé a percibir, en forma muy sutil primero, y mas pronunciadamente después, que de algún sitio el cual no podía precisar, comenzaba a surgir un profundo y exquisito aroma a jazmín.

Mi reacción fue de sorpresa, estábamos en otoño, no era época de jazmines, así que nuevamente encendí la luz y me dispuse a intentar descifrar aquel misterio.Al encender la luz, sin embargo, aquel cautivador aroma, rápidamente fue desapareciendo, ocupando el espacio nuevamente el olor a encierro que me tenía a mal traer.

Apagué la portátil, y la oscuridad ganó nuevamente el ambiente del cuarto, y, ya con una carga considerable de cansancio, comencé a entrar en esa etapa de sopor que precede al sueño.
No sabría precisar, en que momento sucedió esto, pero fue en un momento, en que yo obviando los nervios y la pesadez del encierro, dormía en forma profunda y serena.

La inconfundible caricia de una mano femenina me había despertado, y en la oscuridad de la alcoba, volvía a flotar el aroma a jazmines. Aunque aun un tanto adormilado, era conciente de mi soledad, pero esto, extrañamente, no provocó en mi ningún recelo, había sido tan placentera la sensación de esa caricia, que solo atiné a disfrutar del aroma que me envolvía en ese momento.

Los minutos siguieron transcurriendo, en medio de una sensación de paz que combinada con el dulzor del aroma a jazmines, hizo que tomara como normal, el hecho de que al sentir el sabor de unos labios helados y desconocidos en mi boca, yo no sintiera pánico alguno, solo disfrutara de esa extraña y placentera sensación.

Sólo la pálida luz de la luna, que se filtraba por entre las antiguas persianas de madera, dejaba entrever un rostro hermoso y etéreo, rostro real, pero brumoso al mismo tiempo.
En cierto momento de la madrugada, quede profundamente dormido, desconociendo que hechos acontecieron luego del episodio del beso. Pero mi despertar fue extraño, un sutil cambio se había producido en mí.

Veía a mi novia como una desconocida, y en lo profundo del corazón, comencé a sentir que en realidad, mi amor jamás le había pertenecido, pero al mismo tiempo, una inequívoca sensación de amor, invadía mi alma.
Aquel día fue eterno para mí, solo deseaba que el manto de la noche trajera nuevamente a mi extraño amor a mi cama. Y es que, por extraño y bizarro que la situación pudiera parecer, yo sentía como normal el hecho de amar profundamente a quien ya no compartía con nosotros el mundo de los vivos.

Pero esa noche, la aparición, no se hizo presente, yo presa de una ansiedad inexplicable, pase en vela la mayor parte de la noche, anhelando el perfume a jazmín y aquellos labios helados pero amados.
Al otro día, mi curiosidad me llevo a preguntarle a mi novia sobre la antigua ocupante de mi dormitorio, quería saber quien era mi visitante nocturna.
-Aquí está, ella es Merceditas-, me dijo mi novia apuntando con su dedo una vieja fotografía, amarilla por los años, que dormía entre las hojas del álbum familiar, -fue una tía abuela mía, se suicido muy joven-.

Allí, congelada en el tiempo, una hermosa joven, vestida con un vaporoso vestido de fiesta, que se adivinaba blanco, posaba para futuras miradas con un ramillete de jazmines en su mano.
Al ver esa foto, mi corazón quiso escapar al galope de mi pecho, desde siempre, había sentido en mi alma, las huellas profundas y duraderas que había dejado un amor inolvidable y desconocido, y ahora descubría al fin que más que producida por un sueño, aquella sensación era parte de algo mágico, que en algún momento de mi existencia yo realmente había vivido.

Pasaron las noches y jamás el espíritu de Merceditas volvió a visitarme, pero una sola noche bastó para saber de quien realmente yo estuve desde siempre enamorado.

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La chumbera.


Todo invitaba para la siesta, el agobio que producía el calor del verano, la modorra que quedaba como corolario de un asado bien servido, y unos vinos mejor tomados, y ese rumor casi como una canción de cuna del vientito entre los pinos que incitaba al sueño .

Parecía que el mundo se hubiese detenido para dormirse una siestita, solamente el Tito, yo, y algunos pájaros estábamos despiertos en ese momento. Ese verano, compartía yo las vacaciones con mi amigo en su casa de Atlántida , y a nuestros doce o trece años, la aventura que estábamos a punto de emprender nos tenia fascinados.


Al Tito le habían regalado una chumbera en reconocimiento a un examen salvado, igualita a la que yo tanto deseaba, y que mis viejos estaban empecinados en no comprarme (con esa cosa le vas a sacar un ojo a alguien decían). Con su metal de un verde brillante, su mira ajustable y culata de madera bien lustrada, era todo lo que unos “cazadores experimentados” como nosotros podríamos necesitar.

Caminando despacito, tratando de no hacer mucho ruido, entre los pinos, nos sentíamos casi como Jim de la Selva o algún otro cazador famoso, de esos que veíamos en la tele con su carabina al hombro, valiente él, al momento de matar al malvado león que estaba por atacar a la muchachita. Claro que nosotros no éramos tan expertos como lo eran ellos, así que nuestra puntería nos decepcionaba, cada vez que veíamos como nuestras presas burlaban los chumbos para ellas destinados.

Pero la practica hace al maestro, así que poco a poco veíamos como nuestra puntería se iba haciendo cada vez más certera. Seguimos por un rato entre intrincados senderos, cuando de golpe la vi., a diez o doce metros de mí, sobre una rama, una Torcaza no había detectado nuestra presencia. Tome la chumbera de las manos del Tito, apunte al medio de su cuerpecito gris y apreté el gatillo.

Vi como aleteaba, una, dos, quizás tres veces, como queriendo escapar de la muerte, pero no pudo, ese montoncito de carne y plumas, caía ya sin vida hacia la tierra.

En ese momento me di cuenta de lo que había hecho y una tristeza, como hacia mucho no sentía, me invadió por completo. Ya no era yo el valiente cazador en medio de la selva a la busca de alguna fiera salvaje, me había convertido en el ser más despreciable de este mundo. Había destruido la magia del vuelo, la hermosura de la vida, la inocencia de una paloma.

No era mas una tarde hermosa la que estaba viviendo, aunque el sol seguía brillando allá en lo alto, y el calor me indicaba que era verano, todo estaba gris y nublado para mí, el invierno se había instalado en mi cabeza y no podía sacarlo de allí. No podía dejar de pensar en que por una estupidez mía, esa paloma ya no volaría mas, no criaría pichones ni le daría alegría a aquel que la hubiese sabido apreciar en el esplendor de su vida.

Demás esta decir que a partir de ese momento no quise mas una chumbera. Han pasado mas de tres décadas de aquella tarde de verano en Atlántida, y es extraño que aun la recuerde, quizás porque me hace recapacitar sobre mi propia estupidez, y como puedo a veces por ella errar el camino.

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Encuentro el el bar.

El bar quedo vacío, los platos y vasos aun sobre la mesa, y a medio terminar, demostraban que la comida, había sido tan solo un pretexto para estar un rato juntos.

El mozo luego de cobrar la consumición, había desaparecido, y el bar, semi desierto, se llenaba ahora de la magia de aquel encuentro. No hacia mucho que habían sido presentados casualmente en una reunión de amigos, pero ambos tenían la sensación de que se conocían de toda la vida. Casados el y ella, sabían perfectamente los riesgos que implicaba el verse a solas.


Y es que a mitad de sus vidas, estaban por descubrir una sensación que hacia años ambos daban por desaparecida, esa dulce y a veces peligrosa sensación. El la miro a los ojos, dulces y profundos ojos castaños, y vio en ellos al amor, que hacia tanto tiempo no veía. Ella, lo miro también, y sin dejar de contarle episodios de su vida, alegres algunos, tristes la mayoría, sintió como el calor del rubor le incendiaba el rostro, y no es que fuera una pacata, simplemente se avergonzaba porque al sentirse deseada por un hombre que no era su marido, un deseo tierno y desconocido le invadía su propia alma.

Nadie miraba, y aunque hubiese una multitud rodeándolos, a ellos no le hubiese importado demasiado. Seguían sentados frente a los inútiles platos mirándose y escuchando cada cual lo que el otro tenía para contar de su vida, y, como algo normal, juntaron sus manos sobre la mesa.

El sintió la suavidad y el calor de esa pequeña y hermosa mano en la suya y la acaricio, desempolvando la ternura que tenia hacia mucho guardada en lo profundo de su corazón.
Miraron el reloj, ya hacia más de dos horas que estaban juntos, ya era hora de volver con sus respectivas familias.

Se levantaron de sus sillas y quedaron parados, frente a frente, en el bar solitario, se miraron un instante que pareció eterno, sus bocas ansiaban unirse en un beso. Es una locura, ambos sabemos que esto no debería de estar sucediendo dijo ella. El asintió, sabia que esta era una relación imposible, y que era preferible no proseguir adelante, seria muy dolorosa sino, la despedida.

La calle, indiferente al amor y a la muerte, los esperaba con un mar de gente que los envolvía sin prestarles atención. Te llamo un taxi?, pregunto el, sabiendo que esta seria la ultima vez quizás que la vería. Si, asintió ella con la cabeza, y lo quedo mirando con ojos llenos de tristeza.

El taxi paro frente a ellos, y en un instante la vida entera paso frente a los ojos de cada uno, y vieron sus vidas de hijos amados, y parejas frustradas, y sus anhelos de vivir lo que ellos sospechaban que deberían vivir, la vida es muy corta, pensaron ambos al mismo tiempo.

La puerta del taxi se abrió, y antes de subir ella al coche, e irse para siempre de la vida de el, el mundo entero desapareció para la pareja, que se fundía en el beso que todo amante desea probar, por lo menos una vez en su vida.
Ella le dijo que lo amaba con toda su alma, el no contesto, solo subió con ella al taxi, que sabia, los transportaría, por primera y única vez al paraiso.

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jueves, 13 de septiembre de 2007

Hastio.

Hay días
En que mi alma se adormece

Envuelta en brumas
Pendiente de la nada
Quieta y aburrida
Sin asombros sin desvelos
Sin tristezas ni alegrías
Hay días
Que no son días
Ni noches ni nada
Pasan sin pena ni gloria por mi vida
No dejan huellas
Ni recuerdos ni ansias
Hay días
En que el hastío me gana
Y es peor que la muerte
Porque es vida desperdiciada

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El Jazmin Paraguayo.


Camino sin tener conciencia de que lo estoy haciendo, como un automata que es obligado por su creador a seguir un rumbo prefijado, sin atender siquiera a los otros autómatas que a su lado caminan, con sus mentes inmersas en un mar de esperanzas, resultados o miedos.

Inmersos iban también mis pensamientos en esas banalidades demasiado importantes para los seres humanos, que nos hacen muchas veces distraernos de las cosas realmente necesarias, cuando como traído por el tiempo , llego a mi el aroma inconfundible, tierno y evocador de un jazmín paraguayo.


Fue un golpe demasiado hermoso como para querer esquivar, y como una cascada de agua purificadora, los recuerdos de mi niñez cayeron sobre mí, quitando lo que de autómata había hasta ese momento en mi persona.Se agolpaban en mi mente tardes de panes con manteca, rodillas sucias y lastimadas y rincones mágicos en lo de mis abuelos, y, como vigilando mis travesuras, ese jazmín que trepaba a lo alto del cielo y que yo jamás pude trepar.

En invierno parecía morirse, o mas bien parecía que se encerraba en si mismo, y se volvía taciturno y huraño, el no me quería afuera, no quería que el frío del invierno me lastimara como a el.Pero en las primaveras despertaba, sacudía su viejo ramaje, se desperezaba y comenzaba con su mágica labor de vestirse de verde y blanco para darnos sombra y perfumarnos la niñez.

Recuerdo esas mágicas horas que en mi cerebro guardo como tesoros: mi abuelo pidiéndome que le “ordenara” su caja de pesca, mi abuela preparándome sus milanesas jamás igualadas, las perras moviéndome sus colas o gruñéndome, según la ocasión, y los aromas, los inconfundibles aromas, del perfume de mi abuela, el tabaco de mi abuelo, las milanesas sobre la mesa, y sobre ellos flotando el del jazmín paraguayo entrando por las ventanas abiertas de par en par, aromas que hacían de aquella casa inconfundible y única para mi.

Han pasado los años, y yo creía que todo había desaparecido, mis abuelos, el jazmín, y la magia, pero no, un simple y tierno aroma me hizo comprender que todo sigue muy vivo dentro de mi corazón.

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Muerte.

Juro que no me importa
Lo que con mi cuerpo pase
Cuando yo me muera
Que quemen mis huesos
O que se descomponga en la fría tierra
No me importa, no me quita el sueño
Que sea festín de gusanos
O combustible en la hoguera.
Pero si me asusta me duele, me aterra
Que mis pensamientos desaparezcan
Que se pierdan mis emociones
Mis alegrías y tristezas
Que todo lo que he amado
En un instante se pierda
Valiosos momentos atesorados
En mi arcon de experiencias
La ternura de mi madre
O el amor puro de mis hijas
En un destello desaparezcan
Que recuerdos de mil aromas
Risas llantos y tibiezas
Se olviden con el tiempo
Sepultados por nieves eternas
Que no exista más el recuerdo
De tus ojos de almendras
Dulces ojos que me atrapan
Con tu boca de fruta fresca
Me asusta que todo esto ya no exista
Cuando en mi cerebro
Mi vida se desvanezca

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Maldito orgullo.

La luna, que luna esa blanca luna, alumbra mi caminar en la nocturna oscuridad de las calles. Solo escucho mis pasos, y cada tanto algún perro en el fondo de la noche, ladrándole a esa misma luna. Con el saco al hombro, una mano en el bolsillo, y cabizbajo, voy recorriendo la madrugada hacia mi casa, sabiendo que me será muy difícil dormir, y por ello es que retraso mi llegada.


Levanto la cabeza, miro una sombra que como yo, sin prisas, camina, allá a lo lejos, bajo nuevamente la mirada, y pateo una lata. Calla el perro y me detengo un instante, silencio, los árboles, las calles y las ventanas duermen. Ya la sombra caminante ha desaparecido en la noche, ahora solo yo y mi dolor insomne, nos movemos por aquella calle.

Llego a la plaza. Oscura y solitaria, llena de nocturnidad, y recuerdos, me detengo, y miro, quizás tenga suerte y me vea a mi mismo, bajo el pino protector y cómplice, besando a Alba. No, el pino esta solitario y durmiente, como la madrugada. Una opresión me gana el pecho y comienzo a sentir el frío en mi cuerpo. Me pongo el saco y subo sus solapas, pero no alcanza.

Y si fuera a pedirle perdón?, ella aun esta en la fiesta. No. Mi orgullo me ata. Orgullo, estupido orgullo. Pongo mis manos en los bolsillos, siento el frío cada vez más hiriente, y siento a la lluvia mojar mi cara. Lluvia?, no, no esta lloviendo, es el recuerdo de las lagrimas de Alba, mezclándose con mis propias lagrimas. Indecisión, dejo la plaza, rumbo a la fiesta?, que difícil se me hace el pedir perdón.

Cierro los ojos, pero no para dormir. La cama tiene la comodidad de una tumba. No me duermo, y pienso que, tal vez, mi orgullo acaba de destrozar mi vida.

Todo pasa, casi todo cambia, y muchas cosas se olvidan. Yo mismo he cambiado, y mucho. Cada vez menos, permito que el orgullo me doblegue. Y es que cuando lo intenta, se me da por recordar las lagrimas de Alba corriendo por sus mejillas, y si, claro, recorriendo también las mías.

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miércoles, 12 de septiembre de 2007

Hija.

Porque eres yo, en otros huesos
Otro espíritu y otra carne
Cargas con mis fallas y mis aciertos
Con parecidas nostalgias
E iguales alegrías y recelos
Y por eso mi cielo,
Te amo desde siempre, desde antes
Me extasié al verte crecer lentamente
Desde la vida esperada en el vientre de tu madre
Hasta hoy, razón de mis versos
Y en ese amor inconmensurable
Que al verte me brota
Limpio y puro como el agua
Que explota en incontenibles ternuras
Te veo a mi parecida, pero inigualada
Con tus rasgos propios e inconfundibles
Florcita que broto de mi ramaje
Llenando mi vida de mil aromas y colores
Tan parecida a mí,
Pero tan propia y pensante
Aprendí más de lo que te he enseñado
Y sin dudas recibí más de lo que te he dado
Quisiera poder cubrirte con mi amor
Por siempre y así cuidarte
Pues por mas que confíe en la fuerza de mi flor
Brotaste a través de mí, y por eso,
Siempre te veré pequeña tierna y vulnerable

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lunes, 10 de septiembre de 2007

Tarde de pesca.

Que calor hacia esa tarde, el sol en lo alto brillaba en un cielo sin nubes, de un celeste que jamás he vuelto a ver en mi vida. Todo estaba en calma, el pueblo, adormilado por la canícula y la costumbre, ni se movía, parecía que hasta el viento se había tomado esa tardecita en particular, para echarse una siesta sobre la tranquilidad de los campos quemados por el sol.


Solo las chicharras con su canto estridente, mi primo Daniel, el Malevo, y yo, dábamos señales de vida en esa tarde ya que nos preparábamos para una excursión de pesca, y es que desde hacia días estábamos planeando la aventura.

Primero como siempre acontecía, habíamos ido con mi primo, a pedirle al tío Chiche alguna tacuara de esas que tenía secándose sobre la azotea de su casa, y que eran las más rectas y largas que se podían obtener del cañaveral que había en su casi inexplorado fondo. Luego, con la tanza boyas, y anzuelos mojarreros que comprábamos en el almacén del Gringo, especie de ramos generales donde no faltaban desde las botas de cuero hasta las galletas de campaña, comenzábamos a armar torpemente, nuestras cañas teniendo mucho cuidado en no clavarnos el anzuelo en algún dedo (cosa frecuente por otra parte).

Ya esta, decíamos casi a coro con mi primo cuando terminábamos la labor, haciendo por otro lado mutua ostentación de nuestras artes de pesca, mira que buena que quedo!!!, con esto capaz que saco una tararira, decía inocentemente yo.

Y allí estábamos, por fin el día había llegado, en el fondo de la casa de mi primo, con una latita especialmente preparada por mi tío, en la cual metíamos cuanta lombriz lográbamos sacar de su subterráneo refugio. El Malevo mientras tanto miraba y movía su cola, porque sabia que como siempre que nos íbamos de pesca, el también estaba invitado a la aventura.

El arroyo no quedaba muy lejos, a lo sumo tres o cuatro quilómetros, que era poca cosa para nosotros. Elegíamos siempre ir bajo el puente grande, donde el arroyo corría mansamente entre un arenal, y que utilizábamos a modo de piscina, para refrescarnos un poco y aprovechar también a que el Malevo se amigara algo con el agua. Luego ya con un poco menos de calor en nuestros cuerpos y un poco mas de suciedad en el cuerpo del Malevo, nos íbamos hacia la barranca, donde el arroyo se profundizaba, y era posible el pique de alguna mojarra incauta o algún dientudo que anduviese en la vuelta.

Tomábamos entonces nuestras cañas, ensartábamos las lombrices en los anzuelos, los lanzábamos al agua, y esperábamos, la mirada fija en las boyas amarillas, a que nos advirtieran que un pez andaba por caer. A veces pasaban horas sin resultados positivos, así, que nos aburríamos, hacíamos campeonatos de “sapitos” con las piedras planas que encontrásemos y nos íbamos con las manos vacías. Otras veces el pique abundaba, y lográbamos unas cuantas presas que servían de comida al gato de mi abuela.

Para cuando regresábamos, ya el calor no era tan intenso, el pueblo ya se había desperezado y no exhibía mas su modorra, los negocios estaban abiertos, y en la casa de mi abuela, su ternura, el café con leche humeante y las galletas de campaña untadas con esa exquisita manteca salada, nos esperaban para escuchar atentamente las increíbles historias que los pequeños pescadores tenían para contar.

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Sabado.

Era uno de esos sábados, que como tantos otros sábados, parados en nuestra esquina favorita, el principal tema de discusión de la barra, era donde iríamos esa noche. El Gordo opinaba que Zona Libre era una opción a tomar en cuenta. Claro, hacia tiempo que el intentaba arreglarse con Marita, que junto a su hermana, que tenia novio, iban muy seguido al baile del paracaídas. “No jodas Gordo”, dijo Ruben, “hace meses que te venís cargando a Marita y ni bola te da, yo propongo arrancar para el Náutico, por lo menos para bailar con minas desconocidas”.


Y tenía razón Ruben cuando decía esto, Zona Libre era el baile del barrio, ya conocíamos a casi todo el mundo allí, y había perdido la gracia para nosotros el conocer de antemano con quien iríamos a bailar o a planchar esa noche.
“Si, el Náutico esta de la planta”, contesto Joselo, ‘el problema es que yo no tengo un mango, me fue como el culo en matemáticas y ahora mis viejos me cortaron los víveres”.
Bueno eso no es problema, dijimos a coro, hacemos una colecta entre todos y tendrías para la entrada, y con la locomoción no habría problemas pues tenes boletera.

Che, creo que hay algo en el Papagayo, y si arrancamos para allá?, se pone muy bueno y es mucho mas cerca que el Náutico, opino Roberto.
Las ideas iban y venían de parte de cada uno de nosotros, pero, ya eran como las seis y media de la tarde y aun no decidíamos donde terminaríamos bailando esa noche.
Como andan gurises?, la voz de Silvia corto por un momento con la discusión que sobre tan importante tema teníamos entre manos, como estas Flaca?, contestamos casi al unísono, de la planta, contesto ella, tengo una invitación para hacerles, quieren ir a un cumpleaños de 15 esta noche?.
Claro Flaca, de quien es?, preguntaba uno, donde es?, preguntaba otro, tenes invitaciones?, preguntaba alguien mas.
Es de una compañera de mi hermana, me pidió que llevara chicos, pues no van muchos.
Y donde es?, volvió a preguntar Joselo, en el Castillo del Huracán, contesto Silvia.

No se si lo habrán conocido, pero sobre la subidita de la rambla, allí donde Buceo comienza a transformarse en Malvin, y que hoy en día se esta poblando de edificios, el club del barrio tenia un caserón, que a modo de castillo se erguía con su enorme corpulencia mirando tristemente al mar, quizás sospechando que pronto el progreso exigiría que su lugar fuese ocupado por dormitorios en suite.

Buenísimo dijimos a coro, así que partimos para nuestras respectivas casas a implorarle a nuestras respectivas madres que nos preparasen el saco y la corbata (es lo único que nos exigían para ser invitados) para que a las 10 de la noche, reunirnos en casa de Silvia, que quedaba cerca de la Plaza de los Olímpicos, y que era la que tenia las invitaciones, y partir en grupo desde allí hacia el Castillo.

Uno a uno fuimos llegando a lo de La Flaca y uno a uno fuimos saludando a los padres, gente querible y entrañable que conocíamos desde mucho tiempo atrás.
Una vez, todos reunidos y prontos, partimos hacia el cumpleaños que quedaba a pocas cuadras del sitio de reunión.

El castillo estaba en todo su esplendor, se le veía alegre e iluminado, aun temprano, y debido a la poca presencia de varones, o por la timidez de los que se encontraban ya a esa hora, alguien nos pidió, a mis amigos y a mi, que participáramos del cortejo a la quinceañera.

Aceptamos todos de buena gana, sabiendo que integrar un cortejo era precio demasiado bajo para una fiesta gratis un sábado a la noche. Así, que mujeres y varones con sus velas y sus flores, nos formamos en fila a la entrada de la mansión, cuando nos avisaron que la chica estaba por venir.

La noche era fresca y una brisa soplaba desde el mar, así que con el portal abierto de par en par, las velas luchaban para no apagarse, y nosotros para entrar en calor. De repente un coche blanco apareció por la entrada del garaje, se detuvo y alguien vestido de nubes, bajo de el. Era una princesa que descendiendo nerviosamente de un corcel blanco, nos dedicaba una mirada dulce y sonriente a cada uno de nosotros. No caminaba, flotaba sobre el suelo, empujada tal vez por la brisa, la misma que hacia que su pelo acariciase su carita hermosa y radiante. Comenzó a apagar las velas y a tomar las rosas que cada uno tenia para ofrendarle, lentamente, eternamente diría yo, y poco a poco se me fue acercando. Cuando estuvo frente a mí, le di su ofrenda y ella acerco su mejilla a la mía, y mientras su revuelto pelo acariciaba mi rostro sentía como sus labios de mujer niña rozaban apenas mi mejilla derecha.

Siempre, conociéramos a la quinceañera o no, acostumbrábamos a bailar el vals era casi una norma en nosotros. Así que cada uno se acomodo, cuando el Danubio Azul comenzó a escucharse por los parlantes, lo más cerca posible a la pista de baile, para tratar de bailar con la princesa. Recuerdo que Ruben, como no podía ser de otra manera, atropello a dos o tres, a mi incluido, para rescatar de los brazos del bailarín de turno a la belleza.
Giro una, dos, tres veces y al comenzar el cuarto giro se topo con mi presencia que, con un cortes ademán, lo desplazaba como el compañero de baile.

Tome a la niña de la mano y la cintura, y comenzamos a bailar, era hermosa y etérea, y nos movíamos por la pista como si nada existiera alrededor nuestro. “Quien sos?”, me pregunto con cara de picara, “nunca antes te había visto”, comenzaba a explicarle como había llegado yo a estar bailando con ella, cuando el dedo acusador de Joselo, golpeaba mi hombro y me alejaba de la posibilidad de decirle siquiera mi nombre.

El vals se iba apagando de a poco, y cada cual retornaba a las mesas asignadas esperando a los mozos ansiosamente.
Comenzaba a sonar de a poco música de Christie para animarnos a bailar, cuando vemos que flotando sobre la pista viene hacia nuestra mesa la princesa de blanco.
“Vamos, no bailan?” pregunto ella mientras mis mejillas comenzaban a incendiarse al comprobar que la pregunta, si bien era dirigida a todos nosotros, la mirada iba dirigida hacia mi. Claro dijo la hermana de Silvia, a la vez que nos empujaba hacia la pista.

Baile con la princesa, y al fin pude decirle mi nombre y la causa de que estuviera bailando con ella. Y le caí bien, y bailamos, para envidia de mis amigos, casi toda la noche juntos, riéndonos y aprendiendo cada uno cosas del otro. Y nos miramos a los ojos mientras bailábamos suelto. Y supe que materias le gustaban y cuales no, y ella supo a que liceo iba yo. Y acepto que la apretara suavemente contra mi cuerpo cuando vinieron las lentas, y hasta pude, por un breve instante, rozar su mejilla con la mía. Y no paso de ahí, el “me gustaría pero no me dejan tener novio”, me dejo sin palabras, cuando le pregunte si se quería arreglar conmigo. Eran otros los tiempos, y los valores diferentes, así que acepte la derrota. Eso si, seguí, hasta la hora del desayuno de esa mágica noche, rozando cada tanto la mejilla de mi dama, y ella siguió mirándome a los ojos cuando yo le hablaba de alguna tontería. Luego, las luces del salón se encendieron, y la magia termino tal como había comenzado.

Nunca mas volví a verla, aunque se que cada tanto ella le preguntaba a la hermana de Silvia sobre mi, preguntaba si tenia novia o simplemente como estaba.
Los años se fueron, como se fue la magia y aquel salon de fiestas, pero la sensación de su carita rozando la mía persiste en mi memoria. Eran otros los tiempos.

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Para el Gordo.


Como estas Gordo, te cuento que hoy hace exactamente un mes que las cosas cambiaron, y mucho para mí. Si, ya se lo que me vas a decir, lo que me decís siempre, que la vida hay que afrontarla con alegría y esperanza, que nada esta acabado mientras tengas porque y para quien luchar, y tenes razón, vaya si la tendrás.

Y resulta que soy conciente de ello, sabes?, tengo por quien y porque luchar, la ternura y el amor los tengo al alcance de un beso, pero también la nostalgia y los desencuentros. Es que así soy yo Gordo, y vos me conoces bien, y sabes que soy de disfrutar lo que la vida me da, sin reparos y sin exigencias, pero también soy de recordar, y de añorar los buenos momentos vividos y que se que no voy a poder disfrutar mas. O acaso vos no te sentirías igual?, no me mientas Gordo, yo se que si, y lo se porque se que en el fondo te pareces mucho a mi, se que si estuvieses en mi lugar, estarías como yo disfrutando de esta tarde soleada, con olor a primavera en el aire, y dejarías que el sol te acariciara el rostro y con los ojos cerrados en perfecta paz contigo mismo, pensarías en que la felicidad completa no existe, verdad que si?.


Y es lo que me esta pasando ahora Gordo, casi siento como las flores están queriendo reventar en sus capullos, como los pájaros están cada vez mas bochincheros desde que sienten que el calorcito se acerca, pero no dejo de pensar en aquel día de hace un mes sabes?, y es que el golpe fue demasiado fuerte. Y no, no fue un golpe sorpresivo, no, yo lamentablemente ya lo veía venir, desde hacia mucho, y sabes como me di cuenta de ello?, cuando note que la esperanza se estaba apagando en tu mirada. Si, fue en ese momento en que me di cuenta que la puta enfermedad que tanto te había hecho sufrir, estaba por cobrarse el premio mayor, tu vida.

Perdoname Gordo, por la calentura, y es que esa cruel enfermedad, no solo a vos te hizo sufrir, los que te queremos también sufrimos a causa de ella.
Hoy un mes después de que te dejamos solo en aquella fría y húmeda tierra, te extraño más que nunca, extraño tus ganas de compartir pese a la adversidad, extraño tu corazón franco y abierto, extraño tus ganas de ganarle a la vida, extraño esos vinos compañeros hablando y riendo.

Chau Gordo compañero, anda preparando las brasas en el cielo, que en cualquier momento nos vemos.

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Que es un rato?

Si hay una definición que a mi entender debería de modificarse en el diccionario de la
Real Academia Española, es la de la palabra Rato, y a su vez debería agregarse su diminutivo, Ratito.
Y, es que según aparece en las páginas del Diccionario de la Lengua Española, dicha palabreja significaría lo siguiente:


rato. (Del lat. raptus, part. pas. de rapĕre, arrebatar). 1. m. Espacio de tiempo, especialmente cuando es corto. Estuve esperando un rato. Voy a descansar un rato. Un rato de conversación. El rato del estudio. 2. m. Gusto o disgusto pasajeros. Pasó un buen rato. Me has dado un mal rato.

Y digo yo, cuantos malentendidos se han suscitado entre los seres humanos, por la vaguedad con que el Diccionario define a este lapso de tiempo?.

Es que siendo el paso del tiempo algo tan subjetivo como lo es, para cada uno de nosotros, es imprudente y hasta peligroso que a nadie se le haya dado por asignar un valor estimativo a la palabra Rato. Porque ya se sabe que cuando a uno le dicen que para hacer un huevo pasado por agua para el nene, uno no debe de dejar el huevo mas de tres minutos en el agua caliente, (todos sabemos cuanto tiempo es tres minutos), sabemos que cuando la agujita mas chica del reloj completa la tercer vuelta, el huevo esta listo.

Pero quien esta seguro de lo que la mujer de uno quiso decir cuanto al salir para la peluquería te dice?: Mira que deje una torta en el horno, dentro de un rato apagalo sino se quema. Y resulta que por lo ambiguo de la palabra, vos, o quemas la torta, o sacas el bizcochuelo crudo y chato del horno!!.

Y quien de soltero no ha sufrido en carne propia esta ambigüedad? Pasa por casa dentro de un rato así salimos, dice tu novia, y vos vas cuando aun ella ni siquiera ha abierto la llave del duchero!!, y te quedas pensando, cuanto tiempo será un rato para ella, mientras tu futura suegra con cara de circunstancia, te ofrece un te, y te consuela: dentro de un ratito esta pronta, te dice!!!.

Por eso yo digo que el mundo seria un lugar mejor si a partir de mañana, en los diccionarios de la lengua española aparecieran las definiciones siguientes:

RATO : Lapso de tiempo de entre quince y treinta minutos para el que espera algo, y de entre cinco y quince minutos para el que hace esperar a alguien.
RATITO: Véase RATO y divídalo por la mitad.

Pienso que asignarle un valor temporal a la palabra Rato, es algo que no admite la menor demora, pues las relaciones entre los humanos se verían mejoradas con esta sencilla modificación. Y ahora los dejo, y dentro de un ratito vuelvo de nuevo al blog.

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El perro no me deja dormir.

Cero horas, día viernes, estoy fundido, pero ya quede con una clienta en que le dejaría el programa funcionando antes de las primeras horas del sábado, así que tratando de vencer el cansancio y tratando de concentrarme lo más posible en mi tarea, logro cumplir con mi promesa. A ver?, la pucha son la una y treinta, pero si, haré la ultima prueba, veamos, ya esta, todo funciona según lo planeado, me hice merecedor de un buen descanso, la casa esta en silencio y a oscuras, son la una y cincuenta y cinco, casi las dos de la mañana del sábado!!!, en fin tengo casi siete horas de sueño, ya que quede en cambiar el aceite del auto, y me esperan a eso de las diez y treinta en la estación de servicio.


Ahhhh ya estoy en la cama calentita!!, que placer, se me cierran los ojos de tan cansado que estoy. La mente se me va nublando, dejo de pensar en todo lo “importante” en que debería pensar y me hundo en el dulce calor de esa etapa en que uno no esta ni dormido ni despierto. Estoy casi dormido, paz, placer!!, pero aun no me he dormido y ya estoy soñando?, o no?, esos ladridos que escucho son reales?. Quiero pensar que no, por eso me doy vuelta en la cama y trato de conciliar nuevamente el sueño. Pero no, no estoy soñando!!, no puede ser Cállese!!!, le grito imperativo al perro, a la vez que veo el reloj.

Dos y treinta pasadas. Anda a ver que le pasa al perro dice mi mujer, ufa pensé yo buscando la ropa a tientas. Que te pasa? Le pregunto al perro que me mira con cara suplicante?, no habla, claro esta, pero le entendí, tengo insomnio y quiero salir a la calle creo que me transmitió con su mirada. Con la casa a oscuras busco y rebusco en la ropería mi campera. Esta demasiado frío como para salir sin ella.

Casi las tres menos diez y yo con la campera de mi mujer en la mano, la mía no la encuentro, y en fin, quien va a estar despierto a esta hora?. Me visto como puedo, con lo que tengo a mano y salgo.

Linda camperita, parece que me dijera la pareja del 902 que justo llegaba cuando yo salía con el pichicho hacia la calle. Buenas noches, buenas noches!!, sacando al perrito?? Mmm se!!, llegue a responder entre dormido y congelado.

Dale che!!, que me estoy congelando le suplico, hace algo, justifica la salida. Nada, cinco diez quince minutos y nada. Vamos que quiero dormir. Suerte que tengo un perro de chico para abajo, lo puedo poner bajo el brazo y llevármelo sin problemas para adentro nuevamente.

Las tres y veinte, me saco toda la ropa, me meto de nuevo en la cama, pero ya con los nervios en contra, ahora pareciera que hubiesen prendidos reflectores en mi cuarto y que estuviese en medio de un concierto de la sinfónica. Pero no, la luz es la del celular que prende cual luciérnaga cada tanto, y lo ruidos son ecos lejanos que un par de horas atrás ni siquiera notaba. Estoy susceptible, tengo miedo de no poder dormir lo necesario y el tiempo sigue pasando. Uy a ver a ver en que puedo pensar para que me venga el sueño rápido.

Guauu guauu, no!!, en perros no, tengo que pensar en otra cosa!!!. No estas pensando en perros boludo, el que te dije esta ladrando de nuevo!!!. Nooo, son casi las cuatro y media!!! Bueno se acabo, ahora yo no puedo dormir. Vamos a la calle che, o te viene el sueño o te congelas en la madrugada, pero esta es la definitiva.

Me miro en el espejo del ascensor, vestido de mina me muero de hambre, pienso para mis adentros mientras ruego que más nadie del edificio me vea con la campera capitoneada de mi mujer. Vamos a la plaza le digo, como para que vea que la cosa ahora viene en serio.

Soledad, aquí y allá alguna sombra caminando en la oscuridad espesa. Pucha que regalado que estoy por tu culpa le digo al perro que empieza a tiritar por el frío que hace.
Seis grados, cero cinco, cero siete horas, marca el reloj termómetro de Boulevard.
Algún taxímetro que otro pasa por la calle, alguno me mira como pensando, “yo laburando a esta hora y este boludo paseando al perro en vez de dormir calentito”

Bah, eso lo pienso yo también, así que basta!!!. Tomo al canido entre mis brazos, y parto hacia mi cama. Son las cinco y treinta y cinco, con números rojos me alerta el radio reloj.
Me acuesto, cinco, diez treinta minutos, no me duermo esperando un nuevo ladrido, cuarenta, cincuenta, sessssszzzzzzzzz.

Dale, mira que son las nueve, despertate que tenes que cambiar el aceite y hacer otros mandados. La voz de mi mujer sonaba en mis oídos pero mi cerebro no llegaba a comprender que estaba pasando. Ehh? Que?? Como??. Ahhh si, bueno ya voy. Me levanto con tremendo dolor de cabeza, mi ánimo esta pésimo, justo hoy tengo que cambiar el aceite!!!. Voy a ducharme, siento ronquidos en el baño, al entrar el, que tanto jodio a su amo anoche, esta tirado sobre la alfombra del baño soñando con alguna costilla con lomo.

Grrrr, me muestra los dientes cuando lo muevo para que se despierte y me permita bañarme. No me muerde, jamás lo hizo, por eso lo tomo de su panza y lo pongo en la ducha, no abro la canilla, pero el sabe bien que significa lo que hice. Es como ponerlo en la silla eléctrica, se desespera, cree que lo voy a bañar, disfruto ver su miedo, no, no seas así che, el perro no te hizo nada malo, solo fue una noche de insomnio.

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La profecia de Perez.

Serian las dos y media o tres de la tarde. Ese día había sido más complicado que de costumbre, los tiempos se me acortaban y los clientes esperaban resultados, así que cuando mi mujer me aviso que la llamada que acababa de llegar hasta el teléfono, era para mí, me puse realmente molesto. “Hola, como estas tantos años”, escuche a una voz mascullar nerviosamente del otro lado de la línea, “Soy yo Camilo Pérez, te acordas de mi?”. Y los recuerdos comenzaron a venir al galope hacia mi mente, si claro, Pérez, como no lo iba a recordar, aquel compañero del secundario, siempre estudiando, y muchas veces solitario, y es que Pérez era el “traga” de la clase, el que obtenía las mejores notas y los peores amigos. Siempre de lentes y con algún libro bajo el brazo, era de los que jamás se raboneaban, y siempre sacaban un diez en todo.


Jamás integrado al grupo de los que gustábamos de interponer la diversión al estudio, conmigo era con el que mas contacto tenia, ya que mi enamoramiento con su prima preferida, había llevado a que compartiera con el, alguna tarde que otra en casa de Noelia, su prima, intercambiando de cuando en vez, alguna palabra , con ese ser parco y sumamente inteligente.

“Hola, estas ahí?”, la voz de Pérez hizo que como una piedra lanzada a un estanque, su pregunta rompiera la calma que hasta ese instante inundaba mi mente.
“Si disculpame, como andas tantos años?, que es de tu vida?”, pregunte, casi automáticamente, tratando de ser lo mas amable posible. “Bien, bien”, me contesto parcamente, “te llamo porque me es imperativo el hablar personalmente contigo”, me dijo en una voz que denotaba un nerviosismo acumulado en vaya a saber cuanto tiempo. “Tenes algún problema?, paso algo con Noelia?”, pregunte ya intrigado por su tono imperativo y nervioso, “no”, contesto el, “pero por favor, no me preguntes nada por teléfono, donde y cuando podemos vernos?”.

A esta altura de la conversación, la curiosidad ya ganaba mi espíritu, haciéndome olvidar de las premuras de los clientes, y las urgencias de las prioridades.

“Cuando quieras nos vemos, yo estoy cerca de Tres Cruces, que te parece en un par de horas en alguno de los cafés del nivel de los andenes, conoces?”, conteste yo, deseando desde ya tener esa reunión lo antes posible, a fin de quitar de mi todas las teorías y elucubraciones extrañas que mi mente estaba tramando a causa de la curiosidad.
“Si, conozco bien, a las cuatro y media entonces nos vemos, yo voy a estar con unos papeles bajo el brazo, creo que no vas a tener problemas en reconocerme”
Dicho esto, y antes de que yo diese mi saludo de rigor, colgó el teléfono en forma que me pareció por demás descortés y brusca.

Hacia muchísimos años que no veía a Pérez, así que sentado en el bar de la Terminal, con un cortado frente a mí, trataba de crear una imagen mental de cómo se vería, con todos estos años a cuestas. Seguiría usando sus gruesos lentes de imitación carey?, llevaría, como cuando adolescente, su pelo cortado casi al ras?, pelo que jamás llegaba a los cuellos de sus blanquísimas y almidonadas camisas?

“Hola, tanto tiempo”, una voz inconfundible me despertó de mi ensimismamiento, levante los ojos, y lo que vi ante mi me dejo perplejo. Una persona con una espesa barba, unos cabellos demasiado crecidos y muy poco higienizados, y vestido como un vagabundo, estaba parado junto a la mesa que yo ocupaba, sus ojos rojos y cansados miraban mi asombro, solamente por su voz, y sus anteojos de falso carey, fue que me convencí de que quien estaba frente a mi, realmente era a quien yo esperaba.

“Pérez, sos vos?”, pregunte como un idiota, y enseguida me arrepentí de la pregunta.
“Si Juan, soy yo, como veras no tuve tiempo de progresar en la vida, pero no me importa mucho en verdad”. Si en algún momento había tenido algún resquemor al estar frente a este ser de aspecto alienado y desaliñado, ahora, al escuchar su voz, dicho resquemor iba desapareciendo de a poco. No sabría como explicarlo, pero por su voz, me parecía que el Pérez que hace años había conocido con sus libros bajo el brazo, y su pelo cortisimo, no había cambiado en nada en su esencia, solo en su apariencia.

Me di cuenta entonces que el aun seguía de pie junto a mi, así que en un ademán en que se juntaban un pedido de disculpas y una invitación a acompañarme, le arrime una silla y automáticamente le pregunte que iba a tomar.
“Un café, gracias”, dijo, y acto seguido con sus manos huesudas y de largas y sucias uñas puso sobre la mesa un montón de papeles, blancos algunos, de colores otros, todos prolijamente cosidos a mano, y con la inconfundible caligrafía de quien tenia en frente.

Tuve la intención de preguntarle por su vida, por su obra, y claro, por la vida de Noelia, a la que recordaba aun con cariño, quería saber si estaba casada, si se había recibido de contadora como era su anhelo, y mas que nada quería saber si ella era feliz.

“Mira Juan”, comenzó a hablar antes de que yo preguntara nada, “lo que te voy a contar es muy importante, no se si me vas a creer pero te pido que primero me dejes hablar y luego si tenes alguna duda me hagas las preguntas que creas necesarias”
Iba a preguntar de que se trataba todo este tema, cuando el café solicitado, llego a la mesa traído por el mozo de turno, lo que me hizo callar, oportunidad que aprovecho Pérez para continuar.

“Siempre me gustaron las matemáticas, vos lo sabes bien, y siempre me intrigo la forma en que estas gobernaban nuestro Universo”, me decía esto mientras se acomodaba sus lentes e intentaba darle un sorbo a su humeante café, yo lo miraba, y aun sin comprender bien lo que pretendía de aquella reunión, asentía con la cabeza, a la vez que me distraía con la bella rubia sentada frente a nosotros. “Esto es importante Juan, demasiado importante”, me dijo de pronto, cuando noto mi falta de interés, y yo me sobresalte, el tono de su voz había cambiado completamente, ahora este se condecía con su aspecto físico, y eso me produjo, al decir verdad, cierta incomodidad que hasta ese momento no había sentido.

Así que venciendo mi incomodidad, y a esta altura también mi aburrimiento puse atención a lo que mi ex compañero de liceo comenzaba a contarme. Su tono otra vez había vuelto al cauce sereno y conocido por mi, por lo que aunque no el aburrimiento, si mi incomodidad volvió a desaparecer como por arte de magia.

“Hace muchos años”, comenzó diciendo, “tuve una intuición, esa intuición me llevo a pensar que todo lo que sucede, sucedió, o sucederá, en cualquier sitio del Universo, puede explicarse mediante una formula matemática. Esa formula seria ni mas ni menos que la ecuación madre de todas las ecuaciones, que tantos pensadores intentaron descubrir a través de la historia para explicar el funcionamiento de todo lo que nos rodea”. Hizo una pausa, ojeo algo en sus escritos y prosiguió, “fue así que comencé a estudiar concienzudamente los fenómenos planetarios desde que estos comenzaron a documentarse, hasta el día de hoy, para tratar de obtener un patrón matemático en ellos, y comencé con esos fenómenos cósmicos, ya que la intuición me decía que a mayor escala del fenómeno, menor la dificultad para descomponerlo en una formula matemática”, yo lo observe, hice una mueca de incredulidad, lo que fue interpretado por Pérez como un pedido de explicaciones sobre lo acababa de decir, y explico “es sencillo Juan, cuanto menor es la escala del fenómeno, mayor es el nivel de detalle y mas variables se hayan en juego, por eso es mas difícil calcular la trayectoria de una piedra lanzada por un brazo humano, que la orbita de un planeta”. Mire el reloj, las agujas me mostraban que por encima de cualquier ecuación que gobernara al Cosmos, ya se estaba haciendo tarde, y tenia cosas mas interesantes que tratar, así que anticipándome a las frases, para mi poco coherentes, que Pérez se aprestaba a comunicarme, tome valor y le dije, “disculpame mi ignorancia, pero me estas contando cosas que a mi no me interesan para nada, es mas no se porque después de tantos años acudís a mi para contarme sobre tus teorías”

El me miro, su mirada trasuntaba ahora siglos de cansancios e incomprensiones, y me arrepentí por segunda vez de haber dicho algo que no tendría que haber dicho.
“Perdoname” dije tratando de disculparme, “estoy bajo mucha presión, y hay veces en que ni se lo que digo”.
“No te hagas problemas Juan, ya estoy acostumbrado a que no me tomen en serio, sabes?, esa es la historia de mi vida, y sin embargo es tan importante lo que quiero compartir contigo!!”, yo baje la guardia, pedí otros dos cafés y rogué a Pérez que siguiera con su cuento.
“Bueno, como te decía, estudie durante casi treinta años los principales fenómenos cósmicos, y eh aquí que llegue a descubrir un patrón que los relacionaban, un patrón que se da a partir de ciertas variables, tantas y tan complejas, que el hombre ha llegado a definirlas con la palabra azar”.

Llegaron los cafés a la mesa, hizo el una pequeñísima pausa y prosiguió, “Ese falso azar que muchos piensan que es en definitiva lo que nos gobierna, es lo que al fin, después de una vida, yo pude descomponer en una ecuación”.
Mentiría si no dijera que a esta altura de la conversación, un dejo de interés comenzó a asomar en mi, y quizás el lo capto sutilmente pues me dijo a continuación. “Si Juan, aunque no me creas, he logrado una ecuación con la cual puedo calcular con una exactitud casi total, hechos que ocurrirán en el futuro”.
Yo lo mire sorprendido, quizás porque esperaba otro tipo de confesión de su parte y le dije, “mira Pérez, es muy fuerte lo que me estas diciendo, si fuese verdad lo que me acabas de decir, ya habrías acertado el Cinco de Oro varias veces y no estarías hecho un mamarracho como estas ahora”, no termine de completar la frase y ya me estaba arrepintiendo por tercera vez de mis dichos. “Como te dije antes”, prosiguió el casi sin inmutarse por mis palabras, “calcular cosas tan humanas, es sumamente difícil, y lleva un tiempo enorme, es por eso que me he dedicado a la tarea de descifrar futuros sucesos a nivel cósmico en que la escala de las variables a considerar, si bien son enormes, son menores, como ya te he explicado antes”. Yo emití un sonido cuasi gutural de asentimiento y el prosiguió. “El estudio minucioso, y repetido en tres ocasiones, que he realizado Juan”, y aquí se puso serio y comenzó a tartamudear, “me indica que el mundo tal como lo conocemos no existirá mas a partir del próximo jueves a las 17 y 35 hora uruguaya”.

Yo me quede boquiabierto, ya habían pasado casi tres horas de conversación, y recién ahora caía en la cuenta que mi interlocutor era un orate?, En que momento la mente de este otrora brillante ser humano se había estropeado?, fue a causa de tanto estudiar?, seria un problema de orden genético?, como había demorado tanto en determinar que tenia frente a mi a un loco que me estaba diciendo que al mundo le quedaba solo tres días de existencia?, me hacia todas estas preguntas al tiempo que pedía la cuenta, para de una vez por todas, dar por terminada la reunión.

“Sabia que no me ibas a creer Juan, y te comprendo, si yo estuviese en tu lugar difícilmente hubiese creído esta historia, y como sabia esto, hice un esfuerzo tremendo durante seis meses, sin descansos casi, para poder hacer una pequeña lista de hechos menores que ocurrirán entre hoy y mañana, para que veas que no te estoy mintiendo”. Dicho esto saco un papel grasiento de un bolsillo de su pantalón y lo deslizo hacia mi mano izquierda que tenia sobre la mesa, se levanto, me pidió perdón por pasarme tan gran carga a mis hombros, levanto el montón de papeles encuadernados que aun estaban en la mesa, se despidió con un gesto cortes pero calculado y desapareció entre el gentío de la Terminal.

Yo me quede sentado en silencio unos instantes, luego me levante y comencé a caminar lentamente hacia Boulevard Artigas, rumbo a mi casa.
Iba a tirar el papel que me había dado, mas, por pura curiosidad lo comencé a leer, en el primer renglón se veía:
Día Martes (hoy) Hora 19.43, pequeño accidente en Goes y Acevedo Díaz, coche azul choca con ómnibus interdepartamental, solo una señora rubia sufre un pequeño corte en una mano.
Iba a reírme de lo leído, cuando escucho una frenada espectacular seguida de ruidos de vidrios rotos. Mire el reloj 19.43, que casualidad pensé para mis adentros, e iba a tirar nuevamente el papel, cuando se me da por pensar que el sonido del choque provenía de la calle Goes, así que fui a ver hasta donde las casualidades podían ser posibles.

Los curiosos se agolpaban en mitad de la calle viendo como un pequeño VolksWagen azul yacía incrustado en un ómnibus con destino a Tacuarembo. “Que pasó, hubo heridos?” Pregunte como un curioso más a alguien que había presenciado todo. “No, por suerte no paso nada, pero la saco barata la señora, solo se hizo un corte en una mano, pero nada serio”. Me sentí mareado, tantee el bolsillo de mi saco, y note que el papel grasiento seguía allí, me fui para casa, leyendo por el camino lo que aun me faltaba leer.
Día Miércoles Hora 00.15, terremoto en región despoblada de China, sin victimas.
Día Miércoles Hora 12.50, apagón general y por diez minutos aproximadamente debido a incendio en sub estación de UTE.
Día Jueves Hora 10.22, astrónomos detectan una súper explosión solar, el mundo científico se asombra por la magnitud del fenómeno que afectara sin dudas a la Tierra.
Día Jueves Hora 17.35, fin del mundo.

De más esta decir que no conté a nadie en mi casa de la extraña conducta de mi ex compañero ni sobre sus agoreros cálculos, en lugar de ello, taciturno y expectante, prendí la televisión en el canal de noticias esperando de una vez por todas el desmentido a sus funestos cálculos.

La espera fue insoportable, haciendo zapping todo el tiempo, estuve esperando insistentemente las noticias hasta la una de la mañana, sin que tuviese en ningún canal de noticias novedades sobre terremoto alguno.
Al otro día ya mas tranquilo, y pensando en lo increíblemente casual, del asunto del choque, me disponía a ver el noticiero al medio día, pensando en como nos íbamos a reír con mi mujer cuando le contara la verdad sobre la reunión con Pérez.

El almuerzo estaba servido, la tele de fondo nos notificaba de algún nuevo atraco o un conflicto en ciernes, cuando una noticia llamo mi atención, un terremoto en China, se había producido en la noche de ayer a las 00.15 hora uruguaya, por suerte sin causar victimas pues el mismo se había producido en una zona despoblada del país continente.
Estaba petrificado, el tenedor a medio camino entre el plato y mi boca. Mi cabeza giro casi inconcientemente hacia la pantalla para ver mas detalles sobre lo ocurrido, cuando la oscuridad acaparo la pantalla.

“A ver que paso con la luz?”, pregunto mi esposa, mientras yo no salía de mi asombro, “fijate si salto alguna llave, que en la cocina no hay corriente, “no te preocupes”, dije yo, transpirando y temblando, “en diez minutos la luz vuelve, es un problema de UTE”.
“Siempre inventando una excusa para no trabajar”, me decía ella a la vez que comprobaba por si misma que las llaves estaban en su posición de encendidas.
Iba a contestarle algo, ya ni me acuerdo que, cuando la retomada energía, daba fuerzas a quien desde la TV reiniciada pedía disculpas, “por el momentáneo corte, ocasionado por un incendio en una sub estación de UTE”

Mi mujer me miro con asombro, yo me seque la transpiración de la frente, y me senté, mientras escuchaba como en segundo plano a mi mujer preguntándome si me sentía bien, que me notaba pálido.
Hoy es Jueves, y según mis cálculos esta faltando un poco mas de cuatro horas y media para que todo termine, estaba dudando en escribir esto, hasta que la noticia que dio la tele sobre la explosión solar termino por convencerme de hacerlo, ahora ya no puedo seguir con este peso sobre mis hombros, y siento el deber de compartirlo, a mi familia no le he dicho nada, no quiero pensar en pasar los últimos momentos de nuestras vidas amargados y con temor. El tiempo sigue corriendo, y he decidido que si con alguien debo compartir esto es con ustedes, que tantas cosas han leído de mi, ahora, me siento mas aliviado, tal vez mañana releamos esto y nos riamos juntos de mi estupidez, a no ser claro esta, que los cálculos de Pérez hayan sido correctos, y ya no tengamos posibilidad de vivir otro mañana.

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Paysandu.

Tengo todo arreglado, nos dijo el flaco Roberto, ustedes se vienen de noche a eso de las nueve a casa, pasamos la noche allí, y nos levantamos temprano para ir hasta la agencia de camiones que queda cerca de casa, ya arregle con un camionero amigo que va a Paysandú y nos llevara hasta allá sin problemas.


Así, que ese viernes previo a Semana de Turismo, Santa, o principalmente para nosotros, De la Cerveza, tomamos el ómnibus que nos llevaría desde Malvin hasta el Prado, donde vivía el flaco, junto a Fernando y a José, dispuestos a emprender el viaje hacia Paysandú y su semana de la Cerveza a la madrugada siguiente.

Pero claro, como dice el dicho uno propone y dios dispone, y en realidad, en este caso era la madre del flaco que estaba disponiendo que este, debido a su mala actuación liceal, no iría a ninguna parranda desde ese momento hasta que cumpliera la mayoría de edad.

Así que cuando estábamos llegando a la casa del susodicho, vimos que una mochila volaba por la ventana de una casa, y a continuación alguien saltaba siguiéndola. Que pasa flaco?, nada, nada, respondió, mi vieja no me quiso firmar el permiso de menor así que me rajo de todos modos, aclaremos, no se como es ahora, pero hace 30 años era un pasaporte a caer en cana, si estabas con pinta de guacho, pelo largo y sin ningún mayor a la vista, tenias una mochila al hombro y no tenias el famoso “permiso de menor” expedido por la comisaría del barrio, pero flaco, y ahora donde dormimos?, pregunte yo, hubiese también preguntado si lo del camionero estaba arreglado, pero por temor a la respuesta me calle la boca.

Así, que luego de pasar una noche congelante en el Prado, a eso de las siete de la mañana arrancamos hacia la avenida Millan, para empezar a hacer dedo, ya que como nos temíamos, el viaje con el camionero amigo del flaco, por problemas que no vienen al caso, había quedado sin efecto.

Por supuesto que no era la primera vez, ni seria la ultima, que viajásemos a dedo, pero uno ya tenia las expectativas puestas en ese camión, así que el malhumor era palpable en el grupo. Si serás pelotudo, primero nos haces dormir en el Prado y ahora tenemos que hacer dedo, decía Fernando, bueno que queres que haga si se me complico la mano, contestaba el Flaco, y como todos sabíamos que si había un ser irresponsable en este mundo este era el Flaco, terminábamos por callarnos y hacer dedo, pues sabíamos que por mas que protestáramos, el otro no iba a cambiar mas su forma de ser.

Así que luego de horas y horas de hacer dedo y bajar y subir de diferentes vehículos llegamos cerca del anochecer a Paysandú. Era norma en nuestro grupo, el salir a la deriva, sin comida, sin dinero, solo con una mochila algo de ropa y el sobre de dormir. En esas épocas éramos jóvenes, alocados y nos sabíamos encantadores, así que nos resultaba realmente fácil sobrevivir día a día de la “caza y la pesca”.

No era la primer visita a la Semana de la Cerveza, ya habíamos estado anteriormente, y siempre nuestra forma de sobrevivir, era dormir en campamentos cerca del río, y recorrer alguna casa que otra pidiendo algo de comida, actitud que hoy me daría vergüenza llevar adelante, pero en aquella época se ve que de vergüenza teníamos poco stock en nuestras mochilas.

Y fue en una de esas recorridas que llego a una casa, donde me recibe una mujer, que aunque bastante mayor que yo, demostraba una belleza natural y fresca.
Ella, ya con sus años encima, y soltera, vivía con un familiar en su casa, y quedaba por largos periodos de tiempo sola, ya que ese familiar por negocios viajaba constantemente.

Donde estas durmiendo?, me pregunto, y sin dejar que contestara agrego, aquí en casa tengo lugar en el garaje, porque no te quedas a dormir aquí?
Y a partir de ese día, disculpándome con mis amigos, mude las pocas cosas que me acompañaban, hacia el garaje de esta desconocida pero generosa dama.
Pasaron un par de días, de tarde yo pasaba con mis amigos recorriendo el festival y disfrutando la vida, y por las noches iba a cenar y dormir a la casa de mi nueva amiga.

Una noche luego de una juerga bastante pesada, llegue a la casa de Ella con más litros de cerveza que de sangre en mi organismo, por lo que pase una mala noche, y un peor despertar debido a la resaca. Ella se apiado un poco de la situación, y a la mañana estaba golpeándome la puerta de mi “habitación”, con un te en la mano, Ella se sentó a mi lado, y me dio el te que comencé a beber con placer. Y comencé a sentir, el tibio calor de la infusión llenando mi garganta, y la tibieza de su mirada en mi cara. Luego de algunos segundos en que su mirada se cruzo con la mía, segundos que me parecieron eternos, tomo mi cara entre sus manos, y me beso muy despacio y tiernamente los labios.

Yo no sabia como actuar, era demasiado joven y ella superaba en mucho mi edad, y esas sorpresas descolocaban mis ansiedades adolescentes aun. Ella me miro, dijo en voz alta, pero como para si misma “Pensar que podrías ser mi hijo”, me pidió disculpas por el beso y se retiro.

Esa noche, y luego de pasar la tarde con mis amigos, a los que no conté nada sobre mi experiencia, regrese a la casa de Ella, me estaba esperando con la cena pronta, y con una tristeza en su rostro que era palpable. “No debí haberte besado tesoro” me dijo mientras acariciaba mi cara, “sos demasiado joven, perdoname”. Dicho esto agrego, “Y creo que seria bueno que no te quedaras mas en casa”.
Aunque en ese momento no entendí la actitud de ella, muy a mi pesar tome mis cosas y me fui, rumbo al campamento a pasar la noche junto a mis amigos.

Nunca más supe nada sobre aquella dama, a la cual comprendí recién al ser yo mismo un adulto, pero tengo presente en mi corazón su ternura, su indecisión, y su miedo a la hora de besar mis labios adolescentes, hace tanto tiempo ya.

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Mis miedos.

Pero que cosa no?, hoy sentado aquí mismo frente al monitor sin hacer nada productivo, estoy por tomar entre mis manos la taza con café, y zas, por miedo a quemarme cuando iba a asir el humeante beberaje, hice un mal movimiento y decore con hermosas manchas marrón oscuro, unos papeles un tanto importantes.


Y fue en esa experiencia cuasi mística y un tanto sucia, que me puse a cavilar sobre los miedos en el ser humano. Pues acaso hay alguien en este mundo que no este condicionado por los miedos? Inculcados, aprendidos o inventados, pero siempre presentes en nuestras vidas.

Nacemos asustados, ya que pasamos de un lugar calentito y cómodo a un lugar frío y desconocido, donde ni bien nos presentamos, zas, nos dan una palmada para avivarnos!!, y claro eso ya nos condiciona, ya debutamos en este mundo como seres miedosos.

Y cuando comenzamos a crecer, quien no ha dejado de decir, tocar, o hacer por miedo al sopapo materno? Cuantos pintores de frescos se ha perdido la humanidad por la amenaza de la mama al nene que pintaba la pared con la crayola? Yo mismo creo que el miedo coarto mi vocación de ingeniero, si rompes o desarmas eso te la ligas!!, me decía mi viejo, y entonces, yo por miedo al cinto, me quedaba sin saber lo que había dentro de los juguetes o los aparatos eléctricos de la casa.

Luego, aun chiquito nos enseñaban los curas, a los que tuvimos la desgracia de ir a un colegio católico, que mentir era pecado, robar era pecado, fornicar era pecado y si no teníamos edad aun para fornicar, autosatisfacerse también era pecado, Dios los esta mirando decía el cura, levantando el índice hacia el techo, y el infierno esta allí para aquellos que pequen!!!, se retrucaba a si mismo con el dedo apuntando al sótano.

Y claro uno, que era bastante inocente a esa edad, miraba para arriba, luego para abajo, cavilaba un rato y no robaba, no mentía y dejaba al pito bastante quieto por temor a que ese cornudo rojo, con cola y tridente lo incinerara a uno en el fuego eterno.

Luego cuando nos avivamos que seria imposible que existiese algún diablo que pudiera lidiar con tanto mentiroso, pajero y ladrón que hay en este mundo, fue que ya el miedo a la estadía eterna en el infierno quedo sin efecto. Pero aparecieron otros miedos, claro, mas acordes a la edad en que uno tenia, pero no menos castradores que los inventos del cura.

O acaso en esa hermosa etapa de la adolescencia, quien no dejo algo sin hacer por miedo a que no funcionara?, o que le dijeran que no?, o que fuera imposible de llevar a cabo? Recuerdo que en tercero o cuarto de liceo no me le declare a cierta compañera por la cual hubiese muerto, por miedo a que me rechazara, con el tiempo supe que ella hubiese dicho que si, pero el miedo, ese miedo al fracaso me hizo fracasar.

Luego uno abandona la adolescencia y se adentra en la adultez, y ya como adulto, deshecha los miedos juveniles, uno ya no es un imberbe inseguro con barritos en la cara!!, uno ya es todo un hombre con pelos en el pecho (bahh no muchos en realidad), y entonces los miedos, nuestros miedos, si efectivamente, no desaparecen, solo cambian.

Ahora el miedo es al compromiso, a engancharse en una relación duradera. Uno anda por los veinte y pico y le aterra la posibilidad de un embarazo no previsto, de un matrimonio no deseado. Pero claro, no les ha pasado, que los miedos desaparecen cuando aparece el amor?, y es el amor que nos hace olvidar el temor al matrimonio, y nos vuelve tipos totalmente dominados y felices. Pero claro, siempre hay un pero en la vida, otra vez el miedo se metamorfosea, ahora uno siente miedo al futuro incierto, a las dudas sobre el porvenir de la familia, en fin siente miedo al fin de mes.

Y uno entonces, se mata laburando para rodearse del confort que lo haga olvidarse de las cuotas y las tasas de interés de la tarjeta de crédito, y ya no tenemos miedo a un futuro económico incierto, ahora nos aterran otras cosas.

Y es que uno ya cincuentón, a veces ve fotos de uno mismo cuando se sabia ganador y con futuro y añora esos años, y entonces se aterra, porque uno se da cuenta que dentro de diez o veinte años, estará viendo su propias fotos de cuando tenia cincuenta y añorara esos dorados años de cincuentud, cuando aun no le temía a la parca.

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Mi mascota.

Recuerdo que yo estaba con mama el primer día que lo vi, era tan chico e inocente que supe al instante que ese cachorro que me miraba con ojitos llenos de sorpresa, estaba destinado a ser mi amigo.

Yo, al igual que el, estaba en esa etapa de la existencia, en que descubrimos que hay un mundo mas allá de la seguridad materna, despertaba a lo nuevo que me ofrecía la vida, y esperaba que gracias a ese cachorrito que tenia frente a mi, un mundo que no me era muy conocido hasta ese momento, comenzase a explorar con alegría.
Amistad, compañerismo, gusto por compartir juegos y fantasías, todo esto y mucho mas esperaba descubrir con mi nuevo amigo.


Quizás más de uno se sorprenda al saber cuantos sentimientos pueden despertar en nosotros una mascota, y es que quien se sienta sorprendido, seguro que es porque no ha experimentado jamás esa sensación de tener a alguien tan cercano, compartiendo, descubriendo, en fin, creciendo a nuestro ritmo. Que si era mío?, no lo se, no sabría explicar la relación entre mi mascota y yo con un simple sentimiento de propiedad, mas bien era una amistad sincera y sin diferencias. No me sentía superior ni diferente a el, éramos iguales, amigos que compartíamos horas de juegos, alegrías y porque no, tristezas también. Y el vinculo crecía día a día, cuantas veces me preocupe al verlo triste o callado!!, y cuantas otras veces asumí culpas ajenas por travesuras que a mi mascota le hubiesen costado un buen rezongo!!.

Y el tiempo fue pasando, el tiempo, eso tan extraño que logra avivar la llama de nuestra sabiduría, pero apaga la de nuestra magia. Y esta visto que cuanto mas se aleja uno de la magia de la niñez, menos comprensivo con quienes son diferentes uno se vuelve. Y eso le pasó a mi mascota, creció, y al crecer ya no me vio como otro cachorro, las cosas estaban cambiando.

No puedo decir con seguridad cuando paso, en realidad no me gusta pensar en ello, pero paso, nuestra amistad se fue enfriando, ya mi mascota no demostraba la alegría que demostraba de cachorro al verme, y eso me mortificaba realmente. Poco a poco crecía la indiferencia hacia mí, y, de ser un amigo, pase a ser un estorbo.

Hoy, con todos los años encima, estoy viejo y achacoso, tengo dificultades para caminar, y ya no tengo la vitalidad de antes, pero esos no son mis mayores penas. El mayor dolor que llevo dentro de mi, comenzó el día que vi por última vez a mi mascota, y ese es un dolor peor que el físico, es un dolor del alma.

Fue un día como tantos, subimos juntos al auto, y yo ingenuamente pensé, que jugaríamos en algún parque, como tantas veces habíamos jugado antes.
Pero el auto no paro en ningún parque, siguió, y siguió, y el viaje se me hizo largo.
Cuando el coche se detuvo, yo no sabia donde estábamos, bajamos los dos del auto, yo me aleje unos metros, y sorprendido vi como mi mascota me miraba, me daba una última caricia en mi lomo, subía nuevamente a su auto y desaparecía para siempre, dejándome poco menos que tirado en este lugar desconocido para mi.

Hace ya días que estoy solo, algún que otro vecino caritativo me pone algo de comida o agua en mi improvisada cucha, pero yo no tengo hambre, mis orejas están caídas, mi cola ya no se mueve con alegría, y tengo marcas de lágrimas al costado de mi hocico...

Y es que extraño mucho a mi mascota.

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Mares y divagues.

Estoy mirando hacia la rambla en estos momentos, y comparo mi vida con algo tan inmenso vivo y extraño como lo es el mar, tan variable, pero siempre con la misma esencia. A veces calmo, otras veces picado, incluso tempestuoso, claro, turbio, en fin, en cambio constante, como cambia mi vida casi sin aviso previo.


Las olas dejan en las rocas su carga de pureza o de mugre, lavan o ensucian la costa, al igual que lo hecho por mi por años y años con lo que me rodea, y lo extraño es que, esa mugre casi siempre es ajena, hay veces que no es mi propia suciedad la que arrastro a la orilla, es la inmundicia que a lo largo de los años se fue vertiendo en mi, contaminándome, enturbiando mi vida, y destruyendo mi pureza, aunque en realidad no recuerdo ya, si alguna vez fui realmente puro.

A veces pienso, conocerá la superficie del mar lo que se esta gestando en sus profundidades? Tal como yo, quizás no lo sepa, solo lo sospeche, es probable que los sismos y cataclismos interiores remuevan ferozmente su superficie sin que esta comprenda totalmente el porque de esa furia profunda, creando así, inmensas y destructivas marejadas, feroces olas, y que al no poder hacer nada para contenerlas, solo deja que atropellen como bestias salvajes y se destrocen sobre las rocas.

Pero el mar, y mi vida, tienen también sus momentos de calma reflexiva, momentos en que comprende que no podría existir sin algo que lo contenga, que para su supervivencia, es tan importante el agua que lo integra, como las orillas que le dan forma y lo mantienen integro, y es ahí donde se deshace en oleadas de caricias pausadas, calidas y suaves sobre las arenas y las rocas, pero son caricias de remordimiento, que tratan, sin éxito, de que las costas olviden las tormentas, es difícil pensar solo en aguas calmas, viendo las marcas dejadas por mil tempestades en la dura piedra.

Y tambien hay días como el de hoy, en que las nubes oscuras le prestan sus sombras al mar, volviéndolo melancólico, oscuro y distante, como pensando, lamentandose? de su propio destino, quizas mañana, si el sol brilla, y enciende mil chispas en el agua, me sienta feliz como la playa en una tarde de verano escuchando el propio sonido del oleaje, y el de niños jugando en sus orillas.

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El arbol de Pitanga.


La lógica no siempre es la misma, cambia, se transforma con el paso de los años y de las experiencias. Decisiones que para un adulto son lógicas de tomar, para un niño quizás no lo sean, y hace que muchas veces que esas decisiones que los adultos tomamos, a menudo no sean comprendidas por la inocencia. Y esto, de no comprender las lógicas adultas, me sucedió hace mucho, cuando gozaba aun, de esa inocencia que nos hace descreer de la muerte y confiar ciegamente en todo lo bueno que nos rodea.




Había en casa de mis abuelos un árbol de pitanga, árbol que había crecido prácticamente conmigo, pero que por cuestiones de la sabia naturaleza, se le había dado por dar frutos muchísimo antes de que yo lo hiciera. Arbolito no muy alto, pero bastante frondoso, esperaba los veranos para regalarnos esas pequeñas frutitas, que iban mutando poco a poco del verde pálido, al morado oscuro, casi negro.

Mi avidez de niño hacia muchas veces que esa mutación quedase inconclusa, ya que al llegar a la etapa rojiza de la fruta, no era de extrañar que tanto mis primos, como yo, estuviésemos trepando a las frágiles ramas para obtener el jugoso premio. Claro, nosotros éramos nuevos, y teníamos toda la impaciencia de la vida metida en la sangre, así, que solo algunas bayas lograban llegar a su madurez total. Esas eran las que la abuela, mas alta que nosotros, nos alcanzaba desde la “cima” del arbolito cuando estaban prontas para su consumo, y que con avidez tomábamos del mágico y arrugado arcon de sus manos.

Como me gustaba sentir el dulzor de su carne suave, entibiada por el sol del verano!, y pintarme la boca con ese color morado!!!, bueno no solo la boca, manos, cara, y por supuesto la servilleta de nuestra ropa, quedaban con esas manchas como de vino tinto, que a mi madre le costaba tanto sacar.

Cada verano era igual, desde la tierra del jardín la dulzura brotaba en forma de oscuras bolitas, que esperábamos impacientes a que madurasen en aquel arbolito, tan generoso como frágil.
Y para mi, parte de la lógica de este mundo en aquella etapa de mi vida era esa, gozar de lo bueno que nos daba el mundo, y que creía para siempre, el amor de mi mama, las complicidades de mis abuelos, los juegos con mis primos, y por supuesto, los veranos de pitangas maduras y aroma de jazmines.

Y fue allí en medio de mi inocencia y candor, que descubrí que la lógica no siempre es la misma para todos. Todo comenzó, cuando no se quien se dio cuenta que la tierra del jardín permanecía permanentemente mojada. Primero comenzó con una humedad casi imperceptible en la tierra, luego, con el paso de los días, esta se fue impregnando cada vez mas con agua, al punto que cada vez que jugaba en el jardín, terminaba embarrado de pies a cabeza.

El diagnostico fue injusto y terrible, las raíces del pitanguero, estaba rompiendo los caños de la casa. Tendrían que sacrificarlo!!!. Para un niño que podía llegar a forjarse una gran amistad con perros y árboles, la noticia que aquel amigo que nos regalaba fruta en cada verano tenia que morir era ilógica, lo lógico era que el patio siguiese embarrado, y que el verde musgo siguiera con su conquista de la tierra, ya a estas alturas, totalmente embebida en el agua.
Lo lógico en ese momento para mi, hubiese sido que la abuela hubiese seguido por siempre bajándome los frutos mas negros de la pitanga, y yo, siguiera haciendo rabiar a mama cuando me viera con la ropa manchada con borra de vino.

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El Lobito.

Recuerdo la primera vez que tuve al Lobito en mis brazos, yo rondaba los cinco o seis años, y era la primera vez que veía esa bola de pelos sin cola y con los ojos aun cerrados de tan chiquito que era. Del color de la nutria, se destacaba de la camada por haber nacido rabón. Quizás eso fue lo que mas llamo mi atención, lo vi como diferente a todos, como único, y fue así que al momento de elegir, no dude ni un instante, ese cachorrito indefenso con los ojos cerrados aun, sin cola, y que buscaba con su hociquito el olor de su madre, seria mío.


Al igual que sus hermanos, descendía de padre desconocido, y su madre era una perrita de varios pelos, de esas que se crían en las chacras, plagada de garrapatas y abrojos. Pero lo que le faltaba de pedigrí, le sobraba de lealtad con su dueño y sus cachorros, aun recuerdo su cara cuando uno a uno se llevaban sus perritos para ser repartidos entre los conocidos. Y esa lealtad la heredaría el Lobito.

Que trabajo nos dio el traerlo a Montevideo, dentro de una caja de cartón, rodeado de un buzo de lana mío, íbamos en el tren deseando que terminase el viaje, el lobito no paraba de llorar, extrañando a su madre tal vez, o por sentirse rodeado de olores extraños y poco amigables. Pobre hoy me doy cuenta lo traumatizantes que pueden ser para un animalito recién nacido los cariños propinados por un niño!!, es que yo lo creía de goma, eterno, sin posibilidades de que sufriera o se pudiera morir.

Pues bien, pese a las caídas desde mis brazos, a los pisotones dados sin querer, y a los golpes que recibía de vez en cuando con la pelota, el bueno del Lobito fue creciendo. Ya no era mas aquella criaturita indefensa, ya era un perro echo y derecho, no era lindo, es cierto, con su postura retacona, su falta de cola y sus pocas pulgas con los extraños, no seria candidato a ningún premio del Kennel Club, pero era mi perro, el que se ponía a saltar de contento cuando yo llegaba a casa, el que se quedaba a mi lado sin moverse cuando los ataques de asma me hacían guardar cama. Un lazo invisible pero poderoso lo unía con su amo, sabia de mis tristezas o alegrías con solo mirarme, si me veía mal, no molestaba, solo acompañaba, si me veía alegre, saltaba a mi alrededor, haciendo rabiar a mi vieja por las cosas que tiraba.

El tiempo fue pasando, yo fui creciendo y el envejeciendo, yo ya no pasaba muchas horas en casa, tenia otras prioridades y otros amores, y poco a poco me fui apartando de mi amigo peludo con el que había compartido tantas horas de mi niñez. El ya no saltaba al verme, solo movía la rabona cola mansamente con sus orejas echadas hacia atrás, y es que el comprendía que yo ya estaba grande, y que ya era imposible que pudiese volcar toda mi atención hacia el. Pero eso no significaba que yo no lo quisiera, es que ya no tenía tanto tiempo como para dedicarle, pero vaya que lo quería!!.

Fue una tarde de febrero, a la vuelta de la playa, entrando al jardín de mi casa veo a mi madre acercándose despacio, como para decirme algo tremendo, y vaya si lo era!!
El Lobito esta muerto, me dijo secándose una lagrima, yo no dije nada, solo fui al fondo a ver si eso era cierto, y lo era, echado sobre su cucha parecía que estuviese soñando con caricias y juegos junto a su dueño, pero frío, estático, no se movía ni siquiera con mis continuas caricias. Llore, mentira que los hombres no lloran, aunque sea por un perro.

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Un dia hace mucho en Plaza Fabini.

Es extraño como somos selectivos a la hora de acceder a nuestros recuerdos. Creo que uno guarda todo, bueno, malo, útil e inútil, en su arcon de remembranzas. Grandes y pequeños momentos de nuestras vidas quedan allí, en algún sitio polvoriento esperando ser rescatados. Claro esta, que mientras que algunos recuerdos se guardan allá, en el fondo del baúl como esos objetos cuasi inútiles que, sin tirarlos por las dudas, uno guarda bien lejos del alcance de nuestras manos, hay otros que uno trata de tenerlos siempre disponibles, resguardándolos del polvo del tiempo con su bolsita individual y aireándolos cada tanto para que no se apolillen.


Entre estos últimos atesoro un recuerdo de mi niñez tan inocente y candido, como inocentes y candidos éramos quienes a los ocho, nueve o diez años aun usábamos pantalones cortos y creíamos en la bondad del mundo. Cada día iba yo al colegio, que distaba de mi casa unas ocho o nueve cuadras, caminando, acompañado por mi madre, ya que, “había que cruzar calles por donde pasaban ómnibus” y eso a mi madre le preocupaba mucho, y en otras ocasiones, cuando coincidían los horarios, iba o venia junto a una vecina mayor, que por estar en el liceo y no usar túnica ni portafolios, era para mi toda una mujer.

Y es el recuerdo de sus labios inexpertos besándome y temblando que cada tanto desempolvo para tenerlo siempre a mano. “No le cuentes nada a nadie” pedía mientras labios y dientes entrechocaban nerviosamente en una parodia de beso, que me hacia sentir ya casi casi un hombre.

Hoy, luego de mantener la promesa de no contarle esta experiencia a nadie por demasiados años, la cuento, y pienso en lo cómica que habrá resultado la escena, de dos niños intentando besarse como los grandes lo hacían, en medio de la plaza Fabini en Malvin, el, de guardapolvo escolar, ella de uniforme liceal, pero en ese momento no importaba, éramos dos chiquilines despertando a algo deseado, prohibido y desconocido, y me gustaba, sentía por primera vez el sabor femenino en mis labios, que no era otro que el sabor de la ternura y el amor.

Han pasado muchos años y besos por mi vida, y como a muchos les pasa, unos se recuerdan, otros no, pero jamás olvidare el beso tierno e inexperiente de aquella niña que en una tarde lejana en la plaza Fabini, comenzó a abrirme el portal del paraíso.

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Cosas que pasan.

Me levante temprano hoy, por aquello de que “al que madruga...”, desayune como siempre, me metí en la ducha como otros tantos días y en medio de una espumosa sesión de gel de ducha, de esos que además de tener propiedades aromáticas te llenan de espuma hasta los tímpanos, zas se rompe el calefón.


Cosa mas jodida que sacarse la espuma, que además es como si estuvieras aceitado, del cuerpo con un baldecito de playa, hay pocas en esta vida. No pasa nada me dije, todo tiene solución en esta vida, voy a aprovechar que estoy desespumado y es temprano y me voy hasta el súper para ir ganando tiempo y no perder la tarde del sábado, voy al garaje para subirme al auto, cuando compruebo que no solo no me arrancaba, sino que para colmo de males había cagado el pedal del embrague con trozos de un hermoso y aromático sorete de can que había pisado sin darme cuenta.

La puta esto no me puede estar pasando a mi, debe de haber alguna cámara escondida en algún lado y me estoy ganando un auto pensé. Pero no, las únicas escondidas eran las personas del lugar, que se ve que al ver que el coche no arrancaba se escondieron no se donde para evitar darme una mano empujando el auto.

No te enloquezcas Jota E anda caminando al súper me dije. Así que me hice cuatro cuadras descargado y optimista primero, y cargado hasta las orejas y puteando por el dolor de espalda después, ahora algunas horas después de esta odisea matutina, estoy cavilando que si no le hubiese hecho caso al pelotudo, que al no tener televisión ni banda ancha se le da por inventar refranes, y me hubiese levantado mas tarde, la enjabonada hasta los omoplatos hubiese sido mi mujer, otro hubiese pisado el sorete, y yo me hubiera dado cuenta que el coche no arrancaba cuando ya estuviera el cuida coches, un canario de fierro que tiene la fuerza de dos locomotoras y que mueve mi auto como si fuese un triciclo.

Igualmente no me quejo, yo se que “no hay mal que dure cien años”, y que “a mal tiempo hay que ponerle buena cara” porque "siempre que llovió paro" no?.

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Mi esencia.


Mi cuerpo vive, late, respira se nutre y vibra, sin sospechar siquiera de donde viene la materia que lo compone. De donde provendrá el material que hoy late en mi corazón y me da vida?, en que soles habrá brillado el combustible que hoy alimenta mi mente y me permite ser un ser conciente?.

Mi boca habrá sido parte de otra boca? habrá besado otros labios?, o acaso pudo haber destrozado con la furia del hambre a una presa temerosa?.
En que estrella lejana habrá comenzado a formarse lo que fluye hoy por mis venas?.


Amores, esperanzas miedos o alegrías viven en lo que en algún momento fue roca, río o madero de crucifixión, mi esencia no lo sabe, y quizás ni siquiera lo sospeche, pero lo que forma mi cuerpo ha vivido, ha sido, ha muerto, se ha transmutado y ha renacido una y mil veces en infinidad de cuerpos, mares, árboles, glaciares, playas o soles en infinitos universos.

Mis pulmones pelean contra el tiempo dándome en cada segundo vida invisible, sin saber si han sido instrumentos de vida o muerte en el pasado.Como no saben mis huesos en que momento dejaron de ser mineral pisoteado por dinosaurios para transformarse en sostén de mi cuerpo. Cuantas veces habrá fecundado a la tierra sedienta la gota de agua fresca, antes de ser parte de mi esperma fecundante?

Mi cuerpo, mis moléculas, mis átomos, no sospechan siquiera de donde provienen, y ni que serán de ellos cuando yo muera. Quizás lleve en mi, materia de algún soñador lejano que se hizo estas mismas preguntas que hoy me hago, y, es probable que al morir brinde la materia prima necesaria para crear a otro soñador, que en el futuro, quizás obtenga la respuesta.

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A que edad deberia sentirme viejo?

A que edad debería sentirme Viejo?. Es una pregunta que hace bastante que me la vengo haciendo.

Recuerdo que siendo un escolar, veía como viejos a los que, como el hermano de Álvaro, ya iban a facultad. Y era que para mi, ser viejo era todo aquel que ya no jugara con nosotros al fútbol en la calle, o que, al ir a estudiar, no se pusiera un uniforme o un guardapolvos blanco.


Luego, cuando llego la edad en que yo mismo abandone los uniformes, para ingresar en Preparatorios y así encarar el estudio “vestido de particular”, vi como viejos a los que, con treinta años, se dedicaban a la compra de uniformes o guardapolvos para sus propios hijos.

Y como casi todo llega en esta vida, yo mismo me vi luego haciendo esas compras, y aun no me sentía ningún viejo, miraba hacia el futuro y pensaba que con veinte años mas encima, si me sentiría un carcaman con todas las nanas propias de la vejez encima.

Hoy llegue al medio siglo de vida, ya los uniformes dentro de poco se los tendrán que comprar mis hijas a mis nietos, y saben que?, todavía no me siento viejo, es mas a esta altura del partido dudo que me sienta viejo a los ochenta, si es que llego claro, y es que como alguien decía por allí, la vejez es un estado de animo, y que razón que tenia, uno puede sentirse viejo con veinte años, y un pibe con noventa, todo depende de lo tanto que se sienta a gusto uno con si mismo, y darse cuenta además que las marcas que puedan aparecer en el rostro no son mas que la confirmación que nos da la vida de que por humanos sensibles que somos, a lo largo de nuestros años hemos amado, sufrido, reído, llorado, sorprendido y esperado.

La vida ha pasado por mi persona con una larga carga de logros y fracasos, nacimientos y despedidas, pero ello no ha sido obstáculo para que aun hoy de vez en cuando, siga viendo al mundo con ojos de niño.

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Mi ultimo dia en Bogota.

Mire el reloj, 20.05 de un día viernes. Baje del taxi, taxi, que pese a las reiteradas recomendaciones de compañeros, había “cogido” en la calle, me metí en el hotel y me dispuse a disfrutar del Jacuzzi en mi ultima noche en Bogotá. Como de costumbre llame a mi casa para conocer las novedades del día, y de paso avisarles que esta vez seria la definitiva, no aplazaría nuevamente el vuelo, ya que mis tareas en Colombia habían concluido.


Por motivos de trabajo, ya había pospuesto dos veces mi partida de Bogotá, ya que la Gerencia local, jugosos viáticos mediante, me había convencido en dos oportunidades de aplazar mi partida.

El vuelo partía a las 8 de la mañana siguiente, pero yo debía presentarme en el aeropuerto tres horas antes, por lo que, pensaba tomar un baño no muy extenso para tener tiempo de preparar las valijas, así luego cenaría algo rápidamente en aquel restaurante que quedaba a pocas cuadras del hotel, y me acostaría, tratando de dormir aunque fuese un par de horas, si podía vencer la ansiedad que las partidas me suelen producir.

El agua tibia y burbujeante del hidromasaje ayudaba a mi relajación, tanto que una somnolencia fue ganando mi mente. Y si terminado el baño pedía algo de cenar al servicio de habitación del hotel? Definitivamente me saldría muchísimo mas caro, ya que el hotel, un cuatro estrellas muy coqueto, tenia un restaurante demasiado fino y costoso para mi gusto. Yo, realmente lo visitaba muy poco, pues al ir a cenar solo, no cuadraba mucho en aquel ambiente de luces tenues y pianista romántico, que servía de preámbulo para mimos, a parejas de amantes, a las que rato después, veía subir hacia sus exclusivos nidos de amor clandestinos, así que yo, al ir sin compañía, no me sentía muy cómodo por el ambiente que allí se daba, y sobre todo, por lo que tenia que afrontar al pedir la adición, por eso, solo en contadísimas ocasiones había hecho uso de el.

Más de un mes de estadía en esta hermosísima y muy divertida ciudad ya estaban haciendo mella en mi humanidad. Jornadas laborales de nueve o diez horas y largas y aburridoras reuniones de trabajo, sumados a las diarias y continuas invitaciones para parrandear, de parte de mis compañeros de trabajo colombianos, y algunos uruguayos que coincidían con mi estadía, todas y todos afectuosísimos realmente, contribuyeron a que mi cansancio fuese grande a esta altura de los acontecimientos. Ni que hablar que la combinación de 2800 metros de altura, mas cervezas y licores varios, no son una buena receta para quien esta acostumbrado a vivir en un lugar donde lo mas alto que divisa es un cerro de ciento y pocos metros.

La espuma crecía en la bañera y crecían los deseos de terminar cuanto antes con el engorroso trámite de armar las valijas, y así, poder acostarme lo más pronto posible (ya estaba dudando inclusive en pedir algo para cenar).

El teléfono me sobresalto, así que dejando un reguero de agua y espuma por la moquette, fui corriendo hacia la habitación para atenderlo: -Señor esta bien que el remise lo pase a buscar a las 4 y 30 para llevarlo al aeropuerto?-. -Si, esta bien muchas gracias-.
Bueno, a prepararme para enfrentar a las valijas, abrí el duchero y comenzaban a desaparecer los restos de espuma de mi cuerpo, cuando nuevamente el teléfono me sobresalto. –Disculpe señor, hay unas personas que lo buscan en recepción-, -Muy bien, gracias, le puede avisar que termino de ducharme y bajo?.

Quien podría ser?, me vestí lo mas rápidamente que pude y baje a ver quien me buscaba. Cuatro compañeros uruguayos estaban esperándome en la recepción. -Juan, tenemos que tomarnos algo por tu partida, vestite que nos están esperando en Mister Babilla.-
Lugar divertido si los hay, especie de casona enorme, con enormes mesas de pesada y rustica madera, puestas en fila, y que a cierta hora de la noche, sirven también de pista de baile a más de una o uno pasado de rosca.

Como zafar del compromiso?, sabia lo que esa invitación significaba, ni mas ni menos que terminar a la una de la mañana (hora en que los boliches están obligados a cerrar en Bogotá como forma de frenar un poco el despelote público) cansadísimo y con la cabeza dándome vueltas y mas vueltas por la zona Rosa de la ciudad y discutiendo en casa de quien seguiríamos la joda.

-Gracias gente, pero mañana tengo que levantarme a las cuatro de la mañana, y ni siquiera prepare las valijas aún-, argumente tratando de evitar la salida.
-No jodas che, es tu última noche aquí, y la tradición es salir de boliches con quien se va, además quedáte tranquilo que a mas tardar una y cuarto estas de vuelta.-

Fue así que luego de variadas excusas y negativas, me vi en medio de una mesa llena de amigos y botellas. Alcohol, calor, baile, baile calor y alcohol, sumados a mi cansancio y a los siempre presentes 2800 metros, hicieron que perdiera no solo la noción del tiempo, sino, y mas preocupante aún el poco sentido común que aún en mi quedaba.
Para colmo, una compañera de Medellín o Cali, ya no recuerdo realmente de donde era, empecinada en enseñarme a bailar cumbia, hacía de mi cuerpo una coctelera humana, logrando con total éxito una perfecta mezcla de anisado, cerveza y aguardiente, que a esa altura tenia en mi cavidad estomacal.

Por eso poco me importó el hecho que llegada la hora de cierre de los boliches bogotanos, accediese gustoso a ir junto a los cuatro amigos originales, hacia Chia, especie de ciudad satélite de Bogotá, donde la parranda esta autorizada a continuar hasta la madrugada profunda.

Profundo también era, por decirlo de una manera sútil, el estado de embriaguez de quien manejaba, por lo que fue realmente un milagro que lográramos llegar sanos y salvos a nuestro destino, y mas milagroso fue el hecho de que al volver, recargados por supuesto, fuese la ascensión a una vereda y el casi choque con una columna, el único percance sufrido en nuestra travesía (gracias Nuestra Señora de Montserrat).

No se, si por puros caretas, o por el hecho de ser extranjeros y un tanto exóticos para ellos, no tuvimos inconvenientes en acceder al área VIP de un boliche bastante exclusivo, sin tener que pagar por ello. Mis amigos, con el handicap de la soltería, la juventud, la pinta y por si fuera poco el hecho de hablar diferente, se convertían fácilmente en ganadores en aquel ambiente.

Mucha movida, mucho alcohol, y nada sólido para hacer piso, hacía difícil la coherencia en aquellas horas, para colmo, estábamos en una zona exclusivamente marchosa, por lo que a todo lo anterior se sumaba el retumbar de la música electrónica a un millón de decibeles, volviéndonos cada vez menos cuerdos.

No se en que momento de lucidez, se me dio por mirar el reloj. A alguien le ha sucedido pasar de la embriaguez a la sobriedad casi total a causa de un fuerte impacto emocional?
Bueno, les digo que eso es posible, el impacto emocional que me produjo el ver en el reloj que ya eran muy pasadas las tres de la mañana, hizo que mi mente de despejara por completo.

Ahora claro, como se le convence a alguien con unos cuantos litros de alcohol en el torrente sanguíneo, que abandone a una hermosa morocha de ojos verdes, a la cual está casi casi convenciendo de que la mezcla racial que se dio en el Río de la Plata ha dado como resultado al arquetipo del macho latino, para que lo lleve de vuelta a uno al hotel?
Imposible, se sabe que las hormonas tienen mas fuerza que la amistad, así que la estrategia fue diferente, le pedí a ella que no le diera más bola a mi amigo (que por desgracia era el que manejaba). Ella, lejos de apiadarse de mi condición de tipo que tiene prohibido posponer nuevamente su partida, y acceder a mi pedido (era evidente que también en su caso las hormonas le estaban haciendo perder el control ), solo se rió de mi desgracia y llamo a una amiga suya. Esta otra amiga tenía “carro” y estaba por regresar a Bogotá, por lo que se ofreció gustosamente a llevarme sin problemas.

Al final, por temor a que terminara secuestrado (cosa no extraña que le puede suceder a un extranjero trabajando para una multinacional por aquellos lares y aquellos tiempos), mis amigos, muy a su pesar, decidieron que no era prudente separarnos, y que serían ellos los que me llevarían de vuelta a la capital, aunque dejaran inconclusas sus respectivas nuevas conquistas y mas que frustradas a sus hormonas.

Luego de todas las peripecias de la vuelta, con el ya comentado casi choque con columna, llegue justo justo, para preparar apresuradamente las valijas, envolver regalos, darme un duchazo, y bajar a tomarme un último “tintíco”, previo a mi partida de aquella hermosísima ciudad, de gente tremendamente cálida y alegre.

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