miércoles, 16 de enero de 2008

Persecuta.


Al llegar a 18 y Paraguay, Julio miró nerviosamente hacia atrás, venia caminando desde Ejido con la convicción de que alguien venia tras sus pasos. Al girar la cabeza, vio como un desconocido, de traje y lentes negros, se metía en una galería comercial.
Julio desando sus pasos, y se metió el también en la galería, tratando de descubrir quien era su perseguidor, y sobre todo, cual era el propósito que tenia.

- Es muy astuto -, pensó, alguien con la capacidad de seguir a una persona, y desaparecer en un instante debe de ser un profesional. Preocupado, Julio salio de la galería y comenzó a caminar, esta vez mas rápidamente, por Paraguay hacia Mercedes. Al llegar a Colonia, la luz roja del semáforo, lo detuvo unos segundos, tiempo suficientemente largo, como para notar que alguien tras el también detenía sus pasos.

El miedo lo paralizó, e hizo que evitase mirar hacia atrás, cruzó velozmente la calle, y se metió en un club deportivo que allí existe, tratando de escabullirse de su perseguidor.
El hall del club estaba casi vacío, solo un par de niños con mochilas y ropa deportiva salían de alguna clase de gimnasia, o algo así. Julio se sentó en un banco jadeante, y esperó.

Tras una puerta de vidrios esmerilados, tal vez alguna oficina pensó, vio la figura de dos hombres que hablaban, casi en secreto según pudo constatar. Esto lo intrigó, así que sigilosamente fue acercándose a la puerta. Los hombres dentro seguían hablando, pero esta vez él podía escuchar lo que decían. Un frío atravesó su cuerpo, al sentir que uno de los misteriosos personajes, decía su nombre, casi en un susurro.

Por el enorme atrio, un guardia de seguridad se acercaba velozmente hacia donde él se encontraba, así que no dudó, aprovechó la poca agilidad del guardia, ya entrado en quilos y años, y escapo a toda velocidad de aquel edificio.

Ya no lo dudaba, y tal como lo acababa de comprobar, en ningún sitio se encontraba a salvo. La noche anterior, se había visto obligado a escapar de sus perseguidores por los fondos de su casa. Ya ni en su familia podía confiar.

Una fría llovizna comenzó a caer sobre Montevideo, el pavimento se volvió resbaladizo, y el olor a tierra mojada llegó a sus narinas, trayendo recuerdos de su niñez en Durazno, jugando en el campito, detrás de su casa, con las ranas que se aparecían luego de las lluvias.

Quiso saber donde se encontraba, y reconoció la vieja estación Central, desde la cual tantas veces había, llegado y partido con sus padres hacia y desde Durazno. Hacía muchas horas que no dormía, por ello se acurrucó en un rincón sucio con olor a orín rancio, en la abandonada estación, y al poco tiempo, ya estaba dormido.

Julio despertó sobresaltado, justo en el momento que veía tras las grandes estatuas que están a la entrada de la estación, moverse unas figuras amenazadoras. – Me descubrieron -, pensó, sus ojos sobresaltados buscaron tras las columnas, pero no había nadie allí, sus perseguidores habían desaparecido nuevamente, quizás dentro de la camioneta negra estacionada en la vereda de enfrente.

Estaba anocheciendo, y Julio no tenía donde ir, estaba cansado, y con frío. Se miró los pies, y cayo en la cuenta de que estaba descalzo. Alguien le había robado los zapatos mientras dormía, pensó. Las luces de mercurio comenzaban a encenderse en las calles, y él busco algún rincón oscuro donde pasar la noche y que no lo descubrieran.

El sitio era oscuro y maloliente, pero se sentía seguro allí, por eso se acomodo como pudo sobre el piso y quiso dormir. Una voz lo inquietó, alguien lo llamaba desde la oscuridad, seguro, alguno de sus perseguidores. De un salto se levantó de su precaria cama y comenzó a correr por Galicia, hacia la Aduana.

Dentro de su desesperación, se dio cuenta de que no podría pasarse toda la vida así, huyendo constantemente, con el temor siempre presente de que lo capturasen. Pensaba esto mientras huía, por la rambla portuaria rumbo al este.

La rambla estaba desierta, Julio camino un rato y vio a alguien, abajo en las rocas, que lo llamaba, se acercó al murallón y al mirar hacia abajo, reconoció a un antiguo amigo, que tal como el, hacía tiempo venía huyendo. Su amigo acercó una escalera al murallón, y Julio se dispuso a bajar por ella. Al fin se sentía a salvo.

Rosa entró con pasos vacilantes a la morgue, sobre una camilla destartalada, una sabana con manchas de sangre cubrían un cuerpo. El llanto explotó en la habitación fría.
- Lo siento mucho señora, cayó desde el muro a las rocas, pensamos que estaba muy drogado – alguien le dijo a Rosa.

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