martes, 2 de noviembre de 2010

Lejanías.


Las lejanías son solo vacío entre dos almas
Oí a tu voz decir como en una plegaria de campanas
Que tañen tristes a la tarde llamando a las sombras
Y despertando de su letargo a los fantasmas

¿Pero como deshacer esas lejanías? Pienso
¿Como deshilachar esa trama de desesperanzas?
No se cómo, ni puedo:
Mis manos están cansadas
Ya no pueden con las ausencias
Ni se acostumbran a las distancias
Ellas solo saben como construir pasiones
Enredando tu cabello sobre tu espalda
O viajando por el desfiladero húmedo de tu sexo
En noches de luna clara

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jueves, 21 de octubre de 2010

El vampiro y yo, una historia casi verdadera.

Cerca de El Prado montevideano, en una avenida con enormes plátanos centenarios, está ese café viejo y destartalado. Todo en el es añejo y descolorido, con pisos de madera sucia y deslustrada, mesas gastadas y parroquianos de ojos entrecerrados como pensando en amores pasados y vidas perdidas. Hacía allí fui cierto día a encontrarme con E.

Confieso que hacía tiempo que quería tener una charla con él, ser misterioso y oscuro como pocos que había conocido, tenía el aspecto de haber vivido todas las experiencias y sufrido todos los males. Más, su apariencia centenaria y gastada no encajaba con la lucidez de su memoria y lo extraordinario de su inteligencia.

Cuando llegué al viejo café, él ya estaba sentado en una de las mesas más apartadas. El protocolo fue simple y corto, solo un apretón de manos, un mutuo “como está”, y comenzamos la charla (más confesión que charla) cobijados por la luz mortecina de unas lámparas que parecían estar siempre encendidas, pues en ese antro, la luz radiante del sol no tenía cabida.

El vino tinto de espeso cuerpo y procedencia desconocida calentaba mi garganta y lubricaba los recuerdos de E, que comenzaba su confesión en medio de aquella tarde un tanto bizarra y extraña para mi. Viéndolo en retrospectiva, confieso hoy que me sorprendió el hecho de creer a carta cabal la historia que E me contaba, quizás porque intuía que la tristeza que se veía en sus ojos no podría jamás ser creada en base a una mentira. Una voz áspera y quebrada comenzó entonces a contarme su secreto, y quizás era yo el primero en escucharlo.

Mi contertulio me miró fijamente y asumiendo que comprendería, me confesó que él era un vampiro. E adivinó mi sorpresa y aclaró de inmediato, no era un vampiro émulo de Nosferatu, no, a él no le atraía la sangre humana, la vida y juventud eterna se le concedía quitándoles a sus víctimas algo más preciado que su propia sangre: su capacidad de amar.
Sus víctimas, siempre mujeres jóvenes y hermosas, dejaban sobre su lecho de amante irresistible, algo más que las sábanas transpiradas.

Un parroquiano pidió una copa, yo me eché hacia atrás en mi silla y dejé que E continuara con su historia. – Si hay algo que sirva para mi defensa, le diré que no elegí ser así, para bien o para mal, heredé este poder – me dijo, - pero tarde comprendí que ésta había sido una herencia maldita. -

- Los años fueron pasando y me fui convenciendo a mi mismo en lo natural de todo esto. El mundo así funcionaba y estaba bien que así fuera, para nada me preocupaba el hecho de que el precio que pagaba por mi eterna juventud, era siempre pagado por otra persona.
No era conciente en ese momento que mi existencia acumulaba un debe considerable, y que llegado el momento, también yo debería hacerme cargo de tamaña deuda. -

- Y ese nefasto día llegó inexorablemente a mi vida de la mano de B. Ella, como tantas otras había caído presa de mis encantos, y como tantas y tantas alimentó con su placer mi deseo de una vida de goces eternos. -

- Pero B, y lo descubrí con el tiempo, era diferente, había en ella una llama interior, una luz perenne en su alma que hizo que este ser oscuro con el alma corrupta, volviera a comprender que lo único valioso en este Universo era el amor. -

- Y ahí comenzó mi desventura: mi egoísmo le había robado la capacidad de amar a la única mujer de la cual yo estuve profundamente enamorado. Los años pasaron y B con su cuerpo envejecido y con su corazón marchito fue de a poco acercándose a la muerte. -

- Eso fue hace mucho ya -, continuó contándome E, - y fue desde ese preciso momento que decidí morir yo también, ya no me importaba envejecer: nunca más le robaría su capacidad de amar a nadie, jamás volvería a cometer el mismo error –

Los ojos de aquel hombre se llenaron de lágrimas y pensé que era el momento justo para marcharme y dejarlo a solas con sus recuerdos. Afuera la calle brillaba con el sol de verano, las personas caminaban con sus vidas a cuestas, vidas que pensé, jamás serían vacías mientras la llama del amor brillara en sus corazones.

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jueves, 7 de octubre de 2010

Mariet

La luz, pensé yo, se había apagado para siempre, ya no alumbraría más con el fulgor de su alegría a los que tuvimos la suerte de conocerla. Pensé consumido por la rabia y la impotencia que la oscuridad había por fin ganado la eterna batalla.

Pero no, vaya que estaba equivocado, la luz sigue plena, inefable, viva, enquistada en cada corazón, brillando en cada una de nuestras vidas. Porque fue eso lo que Mariela nos legó para siempre, su luz, su brillo, su ternura de niña asustada, su solidaridad de corazón de leona abierto de par en par.

Gracias querida amiga por tu luz, por tu alegría por las ganas que ponías al querer hacer de este mundo un lugar mejor.

Gracias por recordarme que la muerte no puede, ni podrá jamás ganarle a la ternura.

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miércoles, 12 de mayo de 2010

El buitre está esperando.

El buitre espera, el buitre está esperando
Que la vida por fin se rinda
Cansada de tanto olvido, seca de tanto llanto
Y que de una vez por todas escape de ese cuerpito flaco,
Que no supo de dulces sueños ni caramelos
Que solo conoció unos pechos marchitados
El buitre espera y en sus ojos hay cansancio
La muerte está retrasada y le molesta seguir esperando
Dos inmensos ojos niños lo miran y piedad le piden
Porque ya no hay fuerzas para seguir luchando
Pequeño de vientre hinchado
Millonario de moscas y gusanos
Al clavar sus garras sangrientas
En un continente hambriento y mutilado,
Otras aves de rapiña con su avaricia ya te habían condenado
Ay niño de vientre hinchado!
Antes de nacer ya estabas destinado
A un pecho flaco y a un buitre esperando

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viernes, 23 de abril de 2010

La lección de la abeja.


Hasta no hace mucho tiempo atrás, para algunos ingenieros aeronáuticos era técnicamente imposible que una abeja pudiera levantar vuelo. Los cálculos indicaban que en relación al peso del insecto, las alas eran demasiado pequeñas como para lograr sustentarlo en el aire, por si fuera poco, el cuerpo regordete no tenía la aerodinámica necesaria como para que la abeja pudiera volar.


Sin embargo las abejas seguían con el diario trabajo que la Naturaleza les había encomendado desde hacía milenios. No se amilanaron por el pensamiento racional de los científicos de turno, e ignoraron a los que intentaban demostrar mediante fórmulas matemáticas la no probabilidad de su tarea.

Y por más que los cálculos indicaban lo contrario, esta humilde trabajadora alada seguía encargándose de polinizar nuestros cultivos y de endulzar con su miel al mundo. En definitiva hicieron caso omiso de quienes intentaban explicar la imposibilidad de lo posible.

Historias como éstas las vemos todos los días, y vaya si las habremos enfrentado. A veces no nos animamos a levantar vuelo por el sólo hecho de aceptar como cierto el pensamiento lógico que intenta desalentar a quienes tienen metas o sueños presuntamente inalcanzables.

Uno debería darse un respiro más a menudo y detenerse un minuto a pensar en la lección que la humilde abeja nos estuvo dando todo este tiempo. Es así que deberíamos encarar los retos de la vida tal y como la colmena encara los desafíos que a los ingenieros les parecieron imposibles de cumplir.

Deberíamos más frecuentemente dejar la racionalidad un poco de lado, y en lugar de pensar como seres humanos actuar como abejas desconocedoras del significado de la palabra imposible.

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sábado, 17 de abril de 2010

Casualidad.


Casualidad
Extraño fenómeno
Normal anormalidad
Estadística hecha añicos
Probabilidades para el apostador

Y todo conspirando
Para que lo improbable fuera posible
Para que no funcionaran las ecuaciones
Y todo se diera a nuestro favor
Lo que no debería ser
Lo que sería imposible que sucediera
Se dio una noche cualquiera
Cuando se quebró la realidad
Y lo imposible se hizo encuentro
Casualidad
De la mano del azar
Cruzamos juntos el Rubicón
Y supimos que la suerte estaba echada
Cuando un encuentro imposible
Se transformó en amor

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domingo, 4 de abril de 2010

La violeta aprisionada.


La luz entrando por el ventanuco que hace tanto me parecía enorme, crea millones de pequeñísimas luciérnagas en ése mágico altillo olvidado pero querido, con sus paredes que atesoran mi niñez y se niegan a entregarla. Allí viven, y algún día morirán, mis ilusiones marchitas y mis fantasmas más amados.

Libros sobre libros, cajas empolvadas de recuerdos y añoranzas. Aromas resurgiendo desde las desaparecidas horas del pasado. Jóvenes manos de antaño separadas de mis manos por décadas de amores y esperanzas, que soñaron con mis sueños, y que hojearon estos mismos poemas.

Y entre las hojas amarillentas y resecas, una flor ha dejado su aroma en un fenecido recuerdo enamorado, y su desteñido color en el papel hoy amarillento que alguna vez las blancas manos del amor acariciaron sin pensar siquiera en lo efímero de la vida, en lo certero de la muerte.

Misteriosa y vieja violeta intentando guardar el recuerdo de un gran amor, aprisionada entre aquel pasado de vida y este presente de olvido dormitando entre las hojas del libro polvoriento. Cumpliste con tu función fecundante, más no con el dorado polen de tus anteras, sino con la roja pasión de dos corazones que ya no laten. Amores de mis abuelos: principio de lo que sería mi propia historia.

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viernes, 5 de febrero de 2010

Nubes.


Las nubes en lo alto se dejaban arrastrar por la brisa primaveral del oeste, moviéndose como medusas llevadas por las suaves corrientes de la costa. -Mirá, mirá, allá va una con forma de elefante- me dijo Betty señalando a la más corpulenta del grupo.

La tardecita iba llegando a su fin, las bandadas de pájaros allá lejos volaban como las nubes, sin darse cuenta de la sana envidia que nos provocaban esos seres sin fronteras ni horarios ni historias, y con la mágica capacidad de volar con sus propias alas.

-Algún día aprenderé a volar como esas nubes, ¿sabés?-, la voz de Betty sonaba con la convicción de las cosas posibles. La miré con ternura, al tiempo que me señalaba una nube que se trasmutaba ante nuestros ojos: era una cigüeña cuando comenzamos a prestar atención a ella, y ahora parecía una jirafa con su cuello estirado, tratando quizás de llegar a las hojas más tiernas de alguna imaginaria acacia…

La quietud y soledad del parque de siempre me invitaba a tirarme sobre el césped descuidado, lleno de flechillas crecidas y en el cual pequeñitas langostas verdes saltaban de un lado al otro. Cuantas veces había sido éste nuestro observatorio celeste, cuántas veces, nuestra propia y compartida fábrica de sueños.

Sentía en mi espalda los pinchazos de mil briznas de pasto que atravesaban mi camisa, y a mi lado la ausencia siempre presente de Betty. Entrecerré mis ojos debido al resplandor de la siesta y una a una comenzaron a pasar allá, entre los planetas y los pájaros volando, las blancas figuras que se trasmutaban y viajaban lentamente cual medusas en un mar tranquilo.

Los blancos copos fueron un árbol bastante desgarbado primero, luego un caballo con una gran cola y más tarde el Uruguay entero que se transformaba poco a poco en un corazón a medida que cruzaba el cielo desde el este hacia el poniente.

Una bandada de pájaros, hija tal vez, de la bandada que tanta envidia nos provocara en otra tardecita de presencias ausentes, volaba con indiferencia y naturalidad allá arriba, al tiempo que una nube con forma indefinida comenzaba a transformarse poquito a poco en la hermosa e inconfundible cara de Betty.

La brisa se volvía poco a poco en viento moderado que movía las hojas de los árboles y los recuerdos de mi cabeza, y allá arriba, Betty, la nube, se transformaba inevitablemente en blancos copos de algodón cada vez más pequeños y traslúcidos, que volvían a desaparecer en la profunda inmensidad del cielo de otoño.

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