miércoles, 23 de septiembre de 2009

Espejismos.


En el verano, sobre las carreteras recalentadas por el sol, creemos ver agua donde solo el asfalto existe. Espejismos que nos confunden, visiones que parecen estar allí, más cuando llegamos a ellas se esfuman en el aire.

Como en el aire se esfuman los espejismos de nuestras vidas. Cosas que perseguimos con ahínco, a veces por años, y que cuando las obtenemos, caemos en cuenta que no era lo que creíamos que eran. Corremos tras las visiones, nos esforzamos en busca de los espejismos, y por lo general, la decepción y el vacío es lo que encontramos al final de esa búsqueda.

Es que el hombre de hoy está viviendo más en función de sus sueños, que de sus necesidades, y esto no sería malo necesariamente. Pero sucede que por lo general esos sueños no son propios, son impuestos. Hemos dejado de buscar la felicidad donde realmente existe, para buscarla donde otros nos dicen que existe.

Y sucede que muy dentro de nosotros allí donde no llega la propaganda de los medios que nos incitan al consumo desenfrenado, ni las enseñanzas de los gurúes o los falsos profetas de la vida, vive latente la plenitud y la felicidad. Bastaría solamente con escuchar nuestro corazón para descubrir esa riqueza interior y despertarla de su latencia.

Y una vez descubierto esto veremos que no es necesario vivir los sueños ajenos para ser feliz, que solo seremos plenamente felices cuando nos aceptemos tal cual somos, sin aditivos externos, sin búsquedas frenéticas de los sucedáneos de la felicidad.

En definitiva, cuando aceptemos que no necesitamos comprar el bienestar, que éste puede estar esperando en nuestro interior, y que puede despertar de su letargo con el simple hecho de amar, o de sentirse bien con uno mismo.

En un mundo cada vez más material, en una sociedad cada vez más competitiva y masificada, se nos enseña a cada instante que es más fácil correr en pos de los sueños de las masas. Pero todo sueño que no nos pertenezca, que sea forzado por intereses que no son nuestros, no deja de ser simples espejismos.

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lunes, 21 de septiembre de 2009

Una noche en la rambla solitaria.


Todo está en serena calma. Desde el mar cercano, la brisa fría trae desde la profundidad de la noche, aromas de brumas, espuma y sal, presagiando alguna tormenta lejana. Sobre el horizonte, la luna que se refleja sobre las aguas del Rio de la Plata nos acompaña, mientras caminamos por la rambla solitaria.

Mi brazo en tu cintura, trata de aprisionar para siempre este momento, aunque tu triste sonrisa me dé a entender que será difícil espantar tus soledades y tus miedos.

Por un instante te miro, y el mundo a mi alrededor desaparece, y comienzo a entender, que de tu mirada es que brota la luna, el mar y la vida. Que es tu sonrisa la que tachona de estrellas la noche, mientras que el arrullo de olas lejanas que golpean sobre la arena fría, no es más que el arrullo de tu voz que embriaga mis sentidos.

Nada fuera de tu cuerpo existe y fuera de tu sonrisa nada tiene sentido. Te miro y comprendo que es en vos que vive mi Universo, y palpita mi vida.

Ha pasado el tiempo, y recién ahora, que no te miro, compruebo que el frío sigue presente, la luna esta lejana e inalcanzable, y el mar seguirá siendo un sitio misterioso y frío, que sigue esperando mis soledades.

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