miércoles, 30 de abril de 2008

El hombre que se enamoraba de las flores.


Byron Fernández, caminaba por el parque, y como tantas veces antes, sintió que su corazón galopaba desbocado cuando el aroma de su amada comenzó a percibirse en el aire calmo de esa tarde apacible y solitaria de primavera.

Vestido con un sobrio traje claro, parecía un paseante de otros tiempos, con su andar cadencioso y elegante, su camisa blanquísima e impecablemente planchada, su corbata fina, no muy llamativa, y sus anteojos de finos aros metálicos.

Caminando hacia el banco, junto al rosal, pensaba en la manera de declarar su amor. En el bolsillo del traje junto a su pecho, guardaba el presente con que intentaría ganar la atención de quién había conquistado su corazón.

Una vez sentado en el banco solitario, abrió con suavidad extrema una pequeña cajita de color escarlata. Dentro, un fino anillo de oro blanco, brillaba con el sol mortecino de la tarde. Byron sacó la joya de su estuche, y la coloco como en una ofrenda en una de las tantas ramitas de su amada.

El amante caballero, estuvo un buen rato, sentado allí, embelesado, contemplando la belleza frágil y suave de la rosa, a la vez que se dejaba invadir por el aroma dulce y penetrante con que ella le obsequiaba.

Por un instante, decidió abandonar la prudencia, y presa de un impulso irrefrenable, no se contuvo, estiró su mano derecha, y con un gesto calculado pero muy tierno, acarició con el revés de su mano la blanca piel de su amada.

La rosa, al sentir el contacto, se deshizo al instante, dejando caer sus pétalos en la oscura tierra. Byron, desesperado vio como su osada imprudencia destruía en un instante, y para siempre la belleza pura y delicada de su amada.

La noche caía pesadamente sobre el parque, los senderos, árboles, y el alma de Byron, se cubrían ahora con el manto oscuro de la noche. El amante estuvo por un rato pensante, los ojos se llenaron entonces de amarga desilusión, en el fondo, sabía, que la rosa no era para él. Byron tomó el anillo nuevamente, lo guardó en su cajita y pensó, que con la azucena quizás tendría más suerte.

Leer más...

martes, 29 de abril de 2008

29 de Abril.

La vida pasa en sucesión de años, días e instantes, las huellas y marcas que el tiempo va dejando en nuestro cuerpo y nuestro espíritu, son heridas o galardones que demuestran al mundo como ha sido el transcurrir de los años por nuestras vidas.

Bienes que vamos ganando o perdiendo en esta caminata diaria y constante nos van convirtiendo poco a poco en personas ricas o pobres. Ganamos a veces, otras perdemos, como debe ser, como es lógico que así sea. Porque lo que ganamos sin pérdidas no son ganancias verdaderas.

Pero entendámonos bien, cuando hablo de bienes, no me refiero a los bienes materiales, necesarios, si, pero inútiles si uno no tiene con quien compartirlos. La vida me ha enseñado que los verdaderos bienes, los importantes, los imprescindibles, son los que tienen la capacidad de vivir en el corazón, los que fortalecen nuestras almas y nos dan una razón para vivir.

Afectos, amores, amistades, que llegan y se van de nuestras vidas, pero que siempre nos dejan algo, gente que nos recuerda, que nos quiere, que nos ama, que nos odia, gente, hijos, mujer, amigos, enemigos. Gente que convive con nosotros, o ha convivido, y que ha aportado a nuestro bagaje de experiencias sus cosas buenas, o malas también.

Un año más de todo eso, un año más de guardar en mi corazón, las riquezas que los demás me aportan. Un año más de ver que la vida, cuando se rodea de sentimientos, vale la pena vivirla.

Un año más en que le doy las gracias de corazón, a todos los que me han saludado en mi día.

Leer más...