lunes, 5 de noviembre de 2007

La nada.


Don Cosme era el ermitaño del barrio, vivía frente a la casa que mis tíos alquilaban en Sayago, en esa zona, donde las calles tienen nombres de flores y los vecinos, a fuerza de convivir durante años, ya conocen sus defectos y virtudes.

Para mi primo y para mí, Don Cosme jamás había sido joven, lo conocimos siendo viejo, y viejísimo ahora cada tanto lo veíamos, en esos días excepcionales en que se aparecía por su jardín, intentando remover con sus manos temblorosas y huesudas, algún yuyo que otro.

Los vecinos, un tanto compadecidos, se ocupaban de hacerle los mandados, que consistían casi siempre, en algunos pocos alimentos para él, y otros cuantos más, para la multitud de perros que lo rodeaban, únicos y fieles compañeros de aquel hombre solitario.

Don Cosme no tenia a nadie, soltero, se había vuelto una persona huraña a causa de un amor malogrado, según los chismosos del barrio. Hacía años que no mantenía contacto con parientes ni amistades, actitud ésta, que lo fue aislando cada vez más del mundo.

Fue por eso que a los vecinos de la cuadra, les extraño ver un coche estacionado frente a su puerta esa tarde de mayo. Hermético, como siempre, a nadie dio explicaciones sobre el objeto de la visita de esas dos personas bien vestidas, que conversaron con el durante algunos minutos en el jardín, y con los que luego se lo vio ingresar a la casa.

Días después de este hecho, los vecinos al fin pudieron darse cuenta de que se trataba todo esto, en el frente de la casa, sostenido por un par de alambres que caían desde la azotea, apareció el cartel de una inmobiliaria, que en grandes letras azules y rojas, ofrecía la casa en venta.

Hacia tiempo que mis tíos buscaban alguna propiedad por la zona, deseaban comprar algo que estuviese cerca del colegio de mi primo, y que no fuese muy caro tampoco, así que cuando se enteraron de que la casa de Don Cosme, estaba a la venta, no lo pensaron dos veces, obviaron hablar con el dueño, y llamaron directamente a la inmobiliaria para pactar una visita a la propiedad.

Aunque mi primo no estaba muy entusiasmado por mudarse a aquella casa, la más siniestra del barrio, igualmente el día pactado para la visita me llamo, y me invito a ir a con él a conocerla.

Al entrar a la vieja casa, lo primero que llamo mi atención, fue el intenso olor a perro que impregnaba todo, desde las paredes, todas pintadas de colores oscuros y tristes, hasta los gobelinos añejos que colgaban en algunas habitaciones, casi todos ellos bordados primorosamente con motivos religiosos.

Si bien era pleno día, la gente de la inmobiliaria tenia las luces encendidas de antemano en toda la casa, pues las persianas, a duras penas se podían abrir, tras años y años de permanecer en la misma posición. No podría decir que había desorden en la casa, más bien dejadez, estaba todo en su lugar, pero sucio, con un manto de polvo que en algunos rincones llegaba a tener dos o tres centímetros.

Mientras a mis tíos les llamaba la atención los artefactos del baño, a mi primo y a mi, nos llamaba más, una escalera que desde la cocina, que se encontraba al fondo de la casa, bajaba hacia lo que parecía ser un amplio y oscuro sótano, así que sin pensarlo mucho, nuestro afán aventurero pudo más, y en un santiamén , nos encontramos bajando hacia lo desconocido.

El sótano era sin dudas, el lugar más lúgubre de la casa, aquí si reinaba el desorden, libros viejos, recortes de diarios, herramientas oxidadas, muebles rotos y una parafernalia de artículos en desuso, se amontonaban caóticamente entre el polvo y las telarañas. Por un rato, me aleje de mi primo, que estaba entusiasmado en una vieja bicicleta negra de esas con varillas metálicas en lugar de cables para los frenos, como ya no se fabrican hoy en día.

Mis ojos me llevaban de aquí para allá, tratando de leer el titulo de los libros que dormían entre la mugre, o intentando mover alguna pinza oxidada que encontraba entre la basura, recuerdo que en cierto momento, el polvo, y el olor a humedad, hizo que estornudase cuatro o cinco veces, y que mi primo se riera por eso.

Ya estaba por abandonar ese sitio el cual no me gustaba para nada, cuando algo llamo mi atención, en la parte mas alejada del sótano, y que calcule yo, estaría bajo el porche de la casa, un circulo de aproximadamente un metro y medio, se dibujaba en el suelo, o al menos eso fue lo que yo pensé.

Al acercarme más, note que lo que parecía ser un dibujo, era en realidad un área perfectamente circular desprovista totalmente de polvo. Estaba limpia, como si alguien hubiese barrido con esmero esa zona tan perfectamente redonda. Quede sorprendido y quise avisarle a mi primo sobre el hallazgo, pero mi curiosidad pudo mas y me acerqué a investigar.

Al principio no note el cambio, y es que una vez dentro de ese circulo nada sucedió. Bueno en realidad eso debería haberme dado a entender que algo extraño, aunque parezca un juego de palabras, si estaba sucediendo.

Y es que cuando digo que nada sucedió, fue exactamente lo que intento decir que paso. Nada, dentro de ese circulo tan limpio, nada sucedía, no sentía frío ni calor, el olor a moho y a humedad no existían en ese espacio. Pero, y esto mas extraño aún, sentía que mis emociones desaparecían, no sentía inquietud, ni sorpresa, miedo ni curiosidad.

En ese momento, vi a mi primo pasar a unos dos metros de mí, le pregunté si había notado lo extraño del círculo, pero sin mirarme siquiera prosiguió con su afán investigador. Fue en ese momento, que me di cuenta que por más que intentase hablar, de mi boca, solo brotaba silencio.
Creo que fue por pura casualidad que al final pude abandonar ese extraño lugar, no fue por voluntad propia, ya que hasta la propia voluntad se esfumaba dentro de sus contornos, fue simple suerte el haber salido de allí.

Los días pasaron, y mis tíos al final, jamás pudieron hacerse de la casa, la que hasta hoy en día sigue deshabitada. Y es que al final nunca llego a venderse, su dueño, Don Cosme, desapareció junto a sus perros un buen día, y jamás fue visto de nuevo.

Estoy seguro que en el sótano de esa casa, allá, bajo el porche habita la Nada, y si alguien se atreviera a mirar en su interior, encontraría quizás, al viejo con sus perros, sin voluntad, sin vida, sin nada.

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