jueves, 21 de octubre de 2010

El vampiro y yo, una historia casi verdadera.

Cerca de El Prado montevideano, en una avenida con enormes plátanos centenarios, está ese café viejo y destartalado. Todo en el es añejo y descolorido, con pisos de madera sucia y deslustrada, mesas gastadas y parroquianos de ojos entrecerrados como pensando en amores pasados y vidas perdidas. Hacía allí fui cierto día a encontrarme con E.

Confieso que hacía tiempo que quería tener una charla con él, ser misterioso y oscuro como pocos que había conocido, tenía el aspecto de haber vivido todas las experiencias y sufrido todos los males. Más, su apariencia centenaria y gastada no encajaba con la lucidez de su memoria y lo extraordinario de su inteligencia.

Cuando llegué al viejo café, él ya estaba sentado en una de las mesas más apartadas. El protocolo fue simple y corto, solo un apretón de manos, un mutuo “como está”, y comenzamos la charla (más confesión que charla) cobijados por la luz mortecina de unas lámparas que parecían estar siempre encendidas, pues en ese antro, la luz radiante del sol no tenía cabida.

El vino tinto de espeso cuerpo y procedencia desconocida calentaba mi garganta y lubricaba los recuerdos de E, que comenzaba su confesión en medio de aquella tarde un tanto bizarra y extraña para mi. Viéndolo en retrospectiva, confieso hoy que me sorprendió el hecho de creer a carta cabal la historia que E me contaba, quizás porque intuía que la tristeza que se veía en sus ojos no podría jamás ser creada en base a una mentira. Una voz áspera y quebrada comenzó entonces a contarme su secreto, y quizás era yo el primero en escucharlo.

Mi contertulio me miró fijamente y asumiendo que comprendería, me confesó que él era un vampiro. E adivinó mi sorpresa y aclaró de inmediato, no era un vampiro émulo de Nosferatu, no, a él no le atraía la sangre humana, la vida y juventud eterna se le concedía quitándoles a sus víctimas algo más preciado que su propia sangre: su capacidad de amar.
Sus víctimas, siempre mujeres jóvenes y hermosas, dejaban sobre su lecho de amante irresistible, algo más que las sábanas transpiradas.

Un parroquiano pidió una copa, yo me eché hacia atrás en mi silla y dejé que E continuara con su historia. – Si hay algo que sirva para mi defensa, le diré que no elegí ser así, para bien o para mal, heredé este poder – me dijo, - pero tarde comprendí que ésta había sido una herencia maldita. -

- Los años fueron pasando y me fui convenciendo a mi mismo en lo natural de todo esto. El mundo así funcionaba y estaba bien que así fuera, para nada me preocupaba el hecho de que el precio que pagaba por mi eterna juventud, era siempre pagado por otra persona.
No era conciente en ese momento que mi existencia acumulaba un debe considerable, y que llegado el momento, también yo debería hacerme cargo de tamaña deuda. -

- Y ese nefasto día llegó inexorablemente a mi vida de la mano de B. Ella, como tantas otras había caído presa de mis encantos, y como tantas y tantas alimentó con su placer mi deseo de una vida de goces eternos. -

- Pero B, y lo descubrí con el tiempo, era diferente, había en ella una llama interior, una luz perenne en su alma que hizo que este ser oscuro con el alma corrupta, volviera a comprender que lo único valioso en este Universo era el amor. -

- Y ahí comenzó mi desventura: mi egoísmo le había robado la capacidad de amar a la única mujer de la cual yo estuve profundamente enamorado. Los años pasaron y B con su cuerpo envejecido y con su corazón marchito fue de a poco acercándose a la muerte. -

- Eso fue hace mucho ya -, continuó contándome E, - y fue desde ese preciso momento que decidí morir yo también, ya no me importaba envejecer: nunca más le robaría su capacidad de amar a nadie, jamás volvería a cometer el mismo error –

Los ojos de aquel hombre se llenaron de lágrimas y pensé que era el momento justo para marcharme y dejarlo a solas con sus recuerdos. Afuera la calle brillaba con el sol de verano, las personas caminaban con sus vidas a cuestas, vidas que pensé, jamás serían vacías mientras la llama del amor brillara en sus corazones.

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