sábado, 7 de febrero de 2009

La mosca.


La turbulencia de los recuerdos agita mi mente. Tantas emociones fuertes, tantas y tantas lágrimas derramadas sobre el mantel manchado de café del bar, y mi recuerdo más vívido es el de una mosca caminando sobre tu bronceado brazo. Insistiendo en recorrerlo entre los vellos rubios apenas perceptibles, como no hacia mucho, yo mismo los recorría con mis labios.

No podía mirarte a los ojos, los hombres no lloran, ¿sabés?, y esa estúpida enseñanza, grabada a fuego en nuestras mentes de niños dóciles, me inhibía de mirar la tristeza aguada recorriendo tus mejillas, cayendo sobre la mesa, manchando con pequeñas sombras oscurísimas de rimmel la suciedad del mantel. Si te hubiera mirado a los ojos, me habría olvidado de las estúpidas enseñanzas de mi padre, y de la mosca caminando por tu brazo.

Y el mantel tendría también, las marcas aguadas de mi tristeza.


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