jueves, 17 de diciembre de 2009

La risa remedio infalible.


Las oportunidades de El Gran Taylor poco a poco se iban desvaneciendo, y él bien lo sabía. Acosado por sus acreedores, y por su representante, veía como año a año su popularidad iba decayendo, y otra vez volvía a ser un desconocido para el gran público. Lejanos eran los tiempos en que su nombre brillaba con luz propia en las marquesinas de Las Vegas.

Sentado tras un destartalado escritorio, en una destartalada pieza de un condominio de mala muerte, El Gran Taylor se apuraba en terminar su última rutina. La definitiva, la mejor, la que lo catapultaría nuevamente de los oscuros bares de comediantes de los barrios bajos, a los grandes teatros de Broadway y Las Vegas.

Luego del punto final, el comediante comenzó a leer su obra recién terminada. A medida que lo iba haciendo, una leve sonrisa comenzó a dibujarse en su boca, sonrisa que fue transformándose en una estrepitosa carcajada que El Gran Taylor no pudo dominar. Se levanto de su silla e intentó llegar a la nevera, quería tomar un vaso de agua y recuperar su aliento, pero fue imposible.

A modo de una catarata de su garganta brotaba la más estruendosa de las risas, y una serie de convulsiones hizo que cayera al piso, del que ya no pudo levantarse, pues un derrame masivo en su cerebro lo dejó muerto, tirado en el piso sucio de la habitación.


Benjamin Smith sintió un escalofrío al bajar del autobús en aquella zona tan peligrosa de la ciudad. Tenía que caminar un par de cuadras hasta el hotel donde El Gran Taylor vivía.
Malhumorado, recordaba los buenos tiempos en que su representado era la mina de oro de su agencia de actores. Ahora, ya casi en la ruina, tenía que rogar a los productores por algún papel menor para su representado.

Benjamin saltó por sobre el cuerpo de un borracho que dormitaba a la entrada del viejo edificio y entró. Subió hasta el segundo piso y tocó un par de veces en la puerta marcada con el número 2c. Nadie contestó, insistió nuevamente y probó de abrir. La llave no estaba puesta por lo que se metió sin dudar, Taylor le había prometido una obra genial, y él, aunque bastante descreído, igualmente iba a buscarla con algo de esperanza. Pero al ver a su derredor, lo que vio lo dejó petrificado, su representado estaba tirado muerto, con un papel en sus manos.

El representante se persignó, tomo el papel arrugado de entre los dedos fríos de su representado y ni bien comenzó a leerlo pensó que estaba ante una obra maestra del humor universal. A medida que iba leyendo, las lágrimas provocadas por la risa continua le nublaban la visión, y un agudo dolor en el lado izquierdo de su cuerpo hizo que Benjamin se encogiera. Las carcajadas no paraban, esto era lo más cómico que había leído en su vida, se dijo con el poco aliento que aún le quedaba. Y fue lo último que logro decir. Un masivo ataque cardiaco, provocado por el esfuerzo, lo dejo tirado tieso y con un rictus a modo de felicidad en su cara.

La señora Morales, solo se aparecía cada veinte o treinta días, acomodaba un poco el desorden, barría la mugre acumulada, y luego se iba con sus pocos dólares ganados en el bolsillo de su campera gastada, a veces, sin siquiera cruzar palabra con el dueño de casa.
Como tenía llave del pequeño departamento, estaba acostumbrada a no tocar a la puerta jamás. Así que abrió directa y cansinamente y al entrar le espantó la visión que tuvo.

Sobre el piso del pequeño lugar los cadáveres de dos personas hacían juego con el amasijo de papeles, botellas vacías y colillas de cigarrillos desparramados por el suelo.
En un gesto casi automático, metió su mano en el bolsillo de su pantalón, buscando instintivamente el celular para llamar a las autoridades, pero algo le llamo la atención, entre las manos de uno de los hombres había un papel arrugado.

Quizás sea algún documento importante pensó la señora Morales, quizás pueda hacerme de algunos dólares con el. La cara adusta y seria de la señora de la limpieza comenzó a cambiar poco a poco a medida que leía el genial chiste. Tuvo que sentarse al borde de la cama pues la risa desbocada no le permitía mantener el equilibrio.

El olor nauseabundo que se sentía al pasar frente al departamento de El Gran Taylor, alertó a los vecinos de que algo siniestro estaba sucediendo. La policía ni tuvo que derribar la puerta, y ya adentro, el oficial a cargo, luego de redactar su informe tuvo el tiempo suficiente, antes de que vinieran los paramédicos a levantar los cuerpos, de leer el papel que la mujer tenía aprisionado entre sus manos.

La ambulancia estacionada a las puertas del viejo edificio, esperaba refuerzos, jamás pensaron los paramédicos que serían cuatro los cuerpos que debían trasladar esa tarde a la morgue.

El Gran Taylor no estaba tan equivocado, cuando entusiasmado le prometía a su agente una rutina que haría morir de risa a la audiencia.

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lunes, 2 de noviembre de 2009

Apocalipsis infinito.


Las 7.15 a.m. el despertador de Marcel retumba en la habitación oscura, aunque sin lograr su cometido. Marcel ya se encontraba despierto cuando el reloj anunciaba su hora. Hoy era el gran día por el cual había estado esperando los últimos diez años. El acelerador de partículas mas grande jamás construido, alcanzaría al fin la temperatura óptima de funcionamiento, algo mas de doscientos setenta grados centígrados bajo cero.

Después de tanta preparación, luego de tanta ansiedad el experimento que Marcel consideraba el más importante en la historia de la física moderna, estaba por llevarse a cabo.

En el inmenso tubo con forma de anillo, un haz de electrones viajando al noventa y nueve por ciento de la velocidad de la luz, se preparaba para colisionar con otro haz disparado desde el extremo opuesto. Los potentes electroimanes superenfriados ajustaban cada vez más las trayectorias. Marcel entrecerró los ojos y aguardó, en algunos minutos se sabría al fin si el misterioso bosón de Higgs, la esquiva Partícula de Dios, realmente existía.

Al fin las partículas subatómicas se encontraron en medio de una fugaz micro explosión, al tiempo que las pantallas de los sensores fulguraban con cientos de trazos de energía generadas por la colisión.

Marcel se recostó en su silla, y una extraña sensación lo invadió por completo. Algo no andaba bien, por enésima vez durante este día, se sentó frente al monitor y comenzó a chequear los resultados del experimento. Aún no estaba claro que había surgido de todo esto. Los indicadores mostraban que algo más que simples partículas estaban emergiendo en el colisionador.

Pero en un instante no mayor a una millonésima de segundo, Marcel y sus pensamientos desaparecían para siempre, como para siempre desaparecía todo lo que le rodeaba. El jamás sabría que lo que los sensores detectaron tras la colisión eran los restos de un universo infinitamente pequeño que la máquina acababa de destruir.

Y jamás lo sabría pues, otro científico, infinitamente mayor que el, con una maquina infinitamente mayor y poderosa, creyendo destruir una partícula subatómica, en realidad acababa de destruir el propio Universo de Marcel, mientras buscaba la enigmática y esquiva Partícula de Dios, en el mayor acelerador de partículas jamás construido en su planeta.

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jueves, 29 de octubre de 2009

Brumas.


Brumas que ocultan lo que no existe
Caídas libres: despertares violentos
Mares oscuros que reclaman mi carne dormida
Figuras que escapan entre las sombras
Y ese perfume persistente que queda en la oscuridad flotando
Perfume de amores que podrían haber existido
En vidas vividas en mundos oníricos y etéreos
Llenos de ángeles, poblados de demonios
Y del cual yo siempre escapo
Al amanecer escapo…

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martes, 20 de octubre de 2009

Ultimo día juntos.


Ultimo día juntos
Tu mano y tu mirada en la mía
Con el deseo flotando entre ambos
Ahí, en esa mesa, deseándote a más no poder
Estoy frente a vos
Agazapado esperando, como un león a su presa
Como la tierra reseca mirando al cielo
Esperando por la lluvia fecundante y fresca

Te miro, y te espero, y el mundo no existe
No existe nada fuera de tu cuerpo
Ultimo día juntos
Te tengo allí enfrente
Solo una mesa nos separa
Pero las ganas nos unen, más que nunca
Me hablás, te hablo
Y siento tu aroma, que me envuelve,
Me marea
Me enciende por dentro
Provocándome, excitándome, enloqueciéndome
Ultimo día juntos
No te lo digo amor, pero te das cuenta
Que quiero poseerte, y que me poseas
Estiro mi mano para tocarte, tibio preámbulo
De cuando con toda mi piel
Acaricie todo tu cuerpo
No puedo aguantarme, sabes?
No puedo
Te quiero ya mismo en mi cama
Ya mismo quiero ser tu dueño
Y que, como mi dueña, conmigo hagas lo que quieras
Ultimo día juntos
No puedo esperar un minuto
Dejamos atrás la mesa
La cama nos espera
Al fin llegamos, al fin
Como una rosa que abre sus pétalos
Te me abrís entre mis brazos
Y te devoro, como a una fruta madura
Dulce y tierna que invade mi boca hambrienta
Quisiera tener mil manos y un millón de labios
Para utilizarlos en tu placer, en el nuestro
Ojalá este momento sea eterno que no exista la distancia
Que no existan las partidas
Ni los miedos
Ultimo día juntos
Mi boca come la tuya, desesperadamente
Locamente
Mis manos te recorren
Explorando, deleitándose
Con la curva de tu espalda
Con la tibia humedad de tu sexo
Mientras mi boca se extasía con la dulzura
De tus divinos pechos
Siento tus gemidos y yo mismo me siento
Ultimo día juntos
Te penetro y la vida vuelve a mi cuerpo
Nunca me sentí tan hombre
Como cuando sentí tu placer invadiendo mi sexo
Te penetro, y te beso
Y comprendo que hacer el amor no solo es placer físico
Es, sobre todo amor, ternura, cariño y fuego
Recién contigo lo entiendo
Y acabo, y al cielo asciendo
Y allí, con tu orgasmo, me estás esperando
Con tu cuerpo empapado de satisfecho deseo
Ultimo día juntos
Nos vamos, por un mar de sábanas desordenadas
Entre ojeras y besos
Que terrible bajar a la tierra
Luego de estar un instante en el cielo

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miércoles, 23 de septiembre de 2009

Espejismos.


En el verano, sobre las carreteras recalentadas por el sol, creemos ver agua donde solo el asfalto existe. Espejismos que nos confunden, visiones que parecen estar allí, más cuando llegamos a ellas se esfuman en el aire.

Como en el aire se esfuman los espejismos de nuestras vidas. Cosas que perseguimos con ahínco, a veces por años, y que cuando las obtenemos, caemos en cuenta que no era lo que creíamos que eran. Corremos tras las visiones, nos esforzamos en busca de los espejismos, y por lo general, la decepción y el vacío es lo que encontramos al final de esa búsqueda.

Es que el hombre de hoy está viviendo más en función de sus sueños, que de sus necesidades, y esto no sería malo necesariamente. Pero sucede que por lo general esos sueños no son propios, son impuestos. Hemos dejado de buscar la felicidad donde realmente existe, para buscarla donde otros nos dicen que existe.

Y sucede que muy dentro de nosotros allí donde no llega la propaganda de los medios que nos incitan al consumo desenfrenado, ni las enseñanzas de los gurúes o los falsos profetas de la vida, vive latente la plenitud y la felicidad. Bastaría solamente con escuchar nuestro corazón para descubrir esa riqueza interior y despertarla de su latencia.

Y una vez descubierto esto veremos que no es necesario vivir los sueños ajenos para ser feliz, que solo seremos plenamente felices cuando nos aceptemos tal cual somos, sin aditivos externos, sin búsquedas frenéticas de los sucedáneos de la felicidad.

En definitiva, cuando aceptemos que no necesitamos comprar el bienestar, que éste puede estar esperando en nuestro interior, y que puede despertar de su letargo con el simple hecho de amar, o de sentirse bien con uno mismo.

En un mundo cada vez más material, en una sociedad cada vez más competitiva y masificada, se nos enseña a cada instante que es más fácil correr en pos de los sueños de las masas. Pero todo sueño que no nos pertenezca, que sea forzado por intereses que no son nuestros, no deja de ser simples espejismos.

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lunes, 21 de septiembre de 2009

Una noche en la rambla solitaria.


Todo está en serena calma. Desde el mar cercano, la brisa fría trae desde la profundidad de la noche, aromas de brumas, espuma y sal, presagiando alguna tormenta lejana. Sobre el horizonte, la luna que se refleja sobre las aguas del Rio de la Plata nos acompaña, mientras caminamos por la rambla solitaria.

Mi brazo en tu cintura, trata de aprisionar para siempre este momento, aunque tu triste sonrisa me dé a entender que será difícil espantar tus soledades y tus miedos.

Por un instante te miro, y el mundo a mi alrededor desaparece, y comienzo a entender, que de tu mirada es que brota la luna, el mar y la vida. Que es tu sonrisa la que tachona de estrellas la noche, mientras que el arrullo de olas lejanas que golpean sobre la arena fría, no es más que el arrullo de tu voz que embriaga mis sentidos.

Nada fuera de tu cuerpo existe y fuera de tu sonrisa nada tiene sentido. Te miro y comprendo que es en vos que vive mi Universo, y palpita mi vida.

Ha pasado el tiempo, y recién ahora, que no te miro, compruebo que el frío sigue presente, la luna esta lejana e inalcanzable, y el mar seguirá siendo un sitio misterioso y frío, que sigue esperando mis soledades.

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domingo, 30 de agosto de 2009

Ay como me gustaría.


Ay como me gustaría amor
Como me gustaría
Regalarte el reflejo del sol
Que se oculta devorado por la tarde

Mientras yo, con la mirada te devoro
Tomándote de las manos
Y mirándote profundamente a los ojos
Respirando tu aroma de primaveras
Bebiendo la miel de tus labios
Como desearía, cuando estas conmigo
Romper los relojes
Quemar los calendarios
Detener el mundo
Y matar de un beso al hastío
Este duro hastío que me causa el no tenerte
El vivir a medias
El no darte
El no sentirte
Completamente, plenamente
Eternamente
Como me gustaría
Que fueras la primera, la única
Sin llamadas, sin apuros
Y que supieras que soy solo tuyo
Y nada más que tuyo
Para que nuestros corazones
Latieran juntos
Para que la fría mano de la angustia
No apretase más mi pecho
Y dejara de preocuparme por el mañana
Ay como me gustaría no sentirme una carga
Un peso, una espina
Clavando mi soledad en tu sonrisa
Ay como me gustaría poder liberarte
De la tortura del futuro
Y que fueras feliz
Eternamente feliz

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miércoles, 12 de agosto de 2009

Charla en el boliche.


Si los ojos son el espejo del alma, en Juan veía a un ser vacío, sin esperanzas, sin futuro en definitiva, sin alma. Sentados en la mesa de un boliche viejo, sobre la madera añeja, desgastada por tanta copa y desencanto, un par de cafés humeantes eran testigos de la tristeza profunda de mi amigo.

-Que terrible dilema es no saber si agradecerle a la vida por haberme permitido amar, o echarle en cara de que ahora me esté quitando a quien tanto he querido-. Las palabras sonaban lejanas y frías, como provenientes de una tumba profunda y oscura. Probé un sorbo del brebaje y ahora era yo mismo el que se ponía a cavilar sobre lo que Juan me acababa de decir.

¿Qué sería peor?, ¿el nacer sin el don de la visión, o perder ese don luego de saber lo que es el gozar de los colores de un arco iris, o los de un atardecer en el mar? En definitiva, y aunque suene terrible, ¿no sería mejor jamás saber lo que uno ha perdido? Un parroquiano que pedía un vino al bolichero me sacó de mi ensimismamiento, pero la pregunta quedó flotando en mi mente. Y la respuesta también.

El don de amar, es un don divino, como el de la visión, como el de la vida misma. Y el precio que uno debe de pagar por gozar de ese don, nunca es demasiado alto, como el que se paga por no gozarlo.

-Aunque estés sufriendo por una partida, tuviste la suerte de saber lo que es amar y que te amen, otros jamás tendrán ese privilegio- le dije –Tené presente que el que nunca ha amado, no ha vivido completamente-

Juan me miró y en sus ojos ya no se reflejaba el vacío o la desesperanza, ahora ellos brillaban de nostalgias y vida. Insistió en pagar él los cafés, me dio un fuerte abrazo de agradecimiento y de despedida, y se fue caminando despacio, rumbo a sus recuerdos.

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lunes, 6 de julio de 2009

La tristeza del boticario.


Siempre me llamó la atención la tristeza que Leandro, el boticario del pueblo, llevaba a todos lados a cuestas. Recuerdo cuando íbamos con mamá a comprarle unas pastillas de mentol para la tos, que yo tomaba como si fueran caramelos. Entrar a la botica, era entrar a un lugar oscuro y sombrío, un lugar sin esperanzas ni risas. O cuando lo cruzábamos por la calle, siempre vestido de negro, con sus magros paquetitos de alimentos, rezumando tristezas, y mirando hacia las baldosas flojas de las veredas rotas de su barrio.

-¿Qué le pasa a don Leandro que siempre está triste?-, le pregunté un día a mamá, con esa curiosidad propia de los niños, que intuyen que hay ciertas cosas que si uno es chico no debería preguntar. –Problemas con el hijo, cosas de grandes que algún día entenderás-. La respuesta tajante de mi madre, me cerró la curiosidad por bastante tiempo. Por años, entonces, no supe, ni quise saber más sobre la historia del hijo del boticario.

Historia que descubrí ya entrada mi adolescencia, cuando casi por casualidad, mi tío la mencionó una tarde de sopor veraniego, en que caña en mano, perdíamos el tiempo bajo la fronda de los sauces que besaban con sus ramas a los camalotes florecidos que flotaban en las orillas de la laguna. –Ché flaco-, me dijo mi tío con ese trato que lo convertía en uno de mis tíos favoritos, -¿sabés como le dicen a esta laguna?-, preguntó. –Claro que sé, le dicen Laguna del Suicida-, le retruqué con sapiencia. –¿Y sabés porque la llaman así?-

Y ahí fue donde me enteré el porque del nombre de la laguna, y de como estaba relacionada con la profunda tristeza del boticario. Un pez, seguramente una mojarra grande, o una tararira, se escapaba de mi anzuelo, a la vez que de la boca de mi tío se escapaba una risotada al verme tan mal pescador. Es que yo, estaba absorto con su relato, ahora, luego de tantos años, no solo me enteraba del porque de la tristeza de Leandro, sino, y esto era lo mas sorprendente, mi tío me contaba que el hijo del boticario no era el primero ni el único en buscar las aguas calmas de la laguna para alcanzar el descanso eterno.

-Fue en esta laguna que se mataron, y no solo el hijo de Leandro- me dijo mi tío en un respetuoso susurro -¿Porqué lo hicieron?- le pregunté inocentemente a mi tío, -por amor flaco, ¿porqué sino?- Un tábano que hacía rato revoloteaba sobre mis piernas, quiso aprovecharse de mi distracción y sentí el pinchazo, quise matarlo, pero el bicho fue mas veloz que mi mano y disparó hacia el cielo volando.

Los años pasaron, yo me mudé a la capital, persiguiendo sueños que al final no eran tan buenos como creía. Siendo ya un treintañero cierta vez de visita en mi pueblo natal, quise revivir mis años de niño y adolescente. Luego de las visitas de rigor a tíos, primos y amigos, me di una vuelta por esos sitios emblemáticos de mi niñez. La plaza siempre igual, pulcra y concurrida, la vieja botica, hoy transformada en farmacia, las calles donde tantas veces había jugado a las escondidas o al fútbol, y por último la eterna laguna que por lo distante, me vió llegar ya caída la noche.

La oscuridad había mandado a dormir a la mayoría de los pájaros, solo algún dormilón, o alguna lechuza se movían en los árboles negros que rodeaban la laguna. Caminé un rato por la orilla fangosa, disfrutando de la soledad y recordando, casi viéndome junto a mi tío, cañas y aparejos en mano tantos y tantos años atrás. Me senté sobre un tronco caído cerca de la orilla, cuando una voz que venía de algún lado de la laguna de pronto me sobresaltó.

-Al fin venís sólo, hace años, desde que eras un niño, que te veo visitar mis orillas, pero siempre acompañado- Hacia mi izquierda, sobre unos camalotes que flotaban a unos tres o cuatro metros de la orilla, la figura de la más hermosa de las mujeres, me embrujaba con su voz de cristal. La luna llena jugaba con su piel blanquísima y mojada, dándole toques nacarados e iridiscentes.

Un aroma sensual y embriagador invadía la profundidad de la noche, en algún lugar de la laguna alguna mojarra saltaba del agua escapando del ataque de alguna tararira hambrienta. Mientras tanto, la hermosísima sirena entre los camalotes, comenzaba a cantar una canción de amor, con una dulce voz, tan dulce como la miel de las colmenas de camoatí que de niño conseguíamos en los montes junto al río.

–Vení, no tengas miedo, y seré completamente tuya para siempre-, la voz de la belleza me hechizaba, no podía evitar mirar sus ojos increíblemente claros. –Dale, vení- insistía invitándome a meterme en las aguas profundas y oscuras. El silencio de la noche era total, la luna comenzaba a brillar cada vez menos, o eso me parecía. -¿Porqué habría de hacerlo?-, le pregunté –Por amor, ¿porque sino.?- me respondió ella.

La luna comenzaba a brillar nuevamente, mientras, aún no se como, yo empezaba a alejarme poco a poco de la laguna, creyendo que quizás estaba escapando de un gran y eterno amor, aunque a su vez no podía dejar de pensar en la tristeza profunda y eterna del boticario.

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martes, 23 de junio de 2009

El Rubio.


-Ayer me crucé con Roberto, ¿te acordás de Roberto?, el flaco que se casó de apuro con la hija del zapatero- le dije. El Rubio giró la cabeza y con un gesto bueno me dijo que no, que no se acordaba quien era Roberto. Luego, como si jamás le hubiera hecho ese comentario, me preguntó si había visto a alguien de la barra, mientras me convidaba con una galletita rellena, de esas que yo sabía que le gustaban y que le había llevado junto a los cigarrillos rubios y los chocolates.

Una paloma pasó volando bajo, y los ojos entrecerrados de El Rubio la siguieron hasta que se perdió de vista detrás del árbol de magnolia que explotaba de verdores y aromas en medio del patio. -¿Te dijeron cuando me voy?- la voz de El Rubio sonaba más a súplica que a pregunta. –No, no tengo idea, supongo que pronto- le contesté, avergonzado por haberle mentido.

-Yo no hice nada, no se porque estoy aquí- dijo casi para si mismo, con una voz llena de nostalgias y tristezas y bajó la cabeza y se quedó mirando las hormigas que hacían su festín con las migas que caían de las galletitas. Bien sabía yo que no había hecho nada, quizás tal vez su pecado había sido el no confiar lo suficiente en si mismo, tal vez fue el buscar esa confianza en los porros y las pastillas ése tal vez haya sido su pecado, y vaya si lo estaba pagando.

A la mente me llegan recuerdos de treinta y pico de años atrás, con proyectos e ilusiones que en el caso de él, quedaron encerradas en esa prisión oscura y fría que es la locura.
Porque lo peor no es el encierro del loquero, lo peor es saberse encerrado para siempre en un mundo que no es el verdadero. El Rubio abrió un chocolate, y antes de probarlo me ofreció un trozo, ni siquiera la locura había podido borrar la bondad de su persona, aunque delirante el que estaba a mi lado, seguía siendo mi primo, el mismo que tantos sueños había compartido conmigo.

La tarde caía como plomo sobre el patio, y la hora de visita se esfumaba entre los barrotes y los alambrados que evitaban que éstos pájaros con las alas cortadas pudieran volar.

El Rubio miró el cielo, y seguro envidió a esos pájaros que no estaban enjaulados y podían ir sin problemas adonde ellos quisieran. Alguien se paró balbuceando algo ante nosotros, y recibió su trozo de chocolate, agradeció y se marchó hacia su habitación, y yo, me conmovía un poco al ver como entre los que se saben diferentes y excluidos de éste mundo, surgen esas pequeñas y a la vez inmensas solidaridades.

–Bueno, yo me voy, ya casi es la hora y me van a decir algo-. -¿Ya te vas?-. Y un nudo en la garganta apretaba y apretaba. –Si, sabés que si me quedo la enfermera me reta- le dije tratando de ser gracioso.-Gracias por venir y traerme lo que me gusta- -Decíle a mamá que me venga a ver- , y yo asentí, sin siquiera explicarle que los años fueron pasando y que la muerte no respetó a cuerdos o madres.

La tarde caía en el patio, oscureciendo a la magnolia y a las soledades que quedaban sobre los bancos vacíos y las mentes marchitas. Y yo me marchaba lentamente, pensando al mirar alrededor mío, en todos ésos amores truncos, sueños deshechos y vidas partidas al medio. Volví a mirar para atrás antes de salir por el portón de hierro, le pedí perdón mentalmente a El Rubio por dejarlo encerrado, y me fuí del hospicio con un gusto amargo en la boca.

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jueves, 18 de junio de 2009

Encuentro.


Un extraño presentimiento invadió mi alma cuando la ví aparecer en la esquina de Colonia y Ejido aquella fría mañana de junio.

Hacía mucho que le debía un regalo de cumpleaños a Gonzalo, ¡siempre tan atento Gonzalo!, pensé para mi mismo, no podía dejar pasar un día más, me decía mientras miraba la vidriera del local dónde yo sabía él había visto esa bufanda que tanto le gustaba.

Esta casa no es de las más baratas, solo ropa de calidad, pero Gonzalo era un amigo de esos que valen la pena tenerlos, y bien se merecía el gasto. Quizás estos pensamientos fueron los que retrasaron unos segundos mi entrada al local, esos segundos que en definitiva fueron los determinantes para que sucediera lo que al final sucedió.

Es que una cosa fue verla aparecer a lo lejos, doblando por esa esquina de la confitería, distraída, ensimismada en sus cosas, y otra muy distinta fue el sentir su fría mirada clavándose en mis ojos como un puñal helado y certero. El extraño presentimiento que tuve al comienzo desapareció como barrido por el viento helado del invierno, y en su lugar, una certeza ocupó ese espacio, una oscura y terrible certeza.

Sin dejar de mirarme, ella se detuvo unos segundos, de esos que parecen siglos, frente a mi, y con la mas fría de las miradas, hizo un gesto, casi un rictus con su boca que me dejó estático. Quise decirle algo, preguntarle el porqué insultarla quizás, pero yo parecía una estatua viviente, como esas que a pocas cuadras, vestidas de diosas o polichinelas sorprenden a los niños que pasan de la mano de sus padres.

-Es mi trabajo- me dijo a modo de disculpa, se dió media vuelta y desapareció entre el gentío que esperaba la luz verde del semáforo. Y me dejó ahí, aterrado y parado, y ni siquiera volteó para ver cuando la cornisa que caía del tercer piso me destrozaba la cabeza. A la Parca quizás no le guste mucho su trabajo, por eso ni siquiera se haya quedado a mirar mi muerte.

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jueves, 11 de junio de 2009

Cuestión de genes.


Según algunos científicos, al macho humano no le queda mucho tiempo de vida en este planeta. Luego de algunos estudios realizados sobre nuestro cromosoma, descubrieron que el “Y”, o sea el cromosoma masculino, esta perdiendo la batalla contra el “X”, el femenino.

Hoy, el cromosoma femenino tiene cerca de 1400 genes, en tanto el masculino no llega a los 100, y los expertos aseguran, que en la batalla de pérdidas y ganancias de genes, el “X”, no cabe duda, a la larga saldrá ganando.

¿Y que significa esto?, bueno mis estimados compañeros de género, significa que en un lapso de tiempo, que calculan en cerca de 125.000 años, solo habrán mujeres en este planeta. Así como lo leen, en algunos cientos de miles de años, se vera un cambio, como jamás la raza humana ha visto en este planeta.

Barbas, mostradores, excusas por llegadas tarde, suspensores, tapas de inodoros orinadas, chistes verdes, spam de vendedores de Viagra, tapones de oído para los ronquidos, peleas por el uso del control remoto, idas a la casa de la mamá, nudos de corbatas, billeteras, condones, calzoncillos, curas, son cosas que serán historia dentro de mil doscientos cincuenta siglos, años más, años menos.

Claro, ustedes dirán, que todavía falta, y mucho para llegar a esa fecha, pero les diré algo, lo mismo creía yo sobre el año 2000, cuando de niño pensaba que ese año mágico jamás llegaría a mi vida. Pero llegó, y vaya si lucre gracias al Y2K, pero bueno, esa ya es otra historia.

Si la naturaleza es tan sabia como creemos, ¿será que la raza humana esta llegando, lenta pero inexorablemente a la perfección?. Quizás la naturaleza sepa de antemano algo que los machos de este mundo sospechamos desde que tenemos uso de razón. La vida en este mundo es capaz de subsistir y aún prosperar sin nosotros, pero no sin ellas.

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miércoles, 20 de mayo de 2009

Vías muertas.


Me gusta caminar por las vías abandonadas. Y desandar entre durmientes muertos, los caminos de hierro que alguna vez llevaron tanta vida viajera. Gozo oyendo solo el crujido áspero de los pedruscos bajo mis pies, y sintiendo soledades de destinos pasados, de esperas y despedidas que ya fueron.

Viejas sendas metálicas que supieron unir o separar destinos, y que hoy, cansadas y oxidadas, sufren la agonía de la desesperanza y la apatía. Algunas aunque ya inútiles, se muestran aún orgullosas de su pasado, otras, las más modestas, vencidas se esconden bajo los pastos y malas hierbas, que solidariamente las cobijan del mundo que las ha olvidado.

Vías muertas que ya no esperan, más que el volver de a poco a la tierra de la cual nacieron. Maderos de durmientes que ya nunca serán árbol, ni ruta, ni sendero, que día a día se deshacen mansamente, pero que igual siguen aguantando estoicamente, resignadamente sobre sus humildes hombros todo el peso.

Venas de hierro marchitas por el tiempo, la sangre de tus trenes hace mucho ya que no recorren tus misterios, ahora solo persistís gracias a los recuerdos, de los que como yo, antaño fueron viajeros. ¿Quién por tus senderos ha escapado?, ¿quién por ellos ha regresado?. Ese secreto duerme compartido con las estaciones destartaladas y los andenes desiertos.

Vías ahora muertas, pero vivas de mi infancia, gracias por haberme llevado, hacia el mundo de mis recuerdos.

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sábado, 7 de febrero de 2009

La mosca.


La turbulencia de los recuerdos agita mi mente. Tantas emociones fuertes, tantas y tantas lágrimas derramadas sobre el mantel manchado de café del bar, y mi recuerdo más vívido es el de una mosca caminando sobre tu bronceado brazo. Insistiendo en recorrerlo entre los vellos rubios apenas perceptibles, como no hacia mucho, yo mismo los recorría con mis labios.

No podía mirarte a los ojos, los hombres no lloran, ¿sabés?, y esa estúpida enseñanza, grabada a fuego en nuestras mentes de niños dóciles, me inhibía de mirar la tristeza aguada recorriendo tus mejillas, cayendo sobre la mesa, manchando con pequeñas sombras oscurísimas de rimmel la suciedad del mantel. Si te hubiera mirado a los ojos, me habría olvidado de las estúpidas enseñanzas de mi padre, y de la mosca caminando por tu brazo.

Y el mantel tendría también, las marcas aguadas de mi tristeza.


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