viernes, 21 de diciembre de 2007

Casualidad?.


Soy de hacerme preguntas de difícil respuesta, una de estas preguntas que a menudo me hago, es hasta donde las casualidades gobiernan nuestras vidas, donde comienza la causalidad y termina el azar.

Hechos, situaciones, encuentros, me llevan a pensar que tras lo que nosotros damos por sentado de que es algo casual, se esconde una trama tan compleja como maravillosa, que somos incapaces de comprender.

Y entre esos acontecimientos casi mágicos que cada tanto nos dejan entrever que la casualidad no existe, les quiero contar un hecho verídico que me sucedió, ya hace muchos años y que aún hoy luego de tanto tiempo me sigue sorprendiendo.

Soy una persona bastante perceptiva con lo que a personalidades se refiere, unas pocas palabras, un par de miradas y alguna que otra actitud, me bastan para saber casi al instante si quien esta en el foco de mi atención, puede ser depositario o no, de mi confianza.

Por eso, cuando conocí a A. supe enseguida que una conexión especial me uniría a esa persona, abierta, transparente y sin dobles discursos, me cayó bien de entrada. Así que cuando me dio su teléfono (ni soñábamos con celulares en aquel tiempo), lo guardé con sumo cuidado, pues, conociéndome, sabía que si no tenía el suficiente cuidado, terminaría por perder ese papelito, como tantas veces me había pasado.

- Llamáme el viernes -, me pidió, - eso si, antes de las siete de la tarde, pues a esa hora me voy al cumpleaños de mi ahijado -. Como buen despistado y desmemoriado, el viernes me acorde de llamar a A. poco antes de irme del trabajo, a las ocho menos cuarto de la noche.

Busqué en la billetera y no estaba, en todos los bolsillos del saco y tampoco, menos aún en el cajón del escritorio. Y me quise morir, no encontraba el papelito con el teléfono de A. por ningún lado, lo había perdido!!.

Desesperado por dejar escapar la posibilidad de hablar con ella, intenté utilizar mi muy deficiente memoria, tratando de recordar el número. Luego de algunos minutos en que mi mente no lograba recordar ninguna cifra, un número vino a mi mente, si, pensé para mis adentros, este creo que es el teléfono.

En aquellos viejos teléfonos de disco, marqué el número que mi mente creyó que era el correcto. Una voz femenina y evidentemente mayor, del otro lado atendió amablemente, y yo, le pedí muy respetuosamente hablar con A., - no me corte por favor -, me contestó la voz que pensé era la de su mamá.

Estaba asombrado con mi memoria, esperando en la línea, cuando una conocida y desconcertada voz me pregunta – quien habla allí ? -, - Juan -, le respondí. Al principio pensé que A. sufría de amnesia o algo así, pues no solo me preguntó que Juan, sino, que cuando cayó en cuenta de que yo era el Juan conocido, me hizo la siguiente y más desconcertante pregunta: - cómo conseguiste este teléfono? -.

Lo maravillosamente extraño de la situación, fue que el teléfono que vino a mi mente, y que disqué pensando que era el de su casa, era en realidad el de la casa de su ahijado. Si, de las millones de combinaciones de números posibles que mi mente hubiese podido “elegir”, eligió el correcto.

La relación con A., si bien importantísima para ambos, no fue eterna, mas, estuvo marcada para siempre por ese momento mágico en que algo más fuerte que el azar o el destino ayudó a unir nuestros corazones.

Hechos extraños como el que les acabo de relatar, o lo que tan seguido sucede, de “atraer a alguien con el pensamiento”, me hace pensar que no es del todo cierto que el azar es el que gobierna nuestras vidas, quizás, no seamos más que inconcientes actores, siguiendo las indicaciones de un director desconocido en esta gran obra que llamamos vida.

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miércoles, 19 de diciembre de 2007

Preferencias.

Prefiero escuchar a hablar, leer a escribir y sufrir a herir. Prefiero los perros a los gatos, y los sueños a las derrotas. Caminar a correr, y mirar a ver. Prefiero el verde al amarillo, los duraznos a las manzanas y el té al café. Prefiero lo salado a lo dulce, y lo dulce a lo amargo. El chocolate a la dieta, la comodidad al abrigo, la calma a la tormenta.

Prefiero el árbol al hacha, pero el hachero a la pobreza. Prefiero el silencio al ruido, la noche estrellada a la tarde despejada y la luciérnaga a la abeja. Prefiero el mar a la sierra, pero el pasto a la arena, lo mojado a lo seco y lo esperado a lo recordado. Prefiero el jazmín al clavel, y que me pidan a pedir.

Prefiero estar a partir, perdonar a condenar y olvidar a acusar. El hambre a la sed, tu piel a mi piel y el hoy al ayer. Prefiero la muerte a la incapacidad, el que me llamen a llamar, el que me pregunten a preguntar. Prefiero la música al cine y la compañía a la soledad.

La guitarra al violín, Rossana Taddei a Mercedes Sosa y Zitarrosa a Gardel. Prefiero volar a navegar, sudar a transpirar, dar goce a gozar. Prefiero el libre al libertino, el peón al político, el artista al guerrero. Prefiero aceptar a cuestionar, comprender a señalar.

Prefiero las primaveras a los veranos y los viernes a los sábados. Prefiero abajo a arriba, lentitud a apuro, empezar a terminar. Prefiero las remeras a las corbatas, el vino al whisky, el disfrutar al guardar.

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martes, 18 de diciembre de 2007

Terra Meiga.


Muchas cosas me sorprendieron al momento de conocer Galicia, su gente, sus montes, su mar, su verde profundamente verde, su historia, y por supuesto, su magia. Terra Meiga, le dicen, y vaya que es así.

Rastros de antiquísimas religiones paganas dados en sus castros regados por la campiña, su Pedra da Serpe, sus siempre presente Cruceiros, y sus leyendas mágicas, me daban la pauta de que esa tierra era un sitio poblado aún por hechiceras y duendes.

Y que una sabia viejecita centenaria, de luto perpetuo, y ojitos vivaces y azules, me advirtiera sobre los peligros de visitar ciertos lugares, no hizo más que reforzar esa idea.
Clemencia, así se llamaba ella, mantenía en su lúcida mente, intactas mil historias de brujas, pueblos enteros enterrados por la arena caída desde los cielos por dioses enojados, o embrujos y maleficios.

Más que aldea, el caserío de ese rincón de Galicia, muy cercana a la Costa da Morte, donde nuestros parientes vivían, y donde pasamos ese enero inolvidable, tenía todas las comodidades que el progreso puede ofrecer a los habitantes de la Europa moderna, pero esto no evitaba que todas las noches José, el yerno de Clemencia, subiese la pendiente del cerro a buscar el agua de un manantial que brotaba en una fuente construida ya nadie sabía cuando.

Y así, todas las noches me iba acompañando a José, caminando por el sendero oscurecido por la noche, escuchando historias en gallego, sobre hambrunas lejanas y desarraigos modernos. Con casi todos sus hijos, trabajando en Suiza o Alemania, descargaba en mí su sabiduría de generaciones, que yo agradecía al escucharlo en silencio

Cierta noche, después de la cena, Clemencia, la viejecita de que les hablaba, me preguntó si no me cansaba de acompañar a José a su manantial todas las noches, le contesté que no, y más aún, tenía pensado algún día trepar los cientos de metros que separaban la fuente de la cumbre del monte, para divisar desde allí los alrededores.

Clemencia se hizo la señal de la cruz y me pidió encarecidamente que no fuera, que esa era morada de brujas y demonios. Me contó que en la cima de aquel monte, una roca circular, oficiaba de altar donde las brujas llevaban a cabo sus rituales infernales.

Por supuesto que mi ignorancia, llevó a que desoyera los sabios consejos de la abuela, y que, luego de subir por una escarpada senda durante un buen rato, me diera el gusto de observar no solo la aldea allá, muy debajo de donde yo estaba, sino también, el mar con sus rías que reflejaban el sol mañanero a lo lejos.

Una sola cosa podría haberme protegido de mi impertinente visita al lugar donde en ciertas noches de luna llena, los pobladores más viejos del caserío juraban haber visto el resplandor de las fogatas y las sombras espectrales de las brujas en sus danzas.

Algunos días después, frente a mí, un enorme cuenco de barro con tres patas, ardía con un fuego azulado, dentro, una mezcla de aguardiente, azúcar, granos de café y cáscaras de limón, se mezclaban en una misteriosa alquimia que me asombraba.

Junto a unos pequeños recipientes también de barro, con un pequeño apéndice de donde asirlo, un conjuro en gallego nos era entregado para recitar luego de que consumiéramos el mágico brebaje.

Y este fue el segundo error por mí cometido, beber la Queimada, como si de un simple trago se tratara, desestimando su poder mágico, conocido por genraciones, y peor aún sin recitar a la luz de la luna su efectivo conjuro, que me hubiese protegido de tantos males futuros…

Mouchos, coruxas, sapos e bruxas. Demos, trasnos e dianhos, espritos das nevoadas veigas.
Corvos, pintigas e meigas, feitizos das mencinheiras.
Pobres canhotas furadas, fogar dos vermes e alimanhas. Lume das Santas Companhas, mal de ollo, negros meigallos, cheiro dos mortos, tronos e raios. Oubeo do can, pregon da morte, foucinho do satiro e pe do coello. Pecadora lingua da mala muller casada cun home vello……

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viernes, 14 de diciembre de 2007

Que linda sorpresa tuve ayer!!.


Ayer, mientras trabajaba a full, recibí un regalo, un hermosísimo regalo. Un lindo ser humano me regalo el nuevo gif que pueden ver colgado en el techo del Altillo.

Demás esta decir que me emocione cuando recibí el presente, por dos cosas, en primer lugar, por el hecho de que me encantó su diseño, en segundo lugar, porque fue un regalo hecho por quien me lo regaló, y cuando alguien ofrece desinteresadamente su trabajo a otro, es digno de destacarlo.

Muchísimas gracias por tu aporte, el Altillo, esta mucho más lindo ahora.

http://www.boosterblog.es

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jueves, 13 de diciembre de 2007

Maripositas.


Vienen hacia mi cara
Por el aire volando,
Dos maripositas
Regordetas y tiernas.

Con la inexperiencia de la vida
Que recién comienza,
Pero con la sapiencia suficiente
Como para saber recomponer mi vida.
Manitos tiernas,
Luminosas y buenas
Deditos gordos,
Hoyuelos en los pequeños nudillos,
Descubriendo mi rostro y dándome fuerzas.
Manitos que crecen
Y algún día no muy lejano
Acariciarán otros rostros,
Y sabrán también
Curar otras penas

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lunes, 10 de diciembre de 2007

Soy el mismo?

Soy el mismo?
No, no soy el mismo
Tanto tiempo dentro de mi cuerpo
Pasando en olas de experiencia la vida

Cambiando gustos
Creciendo
Añorando volver a ser niño
Sintiendo emociones diferentes
Al escuchar el mismo disco
Amando lo dejado
Y dejando lo alguna vez querido
Soy el mismo?
No, no soy el mismo
Cambiado, sorprendido
Mil veces arrasado, mil veces esculpido
Vuelto a nacer en cada instante
Nuevo, renovado, desconocido
Soy el mismo?
No, no soy el mismo
O tal vez, si,
Lo sea, y no me haya encontrado
Aún, conmigo mismo

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martes, 4 de diciembre de 2007

Rio de la Plata.


Quizás, una de las razones por las cuales amo tanto a mi ciudad, sea el hecho de que vive recostada sobre ese río con alma de mar. Tan cambiante y tan eterno. Como la vida misma, diferente a cada instante, a veces melancólico, otras veces impetuoso, acompañando, si se quiere, mis estados de ánimo.

Difícil de que mantenga el mismo color por más de dos o tres días. A veces el marrón lodoso de sus aguas, nos obliga a llamarlo Río, otras veces, el color verde claro, nos hace creer que se trata de un Mar.

Las olas, que ayer vimos oscuras y espumosas golpear sobre la Rambla Sur, intentando trepar hacia la ciudad, en esos ataques de sudestada furia, son las mismas que veremos mañana, claras, ociosas, verdes como esmeralda liquida, reflejando, en millones de lucecitas, el sol de la tardecita que se escapa tras el cerro.

Acostumbrado desde niño a verlo, no puedo prescindir de su presencia por mucho tiempo. Y es extraño, pero si estoy por demasiado tiempo lejos de ese río que se parece al mar me siento encerrado, asfixiado. No importa que no me zambulla en sus aguas, o que no pise las arenas de sus playas, pero tiene que estar cerca, de lo contrario no me siento completo.

Siempre que puedo, aprovecho esos raros momentos en que estoy solo, y me voy a acompañarlo un rato. Prefiero sentarme en el murallón, allí cerca del Dique Mauá, para ver, a contraluz del sol, como el atardecer va pintando las aguas con oro. Y eso para mi, es casi como una terapia, me purifica y me deja como nuevo.

Imagino a Montevideo, con su bahía, tratando de abrazarlo, de contenerlo, y me quedo pensando, que por eso este rio nos viene dando tanto desde hace tanto tiempo, y yo siempre que puedo, en silencio se lo agradezco.

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jueves, 29 de noviembre de 2007

Mi mujercita.


El teléfono sonó en casa, y espere ansiosamente que mi mujer me dijera lo que yo tanto esperaba oír, las ansias me atormentaban, no estaba tranquilo, sabía que el momento se acercaba y los nervios cada vez más, iban ganando mi cuerpo y mi espíritu.

-Vamos, parece que ya es la hora-, mi mujer no había terminado de decir la frase, y yo, ya estaba pronto, llave del auto en mano, para ir a buscar a mi hija. Su casa no queda muy lejos de la mía, pero el recorrido me pareció eterno.

Al llegar toque el timbre nerviosamente, y casi inmediatamente, bajo ella, del brazo de su esposo, pesadamente, torpemente las escaleras, con una alegría y un miedo palpable en su rostro. Y fue la imagen más tierna y hermosa que en mucho tiempo mis ojos veían. Mi hija, esa misma mujercita, que más de veinte años atrás había compartido juegos y llantos conmigo, iba a ser mamá.

Los nervios me consumían, caminaba de un lado a otro en el pasillo del sanatorio, tratando de aguzar el oído, pero solo escuchaba los gemidos de mi hija. De dentro de la sala una enfermera sale apurada, sin tiempo de explicar ni darle noticias a nadie. Sigo esperando, con un nudo en el estomago y al borde del colapso.

Vuelve la enfermera con algo en sus manos. Tratamos de ver por entre la puerta que se cierra, solo llego a escuchar –Vamos madre, mas fuerza!!-.

Dos, tres, cuatro minutos, o una hora no lo se, el tiempo corre distinto ahora, y la puerta se abre. Una enfermera con una bolita de carne morada y llorona sale de la habitación, dudo, sigo a la enfermera?. Miro hacia dentro. Mi hija, mi niña, mi princesa, con los ojos llenos de lágrimas y emociones, esta toda transpirada, con el pelo revuelto y la cara llena de vida. Me le acerco y le doy un beso enorme, lleno de gratitud y recuerdos.

En un cuarto contiguo, mi nieto, desnudo y arrugado, llora al recibir en su espalda el frío soporte de la balanza, lo miro, todos hablan, mas yo no escucho nada, solo miro, y disfruto lo que veo.

Recobro el ánimo, y vuelvo donde mi hija, que, de la mano de su esposo, cansada y dolorida, se siente única, eterna, importante, más, yo siempre supe eso. La miro, y no puedo evitar que los ojos se me humedezcan.

Gracias por lo que me has dado, mi amor.

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martes, 27 de noviembre de 2007

Valerio.


La llovizna, fina y persistente, empapaba los terrones sedientos y agrietados de la quinta. Por la ventana de la cocina, abierta a causa del calor, entraba el perfume a tierra mojada, que se mezclaba con el olor del gas de querosene y el aroma del dulce de leche casero, riquísimo y grumoso, que mi tía preparaba en una vieja cocina Volcán.

Sentados en un banco de madera, un par de humeantes y enormes tazas de loza blanca, rebozaban de café con leche espeso. Las galletas de campaña, con manteca y dulce de leche, completaban la merienda que mi primo y yo teníamos que terminar si queríamos volver a los juegos.

A pesar de las protestas de mi tía, -no se tomen la leche bebida, coman algo-, nos decía, apurábamos todo lo que podíamos la merienda, para salir a jugar, si paraba la lluvia, con los bichos que siempre aparecían después de las lluvias, sino, nos íbamos para el galpón de los aperos a escuchar las historias de Valerio.

A la izquierda de la tranquera, unos quinientos metros hacia adentro, un enorme rancho hecho de palo a pique y barro, con solo tres paredes, y con un techo de quincho añoso, guardaba los aperos, azadas, escardillos, y otros implementos para el trabajo en el campo, que mi tío y un par de peones utilizaban para trabajar la quinta, u ordeñar las vacas.

En la mitad del rancho, un fogón siempre encendido, calentaba eternamente una caldera negra de hollín, que lanzaba vapor constantemente por su pico. Sentado en un banquito de tambero, junto al fuego chisporroteante de espinillo, Valerio con el mate apoyado en el suelo de tierra apisonada, se aprestaba a liarse un “fumo”.

Ceremoniosamente, conciente de nuestra atención, sacaba del bolsillo de su chaleco, el paquete de tabaco brasilero y las hojillas Job, y lentamente, muy lentamente con sus manos agrietadas por el uso excesivo y duro, comenzaba la tarea de darle forma mas o menos de cigarro a ese montón de tabaco.

Siempre en silencio, pasaba su lengua por el borde de la hojilla, la pegaba, y luego chupaba su cigarro recién hecho para darle consistencia y forma definitiva. Tomaba algún palito encendido del fogón, y a la primer pitada, ya la tercera parte del cigarro se había consumido.

Con el “fumo” entre sus dedos amarillos, tomaba la caldera del fuego, y se cebaba un “chimarrao” hirviendo. Recién, después de saborear su mate, se acomodaba en su banquito, nos miraba a mi primo y a mí, y comenzaba a contar aquellas historias con su acento abrasilerado.

Lo que hoy en día, la niñez consigue enlatado y digerido, nosotros teníamos la suerte de escucharlo de un paisano que hacía trabajar nuestra imaginación al máximo. Historias de degollados, almas en pena o lobizones, brotaban de la boca de aquel hombre, y nosotros, con la inocencia propia de los niños que todo lo creen, quedábamos absortos escuchándolo.

Con la llovizna calmando y silenciando los campos, lo único que se escuchaba en el rancho era la voz ronca de Valerio, y el chisporroteo del espinillo quemándose en el fogón.

No se si las historias que los niños ven hoy en día en un aparato con control remoto, tendrán el mismo efecto en sus imaginaciones, que el que tuvo, en nosotros lo que Valerio nos contaba en aquellos lejanos y lluviosos días de nuestra niñez. Me parece que no.

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sábado, 24 de noviembre de 2007

Libertad.


Creo que desde que los humanos elegimos ser animales sociales, abandonamos el concepto de libertad absoluta. Y es que las obligaciones que nos impone la sociedad, hace que sea imposible de gozar una libertad plena, por eso nos hemos ido amoldando a las cuotas de libertad que podemos realmente gozar ya que tenemos asumidos, mas por el conocimiento que tenemos de lo que no nos gustaría que nos hicieran que por otra cosa, que hay que seguir ciertas reglas para hacer posible la convivencia.

En definitiva el ser humano privilegia las reglas de convivencia por sobre las libertades personales, sabemos que solos no podríamos subsistir en este mundo y nos amoldamos a las leyes para ser aceptados en la manada, y de esa forma intentar gozar de su aceptación y protección.

Pero hay veces en que el humano se topa con situaciones que hacen ver, a estas reglas sociales, como pesadas cargas sobre sus hombros. Y es que ante todo, y quizás por sobre todo, estamos gobernados por sentimientos e instintos, y claro, las reglas proponen, pero los sentimientos muy a menudo son los que se imponen.

Que hacer ante el dilema, que muchas veces enfrentamos, el de gozar de la libertad plena, o acatar las reglas ya establecidas?, cosa difícil de decidir a veces no?. Y sucede que por recibir la aceptación de la manada, muchas veces, demasiadas tal vez, vivimos tranquilos en nuestro mundo de seguridades mundanas, dejando de lado alegrías, pasiones y hermosas locuras.

Claro, tenemos, si abandonamos las inseguridades y los miedos por un instante, la oportunidad de correr descalzos por la vida, ver los colores con el corazón, y los amores con el alma, y si, ahí seriamos mucho mas libres, y por supuesto, bastante más felices al fin.

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martes, 13 de noviembre de 2007

El Barrio.


Pocos recordaban que había sucedido en el barrio, pocos quedaban de los que habían conocido otra forma de vida, más sana, más lenta, donde el contacto humano era fundamental, y la confianza era mutua.

Pero vayamos al comienzo de la cosa. En aquel tiempo, era extraño ver rejas en los jardines de las casas del barrio, los chiquilines jugaban hasta tarde en las calles tranquilas, y el almacenero de la esquina, basado en la palabra honesta de los vecinos, confiaba su negocio a los fiados y las libretas.

Por las tardecitas veraniegas, cuando el sol comenzaba a caer, los vecinos sacaban sus reposeras y sus sillas de madera y rafia a las veredas, y mate en mano comentaban las novedades entre ellos, y se convidaban con los pancitos, o los pastelitos caseros. Todo era tranquilo y cansino, calles casi sin tránsito, y techos sin antenas de TV daban la pauta de que aun el progreso, con su carga de oportunidades y problemas no había contaminado al barrio.

Pedro, el italiano, como casi todos los almaceneros del barrio, compartía bajo el mismo techo, negocio, y vivienda. Suya era la planta baja, de la única edificación de más de dos pisos de la manzana, que tenia un gran salón, acondicionado con mostradores de madera maciza, un par de sifones “Banchero”, para el alcohol y el kerosene, y los clásicos cajones del mercado.

En lo que vendría a ser el sótano, tenia su hogar, que dividido en tabiques de madera, compartía entre su esposa y su hija. Al frente, entre una tupida pared de transparentes que lo separaban un poco de la calle, vivía un perro, añoso y de raza desconocida, que durante el día desaparecía, y por las noches, siempre volvía seguro de que los huesos y la cucha de bolsas de arpillera, los esperarían junto a los casilleros vacíos.

Don Sosa, el jubilado del ferrocarril, vivía en una casa recostada hacia la derecha, el jardín con dos rosales, y una balconada de ligustros, estaba unido al fondo por un espacio a la izquierda de la propiedad, casi completamente cubierto por una parra de uva brasilera, que todos los veranos regalaba a los chiquilines del barrio.

A don Sosa, le encantaban los pájaros, y tenía muchos, claro, en aquel barrio, como a nadie se le hubiese ocurrido atar a los perros, o meter a los pájaros en jaulas, éstos anidaban y volaban libremente por entre los árboles del fondo, picoteando en el piso, el huevo duro pisado y el alpiste que el viejo les regalaba casi todas las mañanas. Mixtos, cardenales, sabiás y hasta zorzales, le alegraban los días, al jubilado del ferrocarril.

En tanto, Dora la modista, en las tardes de verano, sacaba la Singer al patio, y trabajaba en el fresco. Tenía un sauce a los fondos, donde anidaban sus pájaros, de colores diversos y cantos melodiosos, y era costumbre, que cuando Dora aparecía con su maquina de coser en el patio, los pájaros bajaban del árbol, e iban a hacerle compañía, seguros de que Dora compartiría con ellos las miguitas de pan con grasa que todas las tardes acompañaban al mate dulce con cascaritas de naranja.

Por años y años, los perros sin dueños y los gatos callejeros, vivieron libres y despreocupados en aquel barrio. Siempre había alguna latita con comida y agua, proporcionados por algún vecino caritativo, o un lugar donde pasar la noche.

El tiempo fue pasando, y poco a poco, los viejos se fueron yendo, primero fue don Sosa, al que encontraron muerto una mañana. A los vecinos les extraño no sentir el canto de los pájaros ese día en lo del jubilado, así que alguien fue a visitarlo y lo encontró tendido en la cama, con una expresión de paz en el rostro.

Luego fue la Singer de Dora, que dejó de escucharse en las tardes de verano, y tras ella, otro, y otro más. El barrio fue cambiando y gente nueva fue ocupando poco a poco el espacio que los viejos vecinos iban dejando atrás.

Pedro, el almacenero, un buen día dijo que se jubilaba, vendió el almacén, la cachila marca Ford, con la cual iba al mercado, y con su mujer y su hija, ya recibida de abogada, se fue para siempre, algunos dicen que para Italia, otros sin embargo, aseguran que lo han visto caminando por el centro.

En el lugar del almacén, un minimercado, con góndolas repletas y de productos, pero sin fiados, ni yerba o azúcar sueltos, se instalo al poco tiempo. El nuevo dueño, en lugar de vivir en el sótano, como lo había hecho Pedro, utilizó este como depósito, alquilando uno de los departamentos de arriba, donde vivía con su familia.

Junto al transparente, ahora limpio y sin cajones, un fierro clavado profundamente al piso, aprisionaba una cadena, de unos dos metros de longitud, que terminaba en un collar en el cuello de un ovejero alemán.

Dónde antes vivió don Sosa por tanto y tanto tiempo, se mudó una familia con dos niños, a los que no dejaban jugar en la calle por miedo a que algo les pasara. Poco a poco, debido a la confianza de los pájaros, y a los tramperos del nuevo dueño de casa. Los cardenales, los mixtos y los zorzales, poco a poco fueron abandonando los árboles y los cantos, y pasaron a vivir en los tristes jaulones que guardaban en el galpón del fondo.

Algo parecido sucedió en lo de la vieja casa de Dora, los pájaros ya no bajaban a comer las miguitas de los nuevos ocupantes de la casa, ya que ellos también ahora, vivían aprisionados en jaulas de alambre.

Y así, poco a poco el barrio fue perdiendo a los perros callejeros, y era difícil ver cardenales o mixtos en los árboles. Al aparecer las primeras antenas de televisión, en los techos, cada vez menos también, se vieron chiquilines jugando hasta tarde en las calles, y a las vecinas, escobas en mano, comentando las novedades del día.

Hoy, el barrio esta enrejado, ya no se ven portones abiertos y las puertas siempre están cerradas con llave. Los mas viejos aseguran que al encerrar a los pájaros en jaulas, y al atar a los perros con cadenas, la gente misma poco a poco fue perdiéndole el gustito a la libertad, y tal vez, tengan razón.

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lunes, 5 de noviembre de 2007

La nada.


Don Cosme era el ermitaño del barrio, vivía frente a la casa que mis tíos alquilaban en Sayago, en esa zona, donde las calles tienen nombres de flores y los vecinos, a fuerza de convivir durante años, ya conocen sus defectos y virtudes.

Para mi primo y para mí, Don Cosme jamás había sido joven, lo conocimos siendo viejo, y viejísimo ahora cada tanto lo veíamos, en esos días excepcionales en que se aparecía por su jardín, intentando remover con sus manos temblorosas y huesudas, algún yuyo que otro.

Los vecinos, un tanto compadecidos, se ocupaban de hacerle los mandados, que consistían casi siempre, en algunos pocos alimentos para él, y otros cuantos más, para la multitud de perros que lo rodeaban, únicos y fieles compañeros de aquel hombre solitario.

Don Cosme no tenia a nadie, soltero, se había vuelto una persona huraña a causa de un amor malogrado, según los chismosos del barrio. Hacía años que no mantenía contacto con parientes ni amistades, actitud ésta, que lo fue aislando cada vez más del mundo.

Fue por eso que a los vecinos de la cuadra, les extraño ver un coche estacionado frente a su puerta esa tarde de mayo. Hermético, como siempre, a nadie dio explicaciones sobre el objeto de la visita de esas dos personas bien vestidas, que conversaron con el durante algunos minutos en el jardín, y con los que luego se lo vio ingresar a la casa.

Días después de este hecho, los vecinos al fin pudieron darse cuenta de que se trataba todo esto, en el frente de la casa, sostenido por un par de alambres que caían desde la azotea, apareció el cartel de una inmobiliaria, que en grandes letras azules y rojas, ofrecía la casa en venta.

Hacia tiempo que mis tíos buscaban alguna propiedad por la zona, deseaban comprar algo que estuviese cerca del colegio de mi primo, y que no fuese muy caro tampoco, así que cuando se enteraron de que la casa de Don Cosme, estaba a la venta, no lo pensaron dos veces, obviaron hablar con el dueño, y llamaron directamente a la inmobiliaria para pactar una visita a la propiedad.

Aunque mi primo no estaba muy entusiasmado por mudarse a aquella casa, la más siniestra del barrio, igualmente el día pactado para la visita me llamo, y me invito a ir a con él a conocerla.

Al entrar a la vieja casa, lo primero que llamo mi atención, fue el intenso olor a perro que impregnaba todo, desde las paredes, todas pintadas de colores oscuros y tristes, hasta los gobelinos añejos que colgaban en algunas habitaciones, casi todos ellos bordados primorosamente con motivos religiosos.

Si bien era pleno día, la gente de la inmobiliaria tenia las luces encendidas de antemano en toda la casa, pues las persianas, a duras penas se podían abrir, tras años y años de permanecer en la misma posición. No podría decir que había desorden en la casa, más bien dejadez, estaba todo en su lugar, pero sucio, con un manto de polvo que en algunos rincones llegaba a tener dos o tres centímetros.

Mientras a mis tíos les llamaba la atención los artefactos del baño, a mi primo y a mi, nos llamaba más, una escalera que desde la cocina, que se encontraba al fondo de la casa, bajaba hacia lo que parecía ser un amplio y oscuro sótano, así que sin pensarlo mucho, nuestro afán aventurero pudo más, y en un santiamén , nos encontramos bajando hacia lo desconocido.

El sótano era sin dudas, el lugar más lúgubre de la casa, aquí si reinaba el desorden, libros viejos, recortes de diarios, herramientas oxidadas, muebles rotos y una parafernalia de artículos en desuso, se amontonaban caóticamente entre el polvo y las telarañas. Por un rato, me aleje de mi primo, que estaba entusiasmado en una vieja bicicleta negra de esas con varillas metálicas en lugar de cables para los frenos, como ya no se fabrican hoy en día.

Mis ojos me llevaban de aquí para allá, tratando de leer el titulo de los libros que dormían entre la mugre, o intentando mover alguna pinza oxidada que encontraba entre la basura, recuerdo que en cierto momento, el polvo, y el olor a humedad, hizo que estornudase cuatro o cinco veces, y que mi primo se riera por eso.

Ya estaba por abandonar ese sitio el cual no me gustaba para nada, cuando algo llamo mi atención, en la parte mas alejada del sótano, y que calcule yo, estaría bajo el porche de la casa, un circulo de aproximadamente un metro y medio, se dibujaba en el suelo, o al menos eso fue lo que yo pensé.

Al acercarme más, note que lo que parecía ser un dibujo, era en realidad un área perfectamente circular desprovista totalmente de polvo. Estaba limpia, como si alguien hubiese barrido con esmero esa zona tan perfectamente redonda. Quede sorprendido y quise avisarle a mi primo sobre el hallazgo, pero mi curiosidad pudo mas y me acerqué a investigar.

Al principio no note el cambio, y es que una vez dentro de ese circulo nada sucedió. Bueno en realidad eso debería haberme dado a entender que algo extraño, aunque parezca un juego de palabras, si estaba sucediendo.

Y es que cuando digo que nada sucedió, fue exactamente lo que intento decir que paso. Nada, dentro de ese circulo tan limpio, nada sucedía, no sentía frío ni calor, el olor a moho y a humedad no existían en ese espacio. Pero, y esto mas extraño aún, sentía que mis emociones desaparecían, no sentía inquietud, ni sorpresa, miedo ni curiosidad.

En ese momento, vi a mi primo pasar a unos dos metros de mí, le pregunté si había notado lo extraño del círculo, pero sin mirarme siquiera prosiguió con su afán investigador. Fue en ese momento, que me di cuenta que por más que intentase hablar, de mi boca, solo brotaba silencio.
Creo que fue por pura casualidad que al final pude abandonar ese extraño lugar, no fue por voluntad propia, ya que hasta la propia voluntad se esfumaba dentro de sus contornos, fue simple suerte el haber salido de allí.

Los días pasaron, y mis tíos al final, jamás pudieron hacerse de la casa, la que hasta hoy en día sigue deshabitada. Y es que al final nunca llego a venderse, su dueño, Don Cosme, desapareció junto a sus perros un buen día, y jamás fue visto de nuevo.

Estoy seguro que en el sótano de esa casa, allá, bajo el porche habita la Nada, y si alguien se atreviera a mirar en su interior, encontraría quizás, al viejo con sus perros, sin voluntad, sin vida, sin nada.

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viernes, 2 de noviembre de 2007

Viaje a Rivera.


Hacía mucho, que sabíamos que Gustavo se casaba, toda la oficina había recibido ya, su participación, había aportado para la colecta, y los casados, habían avisado en sus casas, que el próximo feriado de carnaval, se irían a Rivera por un par de días, para asistir a la boda.

Y sucede que era de allí oriunda la futura esposa de nuestro compañero, por eso el casamiento se llevaría a cabo tan lejos de Montevideo. La concurrencia estaba asegurada, en ese entonces trabajábamos en una empresa de ómnibus, hoy en día desaparecida, por lo que los pasajes estaban asegurados, y gratis. Bueno, en realidad si bien eran gratis, debido a la fecha, lo de asegurados era un tanto relativo.

Méndez, el jefe de pasajes, casi se desmaya, cuando vio que casi toda contabilidad y parte del centro de cómputos, se le apareció un par de días antes del viaje a pedir sus pasajes. –Pero ustedes están locos?-, nos dijo, - De dónde quieren que saque 20 pasajes para Rivera a dos días del Carnaval?-.

El viernes a últimas horas de la noche, nos reunimos, como habíamos quedado, en la Plaza Cagancha, heterogénea mezcla, en aquellos tiempos, de montevideanos, gauchos, valijas, bolsos y ómnibus GM con el galgo dibujado en sus lados. Claro, no iríamos todos en el mismo bus, la imprevisión hizo que el pobre Méndez, a fuerza de mucho trabajo, nos consiguiera los pasajes, pero solo de ida, y desparramados en diferentes coches.

El plan era llegar temprano a Rivera, reunirnos todos en la agencia de ONDA, y desde allí, llamar hacia el Jandaia, el mejor hotel de Livramento, donde pensábamos quedarnos esos dos días de boda y carnaval.

Mi coche fue el último en llegar a destino, así que cuando baje de él, y vi las caras de mis compañeros, intuí que algo no había salido como se había planeado.
-No quedan lugares disponibles en el hotel-, dijo alguien, -y tampoco quedan pasajes para el regreso- dijo otro.

Nos dividimos en grupos de tres o cuatro, y comenzamos esa mañana de sábado a recorrer Rivera y Livramento en busca de alojamiento. Cerca del mediodía, luego de caminar muchos quilómetros y preguntar a infinidad de personas, dimos con una pensión “familiar”, del lado brasilero, una vieja casona, con la fachada de un color, que originalmente debió de ser roja y que quedaba bastante lejos de la línea divisoria.

Al entrar a la pensión, me cautivaron dos cosas, en primer lugar un enorme patio interior, lleno de plantas y pájaros. Las plantas, en un perfecto desorden, donde se mezclaban, a modo de una pequeña selva, palos de agua, bananos, rosales e hibiscos de colores desconocidos para mí. Los pájaros, también desconocidos, volaban y cantaban dentro de un par de enormes jaulones de hierro y tejido de alambre oxidados, y con algún resto de pintura verde.

Lo otro que me cautivó, o debería decir, nos cautivo, fue la jovencísima recepcionista brasilera, solo un poco mayor que nosotros, que salio a nuestro encuentro cuando nos vio entrar. Morocha, de unos ojos increíblemente verdes, y con ese encanto propio y arrebatador de las garotas, que se saben hermosas, y no por ello dejan de ser tremendamente simpáticas y agradables.

Caminamos por un sendero de ladrillos, entre las plantas, y llegamos a la recepción, que cosa extraña, estaba al otro lado de la entrada principal. El patio, estaba rodeado de una pasarela de madera, con viejas barandas despintadas, techada, con viejas chapas de zinc, y bordes de metal con formas romboidales.

Las habitaciones, casi todas ocupadas, y casi todas con sus grandes puertas de madera y vidrio, abiertas de par en par, daban hacia esa pasarela, así, que mientras íbamos hacia la recepción, para registrarnos, nos cruzábamos con los habitantes de aquella pensión, ninguno de ellos jóvenes, por cierto, que nos saludaban, y nos daban la bienvenida en portugués.

Los olores se mezclaban, las rosas, y otras flores del jardín por un lado, la comida en los fogones improvisados de los cuartos por otro, más el olor a ropa limpia que colgaba de algunos alambres a un lado del patio, aportaban lo suyo.

Como ya habíamos visto, casi al pasar, las habitaciones eran sumamente humildes, no muy grandes y bastante destartaladas, distaban mucho de lo que hubiéramos esperado ver en un hotel de alguna estrella, y para colmo de males, la pensión, quedaba muy lejos del centro de Rivera, pero era lo único disponible, así que terminamos por tomar el único cuarto disponible que quedaba.

La preciosura brasileña, nos guió hasta la habitación, que aunque estaba con las puertas abiertas de par en par, no podía deshacerse del olor acre del encierro y la humedad que por años la venían poblando. Típico lugar antiguo, de piso de largos listones de madera, sin rastros de cera por ningún lado, e instalación eléctrica a la vista, como había visto yo años antes en lo de mis tíos. Cables negros, con algunas telarañas, enroscados sobre aisladores de porcelana que recorrían las descascaradas paredes, como venas en un anciano.

Las cuatro camas estaban tendidas con sábanas y mantas de vaya a saber uno que época, pero no importó. Nosotros éramos tres, así, que luego de elegir cada uno su cama, dejamos la cuarta como lugar donde poner nuestras valijas y ropa, ya que aparte de un viejo ropero, que por lo sucio nadie pensaba utilizar, no había más muebles en la habitación.

Habré estado un par de minutos tirado en la cama, el calor era bastante agobiante, y mi cuerpo estaba lleno de transpiración, olor, y ese polvillo rojizo, propio de los caminos de la frontera. Me levanté, y al mismo tiempo de que iba caminando hacia el baño, me iba quitando la ropa, me urgía un duchazo.

El baño, no desentonaba para nada con la habitación, destartalado, con artefactos sanitarios de no se que siglo, manchados de oxido, y una desteñida cortina de nylon celeste, que ocultaba el duchero. Ya desnudo, me metí bajo la ducha, sin saber que previamente a ese paso tan común y corriente, debería haberme instruido en el uso de los famosos Chuveiros brasileños.

Y es que yo confiado, bajo la lluvia fría, totalmente mojado, se me dio por prender una llave cuyos cables iban directamente hacia el artefacto que conectado a un caño en la pared, era el que me estaba proveyendo de una fina lluvia. Yo quería por supuesto que esa lluvia fuese un tanto más calida de lo que era en ese momento, y por eso lo de la llave. El golpe de corriente que recibí, fue tan grande, que terminé, cayendo al piso, llevándome conmigo la cortina de nylon.

De ahí en más, ninguno de los tres se animó a prender nuevamente el famoso Chuveiro, así que nuestra estadía en la ciudad fronteriza, transcurrió entre el calor del clima, y el frío de los baños.

Fuera de alguna que otra anécdota, fue un hermoso casamiento, y una muy divertida fiesta también, y así pasamos el sábado y domingo, entre la boda y las compras en los supermercados, acordándonos a último momento de pasar por la agencia de ONDA, para averiguar por los pasajes que el agenciero amablemente trataba de conseguirnos.

Nuevamente el tema de los pasajes fue problemático, todos volvimos en coches diferentes, mis dos compañeros de pensión y yo, logramos tres plazas en un ómnibus que trasladaba a niños hacia un campamento de verano en Montevideo.

El viaje no tuvo inconvenientes, claro, hasta que a la hora aproximada de viaje uno de los niños del grupo de viaje, comenzó a vomitar. Una hora más tarde, casi la totalidad de los veinte o treinta niños que compartían el ómnibus con nosotros, también vomitaban.

No quiero entrar en detalles, para no herir la sensibilidad del lector, pero para resumirlo de algún modo, debo decir que fue el peor viaje en ómnibus que he tenido en mi vida.

Hoy luego de tantos y tantos años de aquella anécdota, no dejo de pensar en todo lo que, me ha sucedido en mi vida por dejar siempre todo para último momento. Episodios malos, como los del ómnibus, y otros hermosos, como el de aquellos ojos tan verdes que me deslumbraron y nunca más volví a ver.

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lunes, 29 de octubre de 2007

El viaje.


Hasta ahora, solo cosillas de mi autoria habian poblado El Altillo, pero hoy, recibi un regalo precioso, asi, que lo voy a compartir con ustedes, este cuento, pertenece a Mariela, y obtuvo una mencion en un concurso, hace poco, asi que aqui lo pongo para que lo disfruten.

Algo me dijo desde el despertar que ese día sería especial.
Una inquietud me recorrió toda la mañana y permanecí en estado de alerta.
Traté de restarle importancia, no tenía mucho tiempo y debía llegar puntual a aquella entrevista de trabajo, esa era mi última posibilidad.
Me sentí ajena a mi misma, casi una extraña, como si la ropa me eligiese a mí y no yo a ella.
Caminé las dos cuadras que me separaban de la vieja estación. Era una tarde calurosa de noviembre, y la humedad brotaba desde las descascaradas paredes. En la boletería, Don Ángel me saludó con el afecto de siempre, mientras decía:
-Tuvo suerte señorita, por poco lo pierde.
El humo espeso de la locomotora envolvió la estación.
Me gusta viajar en tren, sentarme en un rincón, mirar por la ventana, atravesarla y perderme en el paisaje.
En el segundo vagón hay pocos pasajeros, puedo buscar un ángulo solitario
El tren anunció su salida.
Un último pasajero se aproxima lentamente por el pasillo y se ubica en el asiento enfrente a mí. Es una mujer de setenta años o más, delgada, con el pelo teñido de un fuerte amarillo que deja ver un original oscuro.
Sus ojos celestes parecen vacíos y sus labios finos están cuidadosamente pintados.
La mujer mira por la ventana y yo la observo con curiosidad.
Lleva puesto un vestido elegante, de seda, con un estampado de flores, pequeñas violetas esfumadas. Un collar de perlas con doble vuelta decora su pecho.
Lleva sobre la falda un paquete, parece una caja rectangular, envuelta en una tela de pana de un verde oscuro y gastado.
La mujer deja de mirar hacia fuera y agarra el paquete con ambas manos como protegiendo u ocultando algo,
Siento su mirada fija, penetrante y ahora soy yo quién busca atravesar el vidrio.
Intento perderme en el afuera de pasto quemado por el sol y casas humildes desparramadas.
Sé que me está mirando insistentemente, pero a pesar de la inquietud que me provoca no puedo moverme, me siento paralizada.
Mis ojos se van incontrolables hacia ese paquete rodeado de manos viejas, de dedos deformados y uñas cuidadas.
La mujer casi dobla su cuerpo y con los brazos intenta taparlo.
El tren se acerca a la próxima estación. Pienso en bajarme, o quizás cambiar de vagón o de asiento, ya no soporto esa presencia que me agobia, pero no puedo moverme.
La mujer se levanta, la miro de espaldas, camina por el pasillo y se baja.
Me mira temerosa desde el anden.
No entiendo que pasó, suspiro aliviada y sacudo mi cabeza como para despejarme.
En el asiento de enfrente quedó la caja rectangular forrada con el paño de pana verde.
El tren sigue su recorrido, deja atrás a la mujer y su mirada.
No se que hacer. Agarro el paquete, me pregunto si debo entregarlo al inspector o en la estación.
Siento curiosidad, necesito saber que hay adentro. Sé que no es correcto, que no me pertenece, pero no puedo controlar la atracción que me provoca.
Retiro lentamente la tela que deja ver una caja de cartón antigua envuelta con un cordón de hilo rojo.
Sé que ya no puedo detenerme y desato el nudo que libera la tapa.
La caja solo tiene un portarretratos de plata decorado con marfil.
Detrás de un vidrio aguarda una foto amarillenta donde me veo, sentada en un tren con un vestido de seda con flores violetas, un collar de perlas y mis ojos oscuros llenos de asombro.

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viernes, 26 de octubre de 2007

En el rio.


Como un ritual casi, los mayores, luego del almuerzo, se tiraban un par de horas en sus camas, tratando de escapar un poco del calor que con lengüetazos de lagarto, quemaba la piel aún bajo la sombra de los árboles. La mesa, instalada bajo la enramada, quedaba mientras tanto con los trastos sucios, con los restos de la comida del mediodía, esperando que la tardecita trajera a los voluntarios que rejilla y jabón en mano, los despojaran de la grasa, irresistible lugar de reunión de cuanta mosca había en el aire.

Solo los perros, mis primos, el tío Yuyo, demasiado joven y soltero, como para encarar una siesta, y yo, quedamos despiertos, muertos de calor, pensando que haríamos esa tarde. La estridencia del canto de las chicharras, parecía aumentar el calor del día, que dormitaba en las calles desiertas y polvorientas del pueblo.

Dentro de la casa, el frescor de los cuartos, invitaban al sueño, así, que los mayores, poco podían hacer para controlar nuestros pasos. -Tío, vamos a nadar al río, dijimos a coro mi primo y yo.- -Bueno, voy hasta casa a cambiarme y vamos al río, debajo del puente, ustedes vayan yendo si quieren-

Daniel y yo, con un par de mandarinas para el viaje, le silbamos al Tilo, invitándolo para el paseo. El Tilo nos miró, movió un par de veces la peluda cola, y siguió como si nada, deleitándose con el hueso que mi abuela le había regalado, horas antes.

El cielo despejado por completo, estaba casi blanco a causa del resplandor del sol, nada se movía nada hacía ruido, a no ser las chicharras y nosotros. El dulzor de las mandarinas, acentuaba lo perfecto del día, llenando nuestras panzas con ese jugo tan especial, de la fruta consumida al otro día de haber sido bajada del árbol.

En el recodo, allí, donde la calle de balastro, dejaba de ser calle para transformarse en huella de carro, ya pudimos ver el agua mansa y barrosa del río. Solitario, el cauce pasaba por entre la fronda del monte nativo, lleno de pájaros sesteando y chicharras cantando.
Sólo una eterna carpa de Gitanos, demostraba presencia humana aquella tarde en el río. Ni por el puente grande, durmiendo algunos metros sobre la playita mansa, se notaba movimiento alguno.

- El último, cola e’ perro-, gritó mi primo, que descalzo, ya corría entre los cantos rodados y los abrojos derechito a zambullirse, yo, montevideano, más acostumbrado a los zapatos, no podía ganarle, mis pies de citadino, no podían soportar los pinchazos de las piedras y las espinas.

El agua estaba fría, y la reacción con el cuerpo caliente me hizo tiritar, pero solo un segundo, al poco tiempo ya estaba jugando con mi primo en el agua, “nadando” en un charco de menos de un metro de profundidad.

Esa parte del río, era la autorizada para bañarse para los niños, ya, mas allá, de un lado, una pequeña represa, convertía las aguas en una piscina de un par de metros de profundidad, bastante inaccesible por lo agreste. Del otro lado, los fundamentos del enorme puente, creaban fuertes corrientes que hacían peligroso el moverse por ese sitio.

Un trozo de madera, de algún árbol del monte, siguiendo la corriente, pasó flotando ante mi primo y yo, rumbo al puente, - a quién agarra la madera primero!-, grité, al mismo tiempo que me zambullía en el agua, tratando de ganarle la pulseada a mi primo.

La rama se alejaba cada vez más de nosotros, y yo la seguía, mientras mi primo aún no reaccionaba. El agua se sentía tibia ahora, y gracias a un último impulso, mi mano ya asía el codiciado trofeo, estaba en la gloria!.

Me quise parar, y mostrarle a mi primo como esta vez, el triunfo había sido mío. Pero no pude, al dejar de impulsarme, mis pies buscaron el fondo, pero no lo encontraron. Una desesperación, como nunca había sentido antes me invadió en una milésima de segundo.
Mis brazos se movían furiosamente, mientras mis pulmones me dolían a causa de la falta de aire.

El miedo a morir, la desesperación de no poder respirar, la sorpresa de lo inesperado. Todos esos sentimientos a la vez, invadían mi mente, mientras mi cuerpo ya estaba por dejarse llevar por la corriente mansa.

En todo ese entrevero, oí allá a lo lejos, a alguien gritando, mientras sentía que alguien me tomaba de mi cabeza, dándole la oportunidad tan necesaria de respirar a mis pulmones. –Cómo estás guri?-, la voz del tío Yuyo, llegó a mis oídos, como la mejor de las músicas. Desorientado, yo, ni sabía donde estaba, y sólo me di cuenta varios minutos después, que estaba en el barranco, muy cerca de los cimientos del puente, lejos de la seguridad de la playita.

A pesar de que temblaba incontrolablemente, estaba feliz, muy feliz, -no le digas nada a mamá-, le pedí a mi tío. Los pájaros en el monte, seguían silenciosos, un camión, cargado de sandías, hizo retumbar el puente, allá arriba, mientras Daniel y el Yuyo, ya corrían hacia el agua, -el último, cola e´ perro-, escuché gritar a mi primo.

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martes, 23 de octubre de 2007

Duendes en el Altillo.


No siempre puedo estar en el Altillo. Quisiera, pero no puedo, hay veces que me alejo, y por días no guardo nada en él. Otras veces, lo visito, pero solo para constatar que todo sigue allí, desordenado pero en orden.

Pero se que, aunque yo no pueda estar , es raro que este vacío. Lo visitan, lo acompañan, lo pueblan. Son los duendes, seres etéreos, pero muy reales, que silenciosamente, a veces, o con voces convertidas en comentarios, otras, están entre sus cosas, desempolvándolas y lustrándolas, con el brillo mágico de sus miradas.

Vienen de muy diversos sitios, de lejanos países, situados al otro lado del mundo algunos, otros de aquí nomás, son casi casi vecinos. Pero todos, llegan gracias a esa capacidad que tienen los duendes de volar a través del tiempo y el espacio. Llegan por los días, y por las noches también, metiéndose por las ventanas, que ellos saben, siempre están abiertas de par en par.

A veces, coincidimos, y me doy cuenta que están, escucho sus murmullos, o veo sus sombras moverse entre los estantes, otras veces, aunque no hayan escrito nada, descubro pequeños restos de luz en los rincones, signos inequívocos de su presencia.

Pero sé, que cuando vienen, se sienten a sus anchas aquí. Lo recorren, como yo de niño recorría el altillo en lo de mis abuelos, esperando descubrir algo que les pueda llegar a interesar. Y aunque no lo crean, alguno que otro ha tenido suerte. Y me lo han dicho, que entre las cosas guardadas en el Altillo, siempre algo encuentran para entretener sus horas. Cuentos, retazos de historias, palabras, que yo ya ni recordaba que estaban allí.

Y es por eso que en el Altillo, pese a los inviernos, o a los veranos, las ventanas siempre estarán abiertas de par en par, a la espera de esos seres mágicos y etéreos, a los que les gusta pasearse entre los estantes polvorientos a la búsqueda de mis recuerdos que he dejado guardados por ahí.

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martes, 16 de octubre de 2007

Por no cambiarle la bateria al auto...

Debe de haber sido por mi tozudez al no aceptar la muerte de la batería, que mi auto se negó a arrancar esta mañana, tal vez para echarme en cara mi insensibilidad ante una perdida que se veía venir, y que yo pretendía ignorar –no, no parece tan grave-, me decía para mis adentros, -aguanta un par de meses mas-, me retrucaba a mi mismo.

Pero esto no es lo principal del asunto, todo viene a colación de que debido al duelo impuesto por mi vehiculo, no tuve mas remedio que hacer uso del transporte publico, increíble microcosmos, donde es posible encontrarse con las mas variado de la sociedad montevideana. Jóvenes, ancianos, gordos, flacos, católicos, ateos, pobres y no tanto, compartimos por unos minutos la atmósfera cargada de aburrimientos, cansancios, apuros y ansias de llegar a algún lado.

Y como buen aburrido, cansado y ansioso, yo no tenia mas remedio, que guardar mis ansias y combatir mi tedio mirando al mundo que iba quedando tras de mi, a través de la casi opaca ventanilla del ómnibus. Ya desesperaba por la lentitud de esta tortuga carrozada, cuando un cantor, de esos cantores que en otros tiempos hubiesen volcado su arte en algún almacén y bar, subió al coche, y pidiendo “permiso pa’ entonar unas coplas del flaco”, se puso a rasgar su guitarra y a entonar “No te olvides del pago….”, huesudo, seguramente mal comido y peor dormido, entonaba con su voz ronca pero bien entonada de boliche y vino, las estrofas inmortales de Zitarrosa, dejando el alma sobre el ómnibus.

Pocos lo escuchaban, algunos, con sus auriculares inyectándose su dosis de música importada, otros conversando en voz alta, sin respetar a quien nos regalaba su arte, y otros los menos, buscando y rebuscando en los bolsillos el agradecimiento transformado en alguna moneda. “Gracias Patrón” me dijo cuando alargue mi mano hacia la suya huesuda y como hecha para su guitarra. Dos tres cuatro quizás le agradecieron su canto, saludo al conductor al guarda, y bajo como otro ser anónimo de los tantos que suben y bajan a diario de un ómnibus.

Y yo, me quedaba pensando, en que hay veces en que vale la pena ser tozudo, a la hora de los recambios automotrices, la prueba esta en el momento mágico que me hubiese perdido aquella tarde sobre ese ómnibus de haber comprado la batería para el auto.

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A ustedes no les pasa?

Que maldita manía la mía. Siempre pensando en que me estoy quedando corto, y por lo tanto sigo poniendo. En todo, soy de los que para ir de Montevideo a Atlántida, a escasos cuarenta y pico de kilómetros, llena el tanque del auto, por las dudas. O cuando tengo que ir al almacén de la esquina, a comprar el quilo de harina, que me olvidé de comprar en el súper, no voy con menos de cien pesos, aunque sepa que voy a gastar la quinta parte, además de dejar al almacenero chivado por quitarle el poco cambio que tiene en la registradora.

Ni que hablar, que me es imprescindible, cuando se me da por cocinar, el tener la receta a mano, pues si no me baso en lo que me dice la Hermana Bernarda, o Sergio Puglia desde el papel, siempre se me va la mano, o con la sal, o con la pimienta, o con el morrón, o con la cebolla y claro, termino tomándome un bidón de agua para calmar la sed, o soplando fuego como un dragón por lo picante de la preparación.

Solo después de delegar en otros miembros de mi familia la tarea de alimentar a las mascotas hogareñas, fué que pudimos tener unos peces con una esperanza de vida realmente larga, ya que anteriormente tanto alimento les metía, que terminaba pudriéndoles el agua, o matándolos de indigestión.

En la oficina, por ejemplo, tengo un compañero que no deja de protestar cada vez que preparo el café, y es que como siempre, me parece que he puesto muy poco, y le agrego un poquito más, y me vuelvo a fijar, y me parece que el recipiente está demasiado vacío y le vuelvo a echar. Resultado, le meto tanto café al filtro, que se termina desbordando y causando un desastre en la cocina.

Una vez, en viaje de trabajo por Buenos Aires, me toco un hotel con varias estrellas, con jacuzzi incluido, cierta noche, después de una tarde bastante complicada, se me dio por darme un baño de espuma para sacarme un poco el stress de encima, así que fui llenando la bañera, con el aparato de hidromasaje encendido, mientras tanto, en la habitación, me iba quitando la ropa, y miraba el noticiero para enterarme de lo que sucedía en el mundo.

Había comprado en el free shop del aeropuerto, una caja de sales para baño, sales que había colocado en la bañera, por supuesto, en una medida desproporcionada. Sin hacerle caso a la recomendación que venía impresa en la caja, le puse una cantidad bastante exagerada, como para que hiciera bastante espuma.

Y vaya si hizo espuma, mucha, muchísima. Cuando entre al baño casi me muero, había espuma hasta en las paredes!!, y yo, sin un lampazo siquiera!. Así, que cuando golpearon mis compañeros a la puerta de mi habitación, para irnos a cenar, yo seguía juntando espuma con las toallas, caliente, y por supuesto muchísimo más estresado que antes.

Ahora mismo, soy conciente que tendría que cortar el relato, porque ya está, ya deje planteado los problemas que me causa una de mis tantas manías, pero no se, me parece que sigue siendo demasiado cortito, y que alguna línea mas podría llegar a agregarle.

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viernes, 12 de octubre de 2007

Recuerdos taurinos.


Ese domingo, nos levantamos temprano, antes de las 9 de la mañana, desayunamos rápidamente y, sentados en el lobby del hotel, nos quedamos esperando al micro que vendría a buscarnos. Les daremos un pequeño city tour, nos dijeron, y luego los llevaremos a ver el espectáculo.

Como cuestión de cortesía, nos habían invitado a un grupo de uruguayos que estábamos desarrollando tareas de apoyo en una empresa multinacional en Perú, en diversas oportunidades, con esa cordialidad típica de los peruanos, a diferentes eventos.

Esta vez no era diferente, y mientras recorríamos las calles tan llenas de historia de Lima, caía en la cuenta que había sido decisión mía, el haber accedido a concurrir a la corrida de toros. Podría haberme disculpado, y quedado solo en el hotel, pero, como empujado por los demás, y para no parecer descortés, había accedido, y por ello, ahora estaba yendo a un sitio al que en realidad no tenía muchos deseos de ir.

El viaje desde el hotel, no fue muy largo, previa parada por la casa de la coordinadora, para buscar nuestros tickets, y breve paseo por la ciudad para admirar la arquitectura colonial, con sus casas con hermosos balcones de madera de época del virreinato. Recuerdo que pasamos por el río Rímac, y me llamó la atención el caudal bastante escaso de agua que fluía bajo el puente, y a los pocos minutos, el bus estacionaba en una angosta calle con un movimiento festivo que sorprendió.

El cielo estaba muy azul, como es habitual en Lima, en lo alto algunas aves de un fuerte color oscuro, revoloteaban por sobre la plaza de toros, mirándonos desde allá arriba, tal vez con desaprobación, por lo que estaba por ocurrir.

La plaza estaba llena, muchos lucían sus mejores galas, como en una fiesta, y mientras oíamos los toques de una banda, pasábamos de una fila hacia otra, buscando los lugares que de antemano se nos habían asignado.

Nuestras ropas, nuestra forma de hablar, y nuestra piel más pálida de lo normal en aquel estadio, les demostraban a todos, que éramos extranjeros de paso, sin ninguna experiencia taurina. Por ello, éramos blancos constantes de la amabilidad local, que se esforzaban por enseñarnos los misterios de ese “arte” tan antiguo y extraño para nosotros.

No lo recuerdo, pero creo que fue un portón que se abrió, y apareció en medio de la arena, un espectacular y majestuoso animal. Negro como el azabache, lleno de vida y de curiosidad, resoplaba y miraba a su alrededor, moviendo constantemente su cola y pateando el polvo. Recuerdo su piel lustrosa, y sus músculos a punto de estallar debajo de ella, y un sentimiento de profunda pena invadió mi espíritu en ese momento.

El torero, con su traje de luces y su porte grácil se movía por el campo, estudiando al toro, el cual previamente había sido acicateado por un par de jinetes con una especie de jabalinas que llevaban en sus manos derechas, tal vez para despertar la fiereza del pobre animal, o quizás para debilitarlo, y volverlo menos peligroso para el matador.


Una, dos tres veces el toro arremetió ciegamente contra la capa bicolor que se movía delante de el, mientras el diestro esquivaba el voluminoso cuerpo al compás de los ole!!!, con que los entusiastas lo premiaban, ante cada verónica, media verónica o movimiento de capote.

Luego de algún tiempo de tortura, en que, como casi siempre en estos casos sucede, la fuerza bruta del astado nada podía hacer contra la cruel inteligencia humana, el torero se despojo de la capa, y tomo unas pequeñas espadas curvas llamadas estoques, las cuales fue clavando una tras otra en la testuz de la pobre bestia jadeante.

Ese impresionante animal, que hasta hacía poco, pastaba serenamente en algún campo, ajeno quizás a la maldad humana, agonizaba ahora, resoplando sangre por su boca y su hocico, sorprendido, temeroso y denigrado por quien teóricamente, era más evolucionado que él. La multitud rugía y el matador, saludando con su extraño gorro en alto, paseaba orgullosamente frente a las gradas.

Los enormes ojos negros, que extrañamente en ese momento a mi me parecieron de una bondad y pureza extrema, se fueron cerrando poco a poco, mientras las arenas rojas de sangre de la plaza, recibían, primero las rodillas, y por ultimo el cuerpo entero, ya muerto del animal.

Arriba, en el cielo, las aves seguían dibujando círculos en el cielo azul de Lima, concientes de que la muerte debajo de ellos paseaba aquel domingo sobre las arenas de Acho.

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jueves, 11 de octubre de 2007

Que esta pasando con nuestro clima?


Señores, yo me pregunto, que ha sido de la vieja y querida primavera?, donde ha quedado aquella hermosa estación de golondrinas, flores perfumadas y mariposas coloridas?. Recuerdo que en el colegio todos los advenimientos de las primaveras, eran recibidos con dibujos en aquellas hojas amarillas y ásperas de papel garbanzo de temas netamente primaverales.

Los niños casi siempre dibujábamos cometas y golondrinas, y las niñas flores y mariposas, claro, hace mucho de esto, les hablo cuando cada estación era claramente definible, y sabíamos a que atenernos. Hoy en día pienso que si les piden a los escolares que dibujen temas primaverales, algunos dibujaran paraguas en lugar de cometas, y pingüinos en lugar de golondrinas.

Donde quedaron aquellos tiempos en que nuestras madres sabían que cuando guardaban la ropa de invierno, por cinco o seis meses, no volverían a quitarle la naftalina?. Hoy eso es impensable, no existe, quien no ha usado remeras en invierno y bufandas en primavera? Hasta nuestros roperos han sufrido cambios drásticos, y no nos extraña para nada ver como se codean sobretodos con bermudas, y sandalias con botas de goma.

Y lo peor de todo es que estos cambios tan pronunciados que se están dando en nuestro clima, se dan también a lo largo del día. Uno debe de salir de manga corta por el calorcito de la mañana, pero con un buzo y un paraguas en el maletín, pues es casi seguro que lleguemos al trabajo húmedos por la transpiración, y regresemos a nuestros hogares empapados por la fría lluvia de primavera!.

Ya hace casi un mes que el mundo atravesó el equinoccio, y no se dio por enterado!! Será que el calentamiento global lo tiene mal y le hace olvidar de que tiene que cambiar el clima en los hemisferios?, bueno, mas bien el enfriamiento global, si al termómetro montevideano nos remitimos.

Sólo el almanaque, y la pelusa de nuestros queridos plátanos montevideanos, que se nos meten en cuanta rendija anatómica encuentran disponible, nos están indicando que estamos en la época de las flores y las golondrinas, solo eso, y es que en este mundo moderno, nada escapa a los cambios, ni siquiera el clima.

Claro, hay cosas que no cambian, por ejemplo, las casas de electrodomésticos seguirán vendiendo estufas, para utilizarlas en diciembre, y aires acondicionados, para prenderlos en pleno invierno.

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jueves, 4 de octubre de 2007

Como un velero.


El viento sopla e hincha mi velamen
y siento como la espuma besa mi casco,
avanzo sobre el mar dejando una estela brillante
efímero testimonio que dejo a mi paso

Lucho contra la tempestad a veces
Y eso me torna temperamental y huraño
Y otras la calma chicha me adormece
Pero soñando con tifones que me han hecho daño

Cada tanto hay alas que me acompañan
Las de mil gaviotas, que vuelan a mi lado
Me anuncian que la costa esta cerca
El descanso del puerto me esta aguardando

Y se, que en sus aguas mansas encontrare descanso
Pero no por mucho tiempo, lo tengo presente
Es sabido que el alma de un velero
No puede descansar eternamente.

Y es que vivo buscando mi destino
Que no es otro que el horizonte en la mar
Al que por siembre seguiré anhelando
Más nunca podré alcanzar

Y zarpo hacia lejanos rumbos
Mi proa lo estaba deseando
Embestir las espumosas olas es mi sino

La Cruz del Sur me seguirá guiando.


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Me olvidé de la contraseña!!


Ya lo he dicho por ahí, no me caracterizo por tener una buena memoria. Me cuesta retener nombres, fechas y números en general, esto hace que se me complique a veces el acceder a los aparatos con que frecuentemente me divierto o me gano el sustento.

El hecho de que tenga que pensar una contraseña para ingresar a algún sitio, ya hace que me olvide instantáneamente de ella, para ingresar, a un cajero automático, por ejemplo, debo digitar el PIN sin pensarlo, sin consultarlo con mi memoria, sino, zas, me quedo sin dinero ese día.

Y vaya que esto es particularmente complicado para mí. Por motivos de trabajo, debo acceder diariamente, a no menos de 20 identificaciones de usuario con sus correspondientes contraseñas, casi todas ellas, anotadas en un organizador, al cual también accedo mediante un código secreto.

Hoy, como me sucede a veces, en un breve instante el cerebro me hizo overflow, tan lleno estaba de datos, que era imposible acceder a él y esto me sucedió al momento de querer hacer una llamada telefónica.

Por supuesto que no recordaba el número telefónico, pero sabía que en el celular estaba almacenado, por lo que lo tome entre mis manos, abrí su tapita, y allí me di cuenta que el mismo estaba apagado!, y peor aún, por un instante intente recordar cual era el PIN del susodicho aparatejo.

Para abreviar, les cuento que tras digitar erróneamente 3 veces el dichoso PIN, el celular se trabó, pidiéndome a su vez el PUK, un numerito que por lo visto es el jefe del PIN, o sea trabaja menos, pero es más importante.

A esta altura del partido, ya comenzaba a ponerme nervioso, necesitaba hacer esa llamada, y no podía acceder al número, y para colmo de males, tampoco podía acceder a una de mis tantas cuentas de mail, si adivinaron, no recordaba la contraseña.

Acabo de llegar de la oficina donde una amable señorita me destrabó el celular, poniéndole una clave tan fácil, que hasta yo la recordaría, bueno, eso pensó ella, para mí, eso no es tan fácil que digamos.

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miércoles, 3 de octubre de 2007

Para los que me visitan.

Cuando comencé a construir de a poco este Blog, lo hice más que nada para no perder lo que escribía, o sea El Altillo era como una especie de repositorio, que aunque personal, me animaba también a compartir. Y fué así, que al pasar de los días, ví con alegría, como gente de varios sitios del planeta habían visitado este lugarcito tan mío, pero a la vez, tan público.

A cuantos, pienso yo, les habrá gustado, o les habrá llegado, lo que aquí está escrito?, no lo sé, pero me encantaría saberlo, pero por sobre las cosas me encantaría decirles a todos los que han llegado por aquí, que les agradezco de corazón, el que me hayan dedicado un tiempito para leerme.

A todos los visitantes, gracias y mi e-mail – juaneduuy@gmail.com – está a vuestra disposición, para que me cuenten que les ha gustado, y que no de este foro.

Un abrazo grande a todos.

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lunes, 1 de octubre de 2007

El Libre Albedrío.


Recuerdo que en aquellos años tiernos de mi niñez, cuando creía en casi todo lo que los mayores decían, estaba convencido de que solamente en mi poder, estaba la llave que podría llevarme al paraíso. Y es que los curas del colegio al cual asistía, se esforzaban en hacernos creer en eso tan utópico que la Iglesia llama Libre Albedrío.


Que maravilla!, nosotros chiquilines inocentes terminábamos creyendo, que los pobres vivían en destartalados ranchos por propia elección, y que los malos, llegaban a ser malos por el solo hecho de haber elegido por si mismos el camino de la maldad.

Que fácil se nos hacia pues, en aquel entonces la vida, el Libre Albedrío nos daba la posibilidad de que, si sabíamos elegir bien, podíamos solucionar nuestra vida, terrenal y eterna.

Con el tiempo, claro está se va perdiendo poco a poco la carga de inocencia con la que venimos a este mundo, y es entonces que para bien o para mal, muchas de las creencias se van disolviendo en un mar de certezas y experiencias.

Y es que con los ojos cada vez mas abiertos, uno va viendo como ridículas muchas de las creencias que en su tierna infancia daba como hechos ciertos. Como no creerle a la maestra cuando decía que Rivera había sido un héroe?, como seria capaz el Padre Pedro de mentirnos al decirnos que por mirarle las piernas a la maestra iríamos al infierno?

Fue así entonces que al crecer me fui dando cuenta de a poco (yo nunca fui una luz para avivarme, lo aclaro), que desde la cuna uno está condicionado a lo que podrá y no podrá lograr en este mundo. Veamos, a alguien se le ha ocurrido pensar que es prácticamente imposible que algún hijo de Marilyn Manson salga monaguillo?. Veremos acaso a algún nieto de Pinochet ser un abanderado de los derechos humanos algún día?.

Se dan cuenta a lo que me refiero?, ya la vida nos condiciono de antemano a que fuésemos lo que somos, ya alguien eligió antes por nosotros. Claro, tal vez por lástima, o para que no desconfiáramos mucho, ese alguien, ciertas libertades nos otorgó, algo podemos lograr por nosotros mismos, por supuesto, pero no lo esencial, no lo que realmente importa.

A veces pienso, que hubiera sido de mi, si realmente existiese esa libertad plena que se tendría si fuéramos todos iguales al nacer, si tuviéramos todos las mismas oportunidades, las mismas chances al momento de venir a este mundo, y sobre todo pienso, que habría sido de todos esos seres anónimos que conocen de primera mano lo que significa el sentir en carne propia la mordedura del hambre y el frío, si hubiesen tenido su oportunidad.

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La musica que nos viene del Norte.


Todo siempre avanza, es la ley natural. Y en ese avance, el mundo industrial, y desarrollado del Norte, nos ha hecho evolucionar del disco de pasta, al de vinilo, del vinilo al casette y de allí al disco compacto, y siguen, no paran, siempre para mejor, ahora estamos guardando música en chips de 1MB, grandioso!!

Pero, que ha pasado con la música en si?, esa música que nos viene del Norte, salvo algunas honrosísimas excepciones, ha evolucionado?,

Me niego a pensar que un Eminem sea la consecuencia de la evolución de un Bob Dylan, o que es dable esperar que el tiempo genere a partir de una Janis Joplin, una Britney Spear, me niego a pensar eso!!. Que futuro incierto nos espera musicalmente hablando, si vemos como la música negra, por selección natural, paso de James Brown, o Jimmy Hendrix a Snoop Dogg?

Como vamos a mejorar nuestro concepto de armonía y virtuosismo musical, si hoy en día no recibe un Grammy el músico que hace un solo espectacular de guitarra, sino el DJ que mueve bien un par de vinilos?, estamos todos locos?

Me estoy volviendo viejo, lo sé, pero no creo que esa sea la única razón por la cual música que en mi adolescencia rechazaba por comercial o disquera, hoy la vea como sinfonías de Beethoven comparado con lo que pasan por MTV.
Y es que luego de ver y escuchar a Ricky Martin, Boney M y ABBA, me parecen virtuosos de la música (perdón Led Zeppelín, mil perdones Emerson Lake & Palmer).

Es que será que tanto se esforzaron estos gringos en mejorar el soporte, que se olvidaron de mejorar el contenido?

Señores, convengamos en algo, es mil veces preferible escuchar a Jethro Tull en una Spica a transistores, que a Daddy Yankee en un Pioneer de 2000 watts (al menos para mi gusto claro).

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miércoles, 26 de septiembre de 2007

Mendez.


Méndez era de esas personas siempre dispuestas a notificar las muertes del prójimo. Y es que tenia un gusto especial, en ser el primero en dar la infausta noticia a los conocidos del occiso, compañeros de trabajo, vecinos, o socios del club social donde acostumbraba a jugar al truco los viernes y sábados de noche, siempre se enteraban por Méndez antes que por ningún otro, de los fallecimientos mas recientes.


Y es que para Méndez, era casi una cuestión de honor, el ser el primero en informarnos sobre los fallecimientos, era el que primero leía el diario en la oficina, solo para enterarse de las novedades destacadas en los avisos fúnebres. Fue por boca de Méndez que nos enteramos que el Gordo había muerto: -Che, saben quien murió?, el Gordo Fagundez, aquel que se jubilo por enfermedad hace dos años, parece que le dio un infarto mientras se bañaba.- O que el jodón de Benítez ya era historia: -Me acabo de enterar que falleció Benítez, Benítez, aquel muy jodón que trabajaba en compras!!!-, nos comunicaba con cara de compungido.

Jamás en la oficina oso nadie a informar las muertes antes que Méndez lo hiciera, era ya casi un ritual, ya que de hacerlo, el malhumor de nuestro informante se haría palpable durante toda la tarde. Y había que bancarlo a Méndez de mal humor!!. Pero lo que tenía Méndez de macabro en sus gustos por las novedades fúnebres, lo tenía también de trabajador y responsable.

Jamás había faltado por enfermedad, jamás había pedido un día libre, o había faltado sin aviso a la oficina. Por eso nos extraño sobremanera que aquel martes no se apareciera a trabajar, y más nos extraño el hecho de que lo hiciese sin avisar siquiera a la oficina de personal. -Che no le habrá pasado algo?, vos sabes que este vive solo y anda a saber…-, Martínez había dejado la pregunta como flotando en el aire. Y era cierto, y si le hubiese pasado algo?, sabíamos que últimamente andaba con algunas nanas, así que sin pensarlo mas, decidimos llamarlo a la casa para saber sobre su estado de salud.

El teléfono sonó, una, dos, tres, cuatro veces hasta que una voz, la inconfundible voz de Méndez, evidentemente grabada en una contestadora, nos contesto desde el otro lado de la línea: Usted se ha comunicado con el 909 09 09, a que no sabe quien murió y no puede atenderlo en este momento?

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lunes, 24 de septiembre de 2007

Sobre la memoria.

Si hay algo que realmente envidio, de forma sana, pero envidia al fin, en otro cristiano, es la buena memoria. Lo veo como casi paranormal, el hecho que haya gente que te diga por ejemplo “me acuerdo que fue en el 79, porque el dólar estaba a 5 mangos y la tía
Eulogia cumplía las bodas de plata ese año”, como corno hacen para acordarse con tanta minuciosidad de fechas y aconteceres?.


Aparte de ser mi memoria lastimosa, admiro a todos aquellos que se acuerdan de rostros, nombres, cumpleaños, precios de productos, fechas de vencimientos, etc. Etc. Y uno de los mayores problemas que me causa mi mala memoria es la incapacidad de asociar rostros con nombres de personas que no he visto por mas de un año, los reconozco como conocidos claro, pero sin saber como se llaman, y menos aun de donde los conozco , esto me ha llevado en ser un experto en llevar a cabo conversaciones sin pronunciar el nombre de mi contertulio, ni el de sus familiares, es típico entonces, responderle a quien me saluda efusivamente, y del cual no tengo ni idea de quien puede ser, con las útiles palabras: como andas “hermano” o “estimada”?, seguís laburando “allá”?, che contame, y “aquel” o “aquella” como andan, todo bien?

Y luego el trabajo fino, tratar de conocer de donde lo conozco, de algún trabajo anterior tal vez?, de los estudios?, pariente acaso?, no hace mucho tuve que ir a un organismo publico a hacer un reclamo sobre un recibo que no estaba llegando a mi domicilio,y cuando estaba por putear al que me atendía pues el aseguraba que el recibo estaba yendo en tiempo y forma , apareció X de atrás de un escritorio y saludándome me dijo “como andas Juan Eduardo tanto tiempo, yo estoy de jefe de esta sección, cualquier cosa que necesites llamame aquí esta mi teléfono”, acto seguido me dio un papelito con el teléfono y el interno anotados en el, el problema es que no anoto su nombre, y es así que hoy por hoy sigo teniendo problemas con el maldito recibo, no me llega, y no voy a tener mas remedio que ir personalmente a dicha oficina, ya que no puedo llamar por teléfono y pedir por alguien que no se como carajo se llama.

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domingo, 23 de septiembre de 2007

Historia de Navidad.


Calor sofocante, el día esta pesado, yo cansado a mas no poder, y aun no terminamos con los mandados. Y es que si bien esta Navidad no la pasaremos en casa, ya quedamos en que nosotros llevaríamos el postre, y claro, alguna bebida también, porque con este calor, lo que es bebida, nunca esta de mas. Ahh, no nos olvidemos de algunos cuetes y luces de bengala para los gurises, son chicos todavía, pero para entretenerlos un poco, no?.


Estas segura que tenemos los regalos para todos?, pregunto sabiendo de antemano la respuesta, claro, ya compre todo no te acordas que te mostré los regalos anteayer, antes de envolverlos?, ahh si, si, no me acordaba.
Y si además del helado y el postre, llevamos algunas masas?, mi mujer siempre exagerando. Bueno dale, y si sobra que las coman el 25 de tarde con el café. Pero debe de haber tremenda cola en las confiterías, que te parece si compramos las masas en el súper?

Al fin, luego de horas dando vueltas, y cansados de tanto movimiento y tanta espera en las cajas, llegamos a casa, estaría bueno descansar un poco, tirarse un rato en la cama y tratar de dormir aunque sea una hora para recuperar fuerzas, y así estar impecable para esta noche. Imposible, las bombas en la calle enloquecen al perro, aúlla, ladra, quiere salir. Ufa, voy a sacarlo un poco a ver si se calma, digo yo, así que chau descanso.
Ahh ya que salís fijate si hay algo abierto y me traes aspirinas, que no doy mas del dolor de cabeza, dice mi mujer, bueno, entonces salgo con el auto.

Llego a casa con calor, y mucho mas cansado y directo a darme una ducha, uff el baño parece un sauna, es que me ganaron de mano con los duchazos, y me dejaron el calefón lleno de agua fría y el ambiente lleno de vapor hirviente. Bueno me jodo, tirito bajo el agua helada, salgo de la ducha y al segundo estoy empapado de transpiración, pero quedo como nuevo. Teléfono. Hola papa…, desde el otro lado de la línea, mi hija me pregunta si puedo pasar a buscar a una tía de mi yerno, ya que ellos tienen que llevar a otra tía, si, no te hagas problema, contesto.

Nunca creí que podría entrar tanta gente en mi auto, nosotros tres, perdón, cuatro, ya que por sus actitudes, el perro casi pasaría por un humano, y claro esta, viene a la reunión con nosotros, (tráiganlo, me dijeron, no lo dejen solo pobrecito) , mas la tía, y una concuñada de la hermana del sobrino de no se quien, haciendo malabares con las botellas, las casatas, el postre y las masas. Pero que elegante que están!!, (rutina femenina), a que peluquería fueron, vieron que hay una nueva en el barrio??, claro, yo que soy pelado y no necesito de mechitas ni brushing, y se ve que no soy elegante.

Llegamos, al fin!!, y ya eran unos cuantos, y luego de los profusos saludos de rigor, comenzamos a ser servidos por el dueño de casa, que se empeñaba en llenar los vasos, desconociendo la tolerancia cero. Uno, que ya va concientizado con que un día de vida es vida, la semana que viene empiezo a cuidarme, y todas esas mentiras con las cuales uno intenta convencerse de que los abusos que uno comete están perdonados por la fecha tan especial, le da a lo que venga, a nada dice que no, sea lechón, pollo agridulce, o colita de cuadril mechada. Y cuanto liquido tiene que utilizar para lubricar todo eso!!.


Pero bueno, uno que aun extraña ausencias queridas, y es un tanto sensiblero, se conmueve al ver como el círculo se va cerrando alrededor de uno. Y es que cuando las agujas en el reloj nos indican que debemos levantar las copas y estrechar los abrazos, nos sentimos Papa Noel, y las nuevas caritas sorprendidas nos llenan con creces los vacíos que hasta hacia un momentito sentíamos en nuestros corazones.

Y nos damos cuenta que esta misma sensación que nos embriaga el alma de ternura, la habrán sentido nuestros viejos queridos, esos que hoy tanto añoramos, y justamente, quizás estas mismas nuevas caritas, que poco a poco van estrenando Navidades, serán las que nos recuerden en el futuro con un lagrimon en sus ojos de adultos.

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