martes, 11 de marzo de 2008

Manos unidas.


No hace mucho, caminaba bajo el cielo encapotado, amenazante y gris por una calle tranquila de Montevideo, en esas tardes, en que luego de una jornada estresante, una caminata con la única compañía de uno mismo por un sitio con pocos visitantes, viene de maravillas.

Una llovizna demasiado fina como para correr a los caminantes de las veredas, me refrescaba la cara, y la única preocupación para mí en ese momento era el sortear las veredas flojas, que aprisionando pequeños charcos de agua bajo ellas, eran un riesgo potencial a mis pantalones claros.

Levanté un segundo la mirada del suelo, y ví que en sentido contrario, una señora caminaba hacia mí de la mano de una adolescente, que por la edad y las circunstancias, estimé que sería su hija. Y no pude menos que desentenderme de las baldosas flojas, y mirarla un instante y sentir un sentimiento enorme de ternura.

La jovencita, con evidentes signos de algún retraso mental, se dejaba guiar por quien para ella debería de representar todo en el mundo, su seguridad, su confianza, su alegría. Al verlas se notaba como el amor entre ellas atravesaba las barreras, destruía las diferencias.

Que especial y mágico fue para mi ese momento, la visión de una mano guiando a otra, apoyándola, ayudándola a vivir. La experiencia de la mamá, guiando la inocencia suprema de la hija diferente. Muchas son las manifestaciones del amor, de variadas formas se nos muestra, ésta debe de ser de las más puras y tiernas que he visto en mucho tiempo.

Esa tarde, la llovizna se convirtió en lluvia y yo, camino a casa pensaba en escribir estas líneas agradeciéndole a la vida por las manos, que pese a las circunstancias adversas siempre permanecerán unidas.

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