miércoles, 20 de mayo de 2009

Vías muertas.


Me gusta caminar por las vías abandonadas. Y desandar entre durmientes muertos, los caminos de hierro que alguna vez llevaron tanta vida viajera. Gozo oyendo solo el crujido áspero de los pedruscos bajo mis pies, y sintiendo soledades de destinos pasados, de esperas y despedidas que ya fueron.

Viejas sendas metálicas que supieron unir o separar destinos, y que hoy, cansadas y oxidadas, sufren la agonía de la desesperanza y la apatía. Algunas aunque ya inútiles, se muestran aún orgullosas de su pasado, otras, las más modestas, vencidas se esconden bajo los pastos y malas hierbas, que solidariamente las cobijan del mundo que las ha olvidado.

Vías muertas que ya no esperan, más que el volver de a poco a la tierra de la cual nacieron. Maderos de durmientes que ya nunca serán árbol, ni ruta, ni sendero, que día a día se deshacen mansamente, pero que igual siguen aguantando estoicamente, resignadamente sobre sus humildes hombros todo el peso.

Venas de hierro marchitas por el tiempo, la sangre de tus trenes hace mucho ya que no recorren tus misterios, ahora solo persistís gracias a los recuerdos, de los que como yo, antaño fueron viajeros. ¿Quién por tus senderos ha escapado?, ¿quién por ellos ha regresado?. Ese secreto duerme compartido con las estaciones destartaladas y los andenes desiertos.

Vías ahora muertas, pero vivas de mi infancia, gracias por haberme llevado, hacia el mundo de mis recuerdos.

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