jueves, 29 de mayo de 2008

Adelfo Margarito Torres.

La vida de Adelfo Margarito Torres no había sido fácil. Bautizado así en honor de una tía abuela que había sido generosa con su madre, desde niño había sido victima de innumerables burlas por su nombre. Y la cosa no quedaba ahí, pues también era victima del escarnio a causa de una extraña malformación de la que Adelfo era víctima. Cerca de sus sienes, a ambos lados de su frente, dos protuberancias óseas sobresalían unos cuatro o cinco centímetros de su cráneo a modo de extraños cuernos.

Motivo de risas, era también la extraña forma que tenía Adelfo de caminar, con una especie de bamboleo errático que hacia suponer que vivía en un continuo estado de embriaguez. ¡Como hubiese querido explicar que esos extraños pasos no se debían mas que al hecho de que en lugar de pies el poseía cascos!, por cierto, no diseñados para el uso de zapatos, pero esto no hubiese hecho mas que provocar la hilaridad de la gente.

Sin embargo, el secreto mejor guardado, era el que más lo avergonzaba. Adelfo poseía un rabo. Efectivamente, allí, donde a la mayoría de nosotros se le termina la columna vertebral, a él le continuaba fuera del cuerpo, por unos cincuenta centímetros y cubierta de un espeso vello de color negro oscuro. Por ello fue que no concurrió jamás a ningún sitio dónde no fuera necesario el uso de sus holgados pantalones largos. Playas, gimnasios o clubes deportivos, no conocieron nunca la presencia de Adelfo.

Por todo esto era que la vida social de Adelfo era casi nula, jamás tuvo lo que llamaríamos verdaderos amigos, solo conocidos efímeros, que hizo en su pasaje por el colegio y el liceo cuando joven. Con más de treinta años, aun vivía con su madre, que lo sobreprotegía de la maldad del mundo exterior. No trabajaba, y era extraño que saliera solo a la calle, lo que impedía además, que conociera a chicas con las cuales pudiera tener algún tipo de relación.

Por eso, la vida de nuestro amigo cambió considerablemente cuando cierta noche, navegando por Internet, descubrió un sitio que de inmediato le llamó la atención. Era un foro de discusión, donde la gente se comunicaba a través del ciber espacio, discutiendo sobre política, fútbol, y hasta flirteando entre ellos. De inmediato vio la oportunidad. A nadie de los que veía participar en el foro conocía, ninguno de ellos lo conocía a él, por fin podría ser normal a los ojos de los demás, al fin, gracias al anonimato, podría llevar una conversación normal sin percatarse de que su interlocutor reprimía una risa al mirar de soslayo su frente.

La falta de interacción y discusión con la gente, no significaba que estuviera desinformado sobre los aconteceres mundanos, todo lo contrario. Era un ávido lector de diarios, libros y revistas, además de que solo por causas de fuerza mayor, se prohibía de ver los noticieros nacionales, y también extranjeros a los que accedía gracias a la televisión por cable y la Internet.

Y fue gracias a sus conocimientos de política nacional y mundial, que Adelfo poco a poco fue integrándose a las discusiones del foro. Primero tímidamente, luego, gracias a la confianza que iba tomando en si mismo, con una fuerza y convicción que llevó a que muchos de los foristas comenzaran a tomarlo como referente en discusiones de política.
Gustaba de pasar horas y horas discutiendo sobre las diversas teorías económicas, y su impacto sobre las políticas de las naciones. En particular le gustaba debatir con Maria78, por la cual sentía un afecto especial, ya que fue de las primeras personas en darle la bienvenida al foro. Con ella intercambiaba mucho también sobre música y poesía, ya que habían descubierto una pasión en común: el gusto por la música clásica y los poemas de amor.

Fue en una fría noche de junio, en medio de una conversación sobre Gioconda Belli, que estaba sosteniendo con una forista, que vio en la parte superior de la pantalla de su PC un sobrecito rojo que titilaba. Nunca antes había recibido un mensaje privado, jamás tampoco había enviado uno, así que le llamo la atención el hecho.

“Hola Adelfo, como estas, soy yo María” así fue como comenzó todo. Era la primera vez que una mujer se interesaba en él, era la primera vez también que alguien no se burlaba de su nombre, (cuando se había registrado en el foro, lo había hecho con su nombre verdadero), “total, jamás conoceré a nadie personalmente”, pensó.

A medida que pasaba el tiempo, la atención de los dos foristas dejó de centrarse en las discusiones públicas, para pasar a un ámbito más personal, el de los privados. Adelfo se sentía halagado al acaparar la atención de una muchacha tan inteligente y dulce. María por su parte, estaba deslumbrada con la cultura y el romanticismo que Adelfo mostraba en sus mensajes.

A los dos meses aproximadamente de haber iniciado ese contacto privado, María creyó oportuno el encontrarse en un lugar público, para conocerse mejor y profundizar esa amistad que se estaba transformando, poco a poco, y en ambos, en un incipiente amor, tierno y puro. Luego de mucho titubear, Adelfo, que ansiaba conocer a María, pero que al mismo tiempo, temía la reacción que ésta pudiera tener al verlo, decidió contarle sus secretos. Bueno no todos sus secretos, solo uno, el mas obvio, el mas visible de todos.

Aunque no esperaba otra cosa de María, le sorprendió igualmente su respuesta cuando él le contó sobre las protuberancias en su frente. “No me importa tu aspecto físico”, dijo ella, “me importa tu belleza y tu riqueza interior”.

Por suerte, esa tarde de agosto, estaba particularmente fría, por lo que el uso de un sombrero, para ocultar sus cuernos de la vista curiosa de los paseantes, y un sobretodo, con el cual disimulaba la protuberancia que producía su rabo, pasaban desapercibidos en la ventosa Plaza Libertad, donde esperaba impaciente a María.

El corazón casi le salta del pecho, cuando hacia él, vio venir una preciosa mujercita envuelta en un grueso abrigo marrón claro, con una graciosa boina multicolor que casi le llegaba hasta los ojos.

“Te invitaría a una confitería a tomar algo, pero temo quitarme el sombrero y que se rían de mi”, dijo él, mientras que al tiempo que se quitaba discretamente el sombrero, para mostrarle su frente a ella, sentía como le ardía la cara por la vergüenza. “No te preocupes tontito, caminemos, entonces”, le contestó María, a la vez que lo tomaba del brazo y comenzaban a caminar muy lentamente hacia la Plaza Independencia.

A medida que caminaban por la avenida, María se iba sintiendo cada vez mas atraída por ese ser, tan diferente a ella, pero tan bueno en su esencia. Adelfo, a su vez, se sentía tan cómodo con su presencia, que casi naturalmente, fue desgranando de a poco, pero sin tapujos detalles de su atormentada vida.

Al llegar a la plaza, ambos quedaron inmóviles, en silencio en medio de los remolinos de tierra y hojas secas que se formaban por el frío viento sur que soplaba cada vez con más fuerza. Adelfo jamás había besado a una mujer, y se sorprendió al verse a si mismo como un besador experto mientras probaba los labios de María. Incluso mas sorprendido quedó al sentir como ella le exploraba la boca son su lengua.

Ya no sentían el frío de la tarde, que corría a la gente de las calles. Ellos seguían allí, comiéndose a besos y excitándose cada vez más. “Me gustás y te quiero mucho”, dijo él tímidamente, “y me encantaría hacer el amor contigo, pero…”. Ella vió que una sombra le cubría la mirada, e intuyó de inmediato que sus secretos pasaban por algo más que un par de cuernos.

“Mi amor, somos muy diferentes vos y yo, pero te acepto tal y como sos, así que si vos me aceptas a mi, me encantaría hacer el amor contigo” dijo ella en una mezcla de ansiedad y vergüenza.

En un mismo día, Adelfo vivía lo que no había vivido en mas de treinta años. Por primera vez tenía una cita, por primera vez besaba y por primera vez estaba en la habitación de un hotel, dispuesto a desnudarse frente a una mujer que lo aceptaba tal como era.
María advirtió, que él dudaba en quitarse la primer prenda, “no temas”, le dijo tiernamente, “ambos somos muy diferentes, pero aquí solo el amor importa”.

Y como para que el tomara coraje, en un movimiento exquisito, ella se fue quitando de a poco la boina de su cabeza, dejando al descubierto una melenita rubia y bien marcada. También, fue dejando al descubierto un extraño apéndice que en medio de la frente, la transformaba en una especie de unicornio humano.

Ya desnudos por completo, excitadísimos y enamoradísimos se fundieron en el juego previo, ella, acariciando dulcemente su cola erguida y peluda, él, besando dulcemente sus ubres, mientras cascos y pezuñas se rozaban tiernamente bajo las sábanas, buscando matar el frío de esa mágica e invernal tarde de agosto.

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