jueves, 13 de septiembre de 2007

Maldito orgullo.

La luna, que luna esa blanca luna, alumbra mi caminar en la nocturna oscuridad de las calles. Solo escucho mis pasos, y cada tanto algún perro en el fondo de la noche, ladrándole a esa misma luna. Con el saco al hombro, una mano en el bolsillo, y cabizbajo, voy recorriendo la madrugada hacia mi casa, sabiendo que me será muy difícil dormir, y por ello es que retraso mi llegada.


Levanto la cabeza, miro una sombra que como yo, sin prisas, camina, allá a lo lejos, bajo nuevamente la mirada, y pateo una lata. Calla el perro y me detengo un instante, silencio, los árboles, las calles y las ventanas duermen. Ya la sombra caminante ha desaparecido en la noche, ahora solo yo y mi dolor insomne, nos movemos por aquella calle.

Llego a la plaza. Oscura y solitaria, llena de nocturnidad, y recuerdos, me detengo, y miro, quizás tenga suerte y me vea a mi mismo, bajo el pino protector y cómplice, besando a Alba. No, el pino esta solitario y durmiente, como la madrugada. Una opresión me gana el pecho y comienzo a sentir el frío en mi cuerpo. Me pongo el saco y subo sus solapas, pero no alcanza.

Y si fuera a pedirle perdón?, ella aun esta en la fiesta. No. Mi orgullo me ata. Orgullo, estupido orgullo. Pongo mis manos en los bolsillos, siento el frío cada vez más hiriente, y siento a la lluvia mojar mi cara. Lluvia?, no, no esta lloviendo, es el recuerdo de las lagrimas de Alba, mezclándose con mis propias lagrimas. Indecisión, dejo la plaza, rumbo a la fiesta?, que difícil se me hace el pedir perdón.

Cierro los ojos, pero no para dormir. La cama tiene la comodidad de una tumba. No me duermo, y pienso que, tal vez, mi orgullo acaba de destrozar mi vida.

Todo pasa, casi todo cambia, y muchas cosas se olvidan. Yo mismo he cambiado, y mucho. Cada vez menos, permito que el orgullo me doblegue. Y es que cuando lo intenta, se me da por recordar las lagrimas de Alba corriendo por sus mejillas, y si, claro, recorriendo también las mías.

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