domingo, 9 de septiembre de 2007

Atardecer sobre la bahia de Montevideo.


Desde Oriente avanza implacable la noche,
Pintando al horizonte de grises penumbras a lo lejos.
Allá en el este el celeste, ese celeste claro,
Casi blanco, de verano intenso,
Va perdiendo su batalla con el oscuro atardecer,
En esas crepusculares horas en que los gorriones,
Perseguidos por la noche,
Buscan volando el descanso de sus nidos quietos,

Y los primeros luceros van apareciendo poco a poco en el cielo
El día se va cansando,
Y sus parpados poco a poco van cediendo,
El aroma de las Damas de la Noche y las Camelias,
Dulcemente, lo van adormeciendo

Pero en Occidente, allí, casi sobre el Cerro,
El sol se niega a retirarse
A su nocturno refugio, tragado por el suelo.
Rojo de rabia, se niega a desaparecer aun,
Y es que, como todo rey, vanidoso,
No quiere perderse el espectáculo
De ver sus reflejos en la mansa bahía,
Junto a las gaviotas y los marineros.

Y así, solo para llamar la atención,
Pinta de escarlata las nubes incendiándolas con su pincel de fuego.
Y allá abajo sobre las aguas de la bahía, junto al Cerro,
Miles y miles de chispas doradas, reflejos de sol,
Danzan con las olas una y otra, y otra vez, y otra,
Devolviendo al unísono pedacitos de luz a su dueño.

Pero la noche se acerca, inexorablemente, se acerca,
Con su reina de plata, la luna, fría y hermosa luna,
También vanidosa y celosa, Que reclama para si el cielo,
Porque quiere hacer lo mismo que hizo el sol, hace solo un momento,
Quedarse un rato allá en lo alto
para verse reflejada, en mil chispas de plata,
En las aguas de sus sueños.
Aunque las gaviotas, y los marineros ya se estén durmiendo.

Porque sabe, que no hay cosa mas hermosa,
que mirarse en el espejo de esas aguas calmas,
Cobijadas por un Cerro,
Refugio de barcos, marineros y sueños,
Aguas calmas y chispeantes, de la bahía de Montevideo.

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