lunes, 10 de septiembre de 2007

Mi mascota.

Recuerdo que yo estaba con mama el primer día que lo vi, era tan chico e inocente que supe al instante que ese cachorro que me miraba con ojitos llenos de sorpresa, estaba destinado a ser mi amigo.

Yo, al igual que el, estaba en esa etapa de la existencia, en que descubrimos que hay un mundo mas allá de la seguridad materna, despertaba a lo nuevo que me ofrecía la vida, y esperaba que gracias a ese cachorrito que tenia frente a mi, un mundo que no me era muy conocido hasta ese momento, comenzase a explorar con alegría.
Amistad, compañerismo, gusto por compartir juegos y fantasías, todo esto y mucho mas esperaba descubrir con mi nuevo amigo.


Quizás más de uno se sorprenda al saber cuantos sentimientos pueden despertar en nosotros una mascota, y es que quien se sienta sorprendido, seguro que es porque no ha experimentado jamás esa sensación de tener a alguien tan cercano, compartiendo, descubriendo, en fin, creciendo a nuestro ritmo. Que si era mío?, no lo se, no sabría explicar la relación entre mi mascota y yo con un simple sentimiento de propiedad, mas bien era una amistad sincera y sin diferencias. No me sentía superior ni diferente a el, éramos iguales, amigos que compartíamos horas de juegos, alegrías y porque no, tristezas también. Y el vinculo crecía día a día, cuantas veces me preocupe al verlo triste o callado!!, y cuantas otras veces asumí culpas ajenas por travesuras que a mi mascota le hubiesen costado un buen rezongo!!.

Y el tiempo fue pasando, el tiempo, eso tan extraño que logra avivar la llama de nuestra sabiduría, pero apaga la de nuestra magia. Y esta visto que cuanto mas se aleja uno de la magia de la niñez, menos comprensivo con quienes son diferentes uno se vuelve. Y eso le pasó a mi mascota, creció, y al crecer ya no me vio como otro cachorro, las cosas estaban cambiando.

No puedo decir con seguridad cuando paso, en realidad no me gusta pensar en ello, pero paso, nuestra amistad se fue enfriando, ya mi mascota no demostraba la alegría que demostraba de cachorro al verme, y eso me mortificaba realmente. Poco a poco crecía la indiferencia hacia mí, y, de ser un amigo, pase a ser un estorbo.

Hoy, con todos los años encima, estoy viejo y achacoso, tengo dificultades para caminar, y ya no tengo la vitalidad de antes, pero esos no son mis mayores penas. El mayor dolor que llevo dentro de mi, comenzó el día que vi por última vez a mi mascota, y ese es un dolor peor que el físico, es un dolor del alma.

Fue un día como tantos, subimos juntos al auto, y yo ingenuamente pensé, que jugaríamos en algún parque, como tantas veces habíamos jugado antes.
Pero el auto no paro en ningún parque, siguió, y siguió, y el viaje se me hizo largo.
Cuando el coche se detuvo, yo no sabia donde estábamos, bajamos los dos del auto, yo me aleje unos metros, y sorprendido vi como mi mascota me miraba, me daba una última caricia en mi lomo, subía nuevamente a su auto y desaparecía para siempre, dejándome poco menos que tirado en este lugar desconocido para mi.

Hace ya días que estoy solo, algún que otro vecino caritativo me pone algo de comida o agua en mi improvisada cucha, pero yo no tengo hambre, mis orejas están caídas, mi cola ya no se mueve con alegría, y tengo marcas de lágrimas al costado de mi hocico...

Y es que extraño mucho a mi mascota.

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