sábado, 15 de septiembre de 2007

Merceditas.

No sabría explicar lo que aquel caserón me provocaba. Propiedad de la familia de mi novia desde principios del siglo pasado, había sido testigo del auge y la declinación de la otrora influyente y próspera familia. Historias de amores, nacimientos y hasta muertes, estaban celosamente guardadas en ese arcón enorme y eterno que descansaba sobre la loma mas alta de la estancia.

Invitado por mi futura familia política a pasar unos días de descanso, se me había asignado un dormitorio con una historia trágica. Amores malogrados y muertes prematuras, como mas adelante, pese al hermetismo de la familia, había llegado a descubrir, rondaban esa parte de la casa.


La habitación conservaba un indiscutido toque femenino en su ambientación, un color rosa pálido dominaba el ambiente, y algunas antiguas y extrañas muñecas de porcelana, intentaban oficiar de decoración.

Esa primer noche realmente me costo dormir, el olor a encierro y humedad de aquel cuarto, junto a un extraño nerviosismo que me invadía por completo, provocaron mi desvelo hasta altas horas de la madrugada. En cierto momento de la noche, debido a la imposibilidad de conciliar el sueño, encendí la luz de la portátil de cristal que estaba sobre una hermosa mesa de luz con tapa de mármol rosado, y comprobé que eran las dos y media de la madrugada.

El silencio era profundo y pesado, y solo algún ladrido lejano daba noción de vida esa noche. Apagué la luz e intente pese a todo conciliar el sueño, y fue entonces cuando comencé a percibir, en forma muy sutil primero, y mas pronunciadamente después, que de algún sitio el cual no podía precisar, comenzaba a surgir un profundo y exquisito aroma a jazmín.

Mi reacción fue de sorpresa, estábamos en otoño, no era época de jazmines, así que nuevamente encendí la luz y me dispuse a intentar descifrar aquel misterio.Al encender la luz, sin embargo, aquel cautivador aroma, rápidamente fue desapareciendo, ocupando el espacio nuevamente el olor a encierro que me tenía a mal traer.

Apagué la portátil, y la oscuridad ganó nuevamente el ambiente del cuarto, y, ya con una carga considerable de cansancio, comencé a entrar en esa etapa de sopor que precede al sueño.
No sabría precisar, en que momento sucedió esto, pero fue en un momento, en que yo obviando los nervios y la pesadez del encierro, dormía en forma profunda y serena.

La inconfundible caricia de una mano femenina me había despertado, y en la oscuridad de la alcoba, volvía a flotar el aroma a jazmines. Aunque aun un tanto adormilado, era conciente de mi soledad, pero esto, extrañamente, no provocó en mi ningún recelo, había sido tan placentera la sensación de esa caricia, que solo atiné a disfrutar del aroma que me envolvía en ese momento.

Los minutos siguieron transcurriendo, en medio de una sensación de paz que combinada con el dulzor del aroma a jazmines, hizo que tomara como normal, el hecho de que al sentir el sabor de unos labios helados y desconocidos en mi boca, yo no sintiera pánico alguno, solo disfrutara de esa extraña y placentera sensación.

Sólo la pálida luz de la luna, que se filtraba por entre las antiguas persianas de madera, dejaba entrever un rostro hermoso y etéreo, rostro real, pero brumoso al mismo tiempo.
En cierto momento de la madrugada, quede profundamente dormido, desconociendo que hechos acontecieron luego del episodio del beso. Pero mi despertar fue extraño, un sutil cambio se había producido en mí.

Veía a mi novia como una desconocida, y en lo profundo del corazón, comencé a sentir que en realidad, mi amor jamás le había pertenecido, pero al mismo tiempo, una inequívoca sensación de amor, invadía mi alma.
Aquel día fue eterno para mí, solo deseaba que el manto de la noche trajera nuevamente a mi extraño amor a mi cama. Y es que, por extraño y bizarro que la situación pudiera parecer, yo sentía como normal el hecho de amar profundamente a quien ya no compartía con nosotros el mundo de los vivos.

Pero esa noche, la aparición, no se hizo presente, yo presa de una ansiedad inexplicable, pase en vela la mayor parte de la noche, anhelando el perfume a jazmín y aquellos labios helados pero amados.
Al otro día, mi curiosidad me llevo a preguntarle a mi novia sobre la antigua ocupante de mi dormitorio, quería saber quien era mi visitante nocturna.
-Aquí está, ella es Merceditas-, me dijo mi novia apuntando con su dedo una vieja fotografía, amarilla por los años, que dormía entre las hojas del álbum familiar, -fue una tía abuela mía, se suicido muy joven-.

Allí, congelada en el tiempo, una hermosa joven, vestida con un vaporoso vestido de fiesta, que se adivinaba blanco, posaba para futuras miradas con un ramillete de jazmines en su mano.
Al ver esa foto, mi corazón quiso escapar al galope de mi pecho, desde siempre, había sentido en mi alma, las huellas profundas y duraderas que había dejado un amor inolvidable y desconocido, y ahora descubría al fin que más que producida por un sueño, aquella sensación era parte de algo mágico, que en algún momento de mi existencia yo realmente había vivido.

Pasaron las noches y jamás el espíritu de Merceditas volvió a visitarme, pero una sola noche bastó para saber de quien realmente yo estuve desde siempre enamorado.

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