lunes, 10 de septiembre de 2007

Sabado.

Era uno de esos sábados, que como tantos otros sábados, parados en nuestra esquina favorita, el principal tema de discusión de la barra, era donde iríamos esa noche. El Gordo opinaba que Zona Libre era una opción a tomar en cuenta. Claro, hacia tiempo que el intentaba arreglarse con Marita, que junto a su hermana, que tenia novio, iban muy seguido al baile del paracaídas. “No jodas Gordo”, dijo Ruben, “hace meses que te venís cargando a Marita y ni bola te da, yo propongo arrancar para el Náutico, por lo menos para bailar con minas desconocidas”.


Y tenía razón Ruben cuando decía esto, Zona Libre era el baile del barrio, ya conocíamos a casi todo el mundo allí, y había perdido la gracia para nosotros el conocer de antemano con quien iríamos a bailar o a planchar esa noche.
“Si, el Náutico esta de la planta”, contesto Joselo, ‘el problema es que yo no tengo un mango, me fue como el culo en matemáticas y ahora mis viejos me cortaron los víveres”.
Bueno eso no es problema, dijimos a coro, hacemos una colecta entre todos y tendrías para la entrada, y con la locomoción no habría problemas pues tenes boletera.

Che, creo que hay algo en el Papagayo, y si arrancamos para allá?, se pone muy bueno y es mucho mas cerca que el Náutico, opino Roberto.
Las ideas iban y venían de parte de cada uno de nosotros, pero, ya eran como las seis y media de la tarde y aun no decidíamos donde terminaríamos bailando esa noche.
Como andan gurises?, la voz de Silvia corto por un momento con la discusión que sobre tan importante tema teníamos entre manos, como estas Flaca?, contestamos casi al unísono, de la planta, contesto ella, tengo una invitación para hacerles, quieren ir a un cumpleaños de 15 esta noche?.
Claro Flaca, de quien es?, preguntaba uno, donde es?, preguntaba otro, tenes invitaciones?, preguntaba alguien mas.
Es de una compañera de mi hermana, me pidió que llevara chicos, pues no van muchos.
Y donde es?, volvió a preguntar Joselo, en el Castillo del Huracán, contesto Silvia.

No se si lo habrán conocido, pero sobre la subidita de la rambla, allí donde Buceo comienza a transformarse en Malvin, y que hoy en día se esta poblando de edificios, el club del barrio tenia un caserón, que a modo de castillo se erguía con su enorme corpulencia mirando tristemente al mar, quizás sospechando que pronto el progreso exigiría que su lugar fuese ocupado por dormitorios en suite.

Buenísimo dijimos a coro, así que partimos para nuestras respectivas casas a implorarle a nuestras respectivas madres que nos preparasen el saco y la corbata (es lo único que nos exigían para ser invitados) para que a las 10 de la noche, reunirnos en casa de Silvia, que quedaba cerca de la Plaza de los Olímpicos, y que era la que tenia las invitaciones, y partir en grupo desde allí hacia el Castillo.

Uno a uno fuimos llegando a lo de La Flaca y uno a uno fuimos saludando a los padres, gente querible y entrañable que conocíamos desde mucho tiempo atrás.
Una vez, todos reunidos y prontos, partimos hacia el cumpleaños que quedaba a pocas cuadras del sitio de reunión.

El castillo estaba en todo su esplendor, se le veía alegre e iluminado, aun temprano, y debido a la poca presencia de varones, o por la timidez de los que se encontraban ya a esa hora, alguien nos pidió, a mis amigos y a mi, que participáramos del cortejo a la quinceañera.

Aceptamos todos de buena gana, sabiendo que integrar un cortejo era precio demasiado bajo para una fiesta gratis un sábado a la noche. Así, que mujeres y varones con sus velas y sus flores, nos formamos en fila a la entrada de la mansión, cuando nos avisaron que la chica estaba por venir.

La noche era fresca y una brisa soplaba desde el mar, así que con el portal abierto de par en par, las velas luchaban para no apagarse, y nosotros para entrar en calor. De repente un coche blanco apareció por la entrada del garaje, se detuvo y alguien vestido de nubes, bajo de el. Era una princesa que descendiendo nerviosamente de un corcel blanco, nos dedicaba una mirada dulce y sonriente a cada uno de nosotros. No caminaba, flotaba sobre el suelo, empujada tal vez por la brisa, la misma que hacia que su pelo acariciase su carita hermosa y radiante. Comenzó a apagar las velas y a tomar las rosas que cada uno tenia para ofrendarle, lentamente, eternamente diría yo, y poco a poco se me fue acercando. Cuando estuvo frente a mí, le di su ofrenda y ella acerco su mejilla a la mía, y mientras su revuelto pelo acariciaba mi rostro sentía como sus labios de mujer niña rozaban apenas mi mejilla derecha.

Siempre, conociéramos a la quinceañera o no, acostumbrábamos a bailar el vals era casi una norma en nosotros. Así que cada uno se acomodo, cuando el Danubio Azul comenzó a escucharse por los parlantes, lo más cerca posible a la pista de baile, para tratar de bailar con la princesa. Recuerdo que Ruben, como no podía ser de otra manera, atropello a dos o tres, a mi incluido, para rescatar de los brazos del bailarín de turno a la belleza.
Giro una, dos, tres veces y al comenzar el cuarto giro se topo con mi presencia que, con un cortes ademán, lo desplazaba como el compañero de baile.

Tome a la niña de la mano y la cintura, y comenzamos a bailar, era hermosa y etérea, y nos movíamos por la pista como si nada existiera alrededor nuestro. “Quien sos?”, me pregunto con cara de picara, “nunca antes te había visto”, comenzaba a explicarle como había llegado yo a estar bailando con ella, cuando el dedo acusador de Joselo, golpeaba mi hombro y me alejaba de la posibilidad de decirle siquiera mi nombre.

El vals se iba apagando de a poco, y cada cual retornaba a las mesas asignadas esperando a los mozos ansiosamente.
Comenzaba a sonar de a poco música de Christie para animarnos a bailar, cuando vemos que flotando sobre la pista viene hacia nuestra mesa la princesa de blanco.
“Vamos, no bailan?” pregunto ella mientras mis mejillas comenzaban a incendiarse al comprobar que la pregunta, si bien era dirigida a todos nosotros, la mirada iba dirigida hacia mi. Claro dijo la hermana de Silvia, a la vez que nos empujaba hacia la pista.

Baile con la princesa, y al fin pude decirle mi nombre y la causa de que estuviera bailando con ella. Y le caí bien, y bailamos, para envidia de mis amigos, casi toda la noche juntos, riéndonos y aprendiendo cada uno cosas del otro. Y nos miramos a los ojos mientras bailábamos suelto. Y supe que materias le gustaban y cuales no, y ella supo a que liceo iba yo. Y acepto que la apretara suavemente contra mi cuerpo cuando vinieron las lentas, y hasta pude, por un breve instante, rozar su mejilla con la mía. Y no paso de ahí, el “me gustaría pero no me dejan tener novio”, me dejo sin palabras, cuando le pregunte si se quería arreglar conmigo. Eran otros los tiempos, y los valores diferentes, así que acepte la derrota. Eso si, seguí, hasta la hora del desayuno de esa mágica noche, rozando cada tanto la mejilla de mi dama, y ella siguió mirándome a los ojos cuando yo le hablaba de alguna tontería. Luego, las luces del salón se encendieron, y la magia termino tal como había comenzado.

Nunca mas volví a verla, aunque se que cada tanto ella le preguntaba a la hermana de Silvia sobre mi, preguntaba si tenia novia o simplemente como estaba.
Los años se fueron, como se fue la magia y aquel salon de fiestas, pero la sensación de su carita rozando la mía persiste en mi memoria. Eran otros los tiempos.

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