lunes, 10 de septiembre de 2007

El Lobito.

Recuerdo la primera vez que tuve al Lobito en mis brazos, yo rondaba los cinco o seis años, y era la primera vez que veía esa bola de pelos sin cola y con los ojos aun cerrados de tan chiquito que era. Del color de la nutria, se destacaba de la camada por haber nacido rabón. Quizás eso fue lo que mas llamo mi atención, lo vi como diferente a todos, como único, y fue así que al momento de elegir, no dude ni un instante, ese cachorrito indefenso con los ojos cerrados aun, sin cola, y que buscaba con su hociquito el olor de su madre, seria mío.


Al igual que sus hermanos, descendía de padre desconocido, y su madre era una perrita de varios pelos, de esas que se crían en las chacras, plagada de garrapatas y abrojos. Pero lo que le faltaba de pedigrí, le sobraba de lealtad con su dueño y sus cachorros, aun recuerdo su cara cuando uno a uno se llevaban sus perritos para ser repartidos entre los conocidos. Y esa lealtad la heredaría el Lobito.

Que trabajo nos dio el traerlo a Montevideo, dentro de una caja de cartón, rodeado de un buzo de lana mío, íbamos en el tren deseando que terminase el viaje, el lobito no paraba de llorar, extrañando a su madre tal vez, o por sentirse rodeado de olores extraños y poco amigables. Pobre hoy me doy cuenta lo traumatizantes que pueden ser para un animalito recién nacido los cariños propinados por un niño!!, es que yo lo creía de goma, eterno, sin posibilidades de que sufriera o se pudiera morir.

Pues bien, pese a las caídas desde mis brazos, a los pisotones dados sin querer, y a los golpes que recibía de vez en cuando con la pelota, el bueno del Lobito fue creciendo. Ya no era mas aquella criaturita indefensa, ya era un perro echo y derecho, no era lindo, es cierto, con su postura retacona, su falta de cola y sus pocas pulgas con los extraños, no seria candidato a ningún premio del Kennel Club, pero era mi perro, el que se ponía a saltar de contento cuando yo llegaba a casa, el que se quedaba a mi lado sin moverse cuando los ataques de asma me hacían guardar cama. Un lazo invisible pero poderoso lo unía con su amo, sabia de mis tristezas o alegrías con solo mirarme, si me veía mal, no molestaba, solo acompañaba, si me veía alegre, saltaba a mi alrededor, haciendo rabiar a mi vieja por las cosas que tiraba.

El tiempo fue pasando, yo fui creciendo y el envejeciendo, yo ya no pasaba muchas horas en casa, tenia otras prioridades y otros amores, y poco a poco me fui apartando de mi amigo peludo con el que había compartido tantas horas de mi niñez. El ya no saltaba al verme, solo movía la rabona cola mansamente con sus orejas echadas hacia atrás, y es que el comprendía que yo ya estaba grande, y que ya era imposible que pudiese volcar toda mi atención hacia el. Pero eso no significaba que yo no lo quisiera, es que ya no tenía tanto tiempo como para dedicarle, pero vaya que lo quería!!.

Fue una tarde de febrero, a la vuelta de la playa, entrando al jardín de mi casa veo a mi madre acercándose despacio, como para decirme algo tremendo, y vaya si lo era!!
El Lobito esta muerto, me dijo secándose una lagrima, yo no dije nada, solo fui al fondo a ver si eso era cierto, y lo era, echado sobre su cucha parecía que estuviese soñando con caricias y juegos junto a su dueño, pero frío, estático, no se movía ni siquiera con mis continuas caricias. Llore, mentira que los hombres no lloran, aunque sea por un perro.

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