domingo, 16 de septiembre de 2007

Alcoholico.


Las 18 y 30, el reloj de la oficina avanzaba cada vez mas lentamente hacia la marca tan deseada. Juan miró la vieja Rémington y las teclas parecían escapárseles a sus torpes y temblorosos dedos. Alguien, detrás de un añoso escritorio de deslucida y maltratada madera, le preguntaba si iría a La Claridad a la salida del trabajo. Que pregunta, pensó Juan, como si no supiera que, aunque no quisiera, igual iría, algo dentro suyo lo obligaba, algo lo hacia ceder.


Aún faltaban unos minutos para la hora de salida, pero Juan, se vio haciendo la cola para marcar su tarjeta, tal como desde tiempo atrás lo venia haciendo, tal como lo haría hasta que se jubilase.
Marcó su tarjeta con la emoción de un autómata, y salió a la calle, empujado y empujando gente, como tantas veces lo había hecho, y tantas otras haría.Miró a su izquierda, y sintió una enorme envidia al ver a Martínez, que como todos los días, iba con su paquetito del supermercado, hacia su casa. Que tipo feliz este Martínez, pensó para sí, el puede llegar temprano, preguntarle a sus hijos como les había ido en el liceo, contarle a su mujer las peripecias de la oficina, cenar con ellos.
Juan metió sus manos en los bolsillos de la gabardina, esa tarde de mayo no estaba muy fría, pero aún, rodeado de algunos de sus compañeros de trabajo, el pudor lo arremetía, al saberse observado a causa de sus temblorosas manos.

Las oficinas, a esa hora seguían vomitando gente de sus entrañas, que apuradas se dirigían raudos a sus casas, tratando de olvidarse de los expedientes y las rutinas.Juan se cruzó con algunos de ellos, pero bajaba la vista cuando eso sucedía, y solo sacaba las manos de sus bolsillos para ver su reloj, las 19.05 marcaban las agujas.

Se detuvo unos instantes en la parada del ómnibus, como siempre a esa hora, estaba llena, y se sintió incomodo con toda esa gente, él no era como ellos, ellos tenían aún esperanzas, ganas de luchar y de salir adelante.Miro nuevamente su reloj, solo seis minutos habían pasado desde la última vez que lo había consultado, miró nuevamente a la gente que esperaba, las manos temblaban, y prosiguió con su marcha.

Juancito!!, cómo andas, vení, tomate una, sintió que alguien junto al mostrador le decía.Saludó a uno, a otro y a otro, y terminó acodándose él mismo al mostrador, envuelto por el olor acre y familiar de La Claridad.

Antes de dar el primer sorbo, sus temblorosas manos, ya habían hecho derramar gran parte del contenido de su vaso, su primer vaso. La ansiedad murió, ahogada por la caña que bajaba quemando por su garganta, y, como en una coreografía perfecta, por lo repetida, Juan, ya iba pidiendo otro trago, mientras Manolo, con una mano se lo servía, y con la otra “limpiaba” el desparramo con su rejilla centenaria.

Como tantas otras veces, en el ómnibus solitario, solo la pena y la culpa habían ocupado un sitio a su lado. Miró el reloj las 11.10, más de cuatro horas hacía que había marcado su tarjeta, porqué no se había ido directo hacia su casa?, porqué?. Pensó en su familia, cenando sin él, pensó, como otra vez, el demonio había vencido.

Las calles vacías le daban vueltas en su cabeza, caminó como un sonámbulo, dando tumbos, y cuando llegó a su casa, buscó entre sus bolsillos, pero la llave no aparecía, y el frío y las ganas de ir al baño, más que el deseo de ver las caras de reproche de su familia, lo obligaron a tocar el timbre para que le abrieran.

La puerta se abrió, y solo pudo ver la espalda de su mujer que se alejaba de la entrada, nada dijo y nada escuchó, sabía que las excusas de su parte, y los reproches de su mujer, ya no tenían mas sentido.

Entró tambaleándose, y vio a su hijo ya adolescente, del cual tan orgulloso en un tiempo se había sentido. Quiso saludarlo, pero éste se levantó, y le dijo a su madre, “Vieja me voy, cuando el borracho se duerma vuelvo”, le dió un beso y de un fuerte portazo, cerró la puerta de calle.
Ya eran cerca de la una de la mañana, Juan, hizo un último esfuerzo y quiso recordar cuando su hijo aún le decía papá, cerró sus ojos y quedó profundamente dormido.

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